Llama la atención –mucho, ¿verdad que sí?– la pobrecita pala de pádel a un lado, un poco apartada del centro de atención, cuando en realidad debiera ocupar el centro de la imagen. Estos dos pájaros que sonríen bajo el sol, protegidos por sus elegantes viseras, la han dejado en un aparte, a la pobre, después de lo que el pádel ha hecho y significado en sus vidas. Dos pinceles, elegantes, finos… ¡no se puede uno estirar más, Dios!

José Juan y Ramón podrían ser gemelos casi. O siameses. Un poco iguales, semejantes y muy diferentes no obstante. Han llevado, hasta ahora, vidas paralelas y ligadas desde que el gallo entona y hasta que la luna se asoma. Se quieren mucho.

Son listos, un par de chavales inteligentes y preparados. Padeleros, han sido padeleros hasta la médula y doble ménsula sobre la que asienta la cúpula Benz Gasteiz. Luego explico lo último, y lo primero, lo de “han sido”, ahora mismo: a partir de 2017 han recuperado la encordada mientras lo de la otra se ha ido diluyendo por circunstancias de la vida. José Juan se marchó a Barcelona, donde desarrolló un proyecto personal y de empresa que han enriquecido su más que lúcido bagaje profesional y Ramón, que también ha prosperado en su trabajo –con más obligaciones– ha debido priorizar los tiempos y las pasiones.

Entre 2011 y 2017, cuando les llegó la inflexión evolutiva, primó la cancha de pádel y las pachangas domingueras junto a Sergio Pérez, Rober González y Joseba Díaz. Desde las 9 de la mañana, mientras la mayoría de los mortales aprovechaban para echarse la última cabezadita, los cinco, alternándose, le robaban dos horas a todo lo demás para “jugarnos la vida seriamente y descojonarnos a la vez”.

Ahora toca tenis, dos o tres veces por semana, actividad compartida con Fernando Albaina, Santi Rodríguez, Iñaki Goitia y Oscar Luquin; “de cuando en cuando se apunta y enriquece la práctica el maestro García-Ariño”, cuentan: “Cómo juega, cómo compite… donde pone el ojo pone el golpe”.

José Juan Marquínez cumplirá 60, pero nunca será un sesentón. El de Anúcita es jefe de División de Calidad en Mercedes y, Ramón Pereiro, jefe del Departamento de Desarrollo. Gerifaltes, un par de halcones, que obvia la evocación despectiva que seguro alguno imagináis, gente que sobrevuela el espacio vital de los mortales, abejarucos y estorninos la mayoría. “Quizá nos metamos aún una vez al mes a la cancha de pádel”, dicen, pero ya no es su prioridad. Les ha reconquistado el tenis y “existen otras prioridades”. Están Nicolás y Rosana, en el caso de Ramón y Sergio, Guille, Patri e Inma por parte de Jose. “La familia primero y el trabajo después”, coinciden, “y en lo que me concierne”, añade “la rata” Pereiro –que así se autodenomina el otro Ramonidas– “también está el golf, que seguro que lo lee Mikel Galdos, mi entrenador”.

A José Juan le pillo en Düsseldorf, ya en el hotel, donde mantendrá todo tipo de reuniones en la central del maná económico alavés. Con calma interpreta y desgrana lo que Ramón nos ha dejado por escrito y ha pasado por su filtro: que todo empezó en 2001, cuando Okiñena los cogió “por banda en el Estadio”; que en 2005 “echamos a andar en el CAP”, donde disputaron una final de segunda juntos contra Suco y Txema Medrano; el título de monitor nacional “que sacamos en 2006 y las cuatro sustituciones que nos tocó hacer”; y, cuando surgió Padeleku en 2010, “los encuentros pachanguiles con Tomás, Rober, Garayo, Ruiz de Azua…”. En fin, un historial de muchos años en los circuitos alavés y vasco, fines de semana eternos al lado de García-Ariño –“si jugabas con él sólo ganabas”– y Gorka Fernández-Miranda, “compañero en el vasco”, recuerda Pereiro; las competiciones por equipos en Virtual...

Dos jugadores de derecha –“más de derechas que Rajoy”, resalta Marquínez–, disfrutones, que no quieren terminar sin dejar de lado la técnica de Richar, la presencia de Jordi, la magia de “Lopa”, la pulcritud de Juste, el estilo de Goitia, la referencia de Gonzalo y el alma de Josetxu Peña. Quedan más, pero somos la tropa, los anónimos.

Por Ramón Urbina y Adrián Crespo