El hormigón es el epítome del salvajismo de la Vuelta, un zahorí del dolor. La extraña belleza del brutalismo. Sobre el hormigón ardiente y despiadado, siempre enojada la subida, altiva y orgullosa, con rampas que bailan al 20%, las cabezas cayeron, derrotadas. Los ojos leyendo las líneas del pentagrama de la dureza animal. Decapadas las ilusiones, los huesos a la intemperie de un muro, se trataba de sostenerse, de mantenerse en equilibrio y malvivir en una subida asesina. La naturaleza empequeñece a cualquier ser humano. En el Collado Ballesteros el calor no descansó y la miseria no la mitigó ni la voz de la cuneta, alegre, que zarandeó entregada la aparición de los fugados, que compartieron el sufrimiento unidos. Crucificados en el crucero de hormigón. Ecce homos. Tan retorcidos y desfigurados que solo pensaban en no caer. Por el cemento se sube a gatas, balbuceando clemencia.
En el corazón de las tinieblas se cogieron de la mano los ciclistas para resistir los bocados de realidad, los puñetazos que achatan las narices en rostros deformados, sin marco. Entre los favoritos, la pose fue la misma. Clavados en unas rampas que juegan con los límites del ser humano, que los arrastran al abismo. Estatuas de sal que dan de comer al Leviatán. No hay perdón en un puerto que es corto, pero en realidad son varias vidas gastadas. La dureza añade años. Se envejece en el Collado Ballesteros. Romain Bardet fue el primero en atravesarla entre los 18 fugados. Xabier Mikel Azparren (Euskaltel-Euskadi) y Aritz Bagües (Caja Rural) estaban allí. Los favoritos, pastoreados por el calculador Jumbo de Roglic, no se movieron. Los ojos cerrados por el esfuerzo. Subieron a ciegas, dirigidos por el sistema braile del dolor. Compartieron penas en un puerto introspectivo y lacónico. Frases escuetas, pero hirientes. No se registraron bajas. El líder, Eiking, superó el reto antes de examinarse en Villuercas, una ascensión lacerante que apenas le dejó una herida para el arcano. La cima de la que tanto se habló, la estrenó Bardet en un acto reivindicativo. El francés unió ambas cumbres. Champán y alegría.
La dicha también se posó en Eiking, otro día en el liderato tras sujetarse en Pico Villuercas, donde nada sucedió salvo la rebeldía de Superman López. El colombiano fue el único entre los jerarcas que extrajo algo de la montaña. Una pequeña pepita de tiempo. Nada más. Cuatro segundos escuetos frente a Roglic, la roca que no se agrieta. El esloveno, apoyado en el báculo del Jumbo, jamás perdió la perspectiva y descontó otra jornada sin arañazos. A Roglic le duelen más las caídas, que parecen ser su mayor enemigo de la carrera. En Pico Villuercas solo le asustó mínimamente López, siempre dispuesto a amotinarse. Del resto no hubo noticias. Ni un amago de Mas, Bernal, Haig o Yates, esposados al esloveno entre la cautela, el cansancio y el viento de cara. Plegaron la montaña y la cerraron en el desván entre las cosas inservibles. Desaprovechada. Un cima para el olvido. La fatiga está instalada en el tuétano. Es el espinazo de una Vuelta que cada vez se aproxima más a Roglic, inmune a los rivales, que chocaron otra vez contra el muro esloveno.
El descenso del Collado Ballesteros, la subida que más hostigó a los corredores, era una burla y, en realidad, un presagio. Una visión futurista que había de leerse del revés. Lo que bajaron los fugados y minutos más tarde los nobles de la carrera con la alegría de recuperar el resuello y la sensación de bienestar, era el terreno que les esperaba después para someterles en el Pico Villuercas, otro puerto extremo. Un juego diabólico. En la fuga, la camaradería que prevaleció en la agonía se desconchó. Navarro, Prodhomme, Holmes y Vanmarcke se unieron. Vine quería estar allí, pero el australiano se cayó al coger un bidón del coche de equipo. Una caída extraña y dolorosa. Navarro y Vanmarcke hicieron un recto en una curva. Herrada, Zeits y Bardet enfocaron a Prodhomme. En el pelotón, dirigido por el joystick de Roglic, nada ocurría en carreteras avejentadas, donde la fatiga peleaba con los cuerpos. Un refugio decorado con prudencia.
ATAQUE DE LÓPEZ
Prodhomme quiso ser el descubridor del Pico Villuercas. Un loco aventurero hacia un hallazgo. Zeits se encorajinó. Después brotó Bardet. Vine, que rodó por el suelo, resurgió de las cenizas. Ave fénix. No se entendían entre los perseguidores. Agitación. Zeits se encaramó a Prodhomme. Bardet se agarró a ellos. El francés les dejó de inmediato para enfrentarse a una recta inclemente. El pasaje hacia su triunfo. “Ataqué como si la meta estuviera a 200 metros”, expuso el francés. Vine, el renacido, Herrada y Pidcock buscaban el rastro de Bardet. El Movistar arrebató el mando a la muchachada de Roglic, que no se alteró. Guillaume Martin, que buscaba la piel de Eiking, arengó a los suyos para asfixiar al noruego. No lo logró. Roglic se desentendió del artificio. Es un esencialista. Incrustado en el peluche del Jumbo, dejó las guerras menores que libran Martin y Eiking. Dominó la escena. Dejó que la subida fuera apolillando a los rivales, temerosos, circunspectos.
Miguel Ángel López, valiente, despegó. Superman en vuelo. Roglic siguió a refugio en el carenado del Jumbo. Protegido del aire por Kruijswijk y Kuss. El arreón de López quemó al neerlandés. Quería herir a Roglic. No lo consiguió. Mas se pegó a la sombra del esloveno. Roglic gestionó el final como un depósito a largo plazo. Sabe cuándo merece gastar y cuándo toca seguir ahorrando. López, impulsivo, vive al día. Obligado al remonte. La ventaja que tomó se le fue encogiendo. Apenas alcanzó la cima con cuatro segundos de renta sobre Roglic, Mas, Bernal y Haig. Yates tardó algo más. El líder, Eiking, perdió algo de color, pero mantuvo el estatus que le concedió Roglic. Nadie nubló al esloveno. En Pico Villuercas solo Bardet hizo ruido. Detrás quedó el silencio.