Las caras de Belmez, las de verdad, no estaban en los azulejos. Dibujaban la fatiga y la penuria del pelotón frente a un horizonte muy lejano vigilado por las fuerzas del averno, donde crepitan las almas. La Vuelta es una carrera desalmada. La soledad compartida con la carretera. Apagadas las voces de ánimo por el ruido atronador del sol incesante. Un viaje por lo tortuoso entre paisajes que arden y castigan la moral. En la salida, día de feria en el pueblo cordobés, unas esculturas de ciclistas realizadas con cuerdas cortejaron el control de firmas. El día tenía muchísima cuerda, un maratón de 203 kilómetros hasta Villanueva de la Serena, donde se pesó el triunfo inopinado de Florian Sénéchal en la mejor de sus victorias.
El francés debía lanzar a Jakobsen, pero el velocista neerlandés perdió voltaje. Pinchazo. “Traté de cerrar el hueco y no pude. No tenía las piernas para esprintar, así que le dije a Florian que lo hiciera él”, dijo Jakobsen. Sénéchal era el reemplazo. "¡Florian, puedes correr!", le gritaron desde la radio. El francés obedeció. Tormenta eléctrica. Otorgó el mando al francés, que electrocutó a Trentin en un esprint roto y deshilachado, desordenado por la velocidad de la manada de lobos de Lefevere. Sénéchal, un trabajador del esprint, un andamio para Jakobsen, pesó más que nadie en una de esas balanzas romanas que los artesanos del lugar convirtieron en piezas del arte del trabajo.
La clase obrera de la Vuelta la representan el Euskaltel-Euskadi, el Caja Rural y el Burgos-BH. Humildes pero orgullosos de su procedencia. Honran la carrera con sus maillots de colores, que en realidad son el pantone del buzo de mahón. Dignifican la rutina. Son imprescindibles. Luis Ángel Maté, el guía del Euskaltel-Euskadi, Álvaro Cuadros y Diego Rubio unieron sus fuerzas para adentrarse en tierras amarillas y carreteras de aspecto sepia. Jinetes en medio de la nada. Ese es el todo que alimenta el hambre de los modestos que saben que no han de despreciarse las migas. Los grandes banquetes los degustan en la alta aristocracia. Alguno pudo atragantarse. Nunca se sabe dónde espera el peligro. El destino es caprichoso y pendenciero. También en llanuras donde solo habita el olvido pintado de azul cielo.
En ocasiones, en el vacío, en medio del aburrimiento y del sopor, en el hogar de la intrascendencia, el caos encuentra la rendija perfecta. El ser humano es imprevisible. Enajenación mental transitoria. El AG2R enloqueció hastiado del hastío. Prendió la carrera, hamacada en la indiferencia absoluta. Apenas soplaba brisa. De repente, se formó un huracán. Revolución francesa. Pánico. El pelotón, adormecido, a duermevela, pasó de la siesta a la prisa. Pesadilla. Voces de alarma. Todos a sus puestos. En el toque de corneta, Roglic, Mas, López y Yates se cobijaron en el primer grupo. También Eiking, el líder noruego que aún no derrite ni el sol de la Vuelta. A salvo. A Egan Bernal el motín le encontró desubicado, sin brújula. Lejos del parabrisas. El susto atrapó al colombiano, que tuvo que rearmarse en el sofoco. La agitación y el desorden establecieron tres compartimentos estancos. El movimiento sísmico remitió cuando el Movistar tomó el ancho de la carretera en el primer grupo. El filo de los abanicos tornó en un arma roma, sin capacidad de producir heridas. Tregua.
El acelerón afeitó la ventaja del trío de cabeza, que pudo respirar más aire cuando se paralizaron las maniobras orquestales en la luminosidad. El desearme insufló vida a Maté, Cuadros y Rubio. Un puñado más de kilómetros en el frente. Brotaron algunos campos verdes -por el poder del regadío-, una visión en una ruta de espejismos. El trío de fugados se estrechó la mano tras compartir una ruta hacia lo imposible. Fin. Reunidos en la calma, el pelotón fue dando puntadas para tricotar el esprint después de un maratón de calor, el hilo argumental de una Vuelta tostada al sol. Solo el paso por algunos pueblos, siempre amenazante el mobiliario urbano, provocó cierta ansiedad tras encarar rectas sin fin. El Intermarché puso a buen recaudo a Eiking. Los equipos de los velocistas se fueron desempolvando poco a poco, sin grandes desgarros. Nada de aspavientos. En el fondo de pelotón se imponía el relax.
Un muro de maillots, donde se intercalaban los fuerzas de choque de los favoritos y las de los esprinters, se apoderó de la embocadura de la jornada. A falta de 10 kilómetros se reinició el día. Velocidad. Erviti se llevó a Mas y López. A Eiking le acomodaban dos compañeros. El Ineos acariciaba a Bernal y Yates. Roglic se parapetó con los suyos. Una carretera anchísima era la antesala de la convocatoria de los galgos entre latigazos de curvas y rotondas, siempre tensas. Se rasgó el pelotón con el cuchillo del Deceuninck, desbocado. Bernal, que lo pasó mal en los abanicos, se subió a la locura y rascó cinco segundos en meta respecto al resto de favoritos, pendientes todos ellos del regreso de las montañas. Jakobsen se acalambró. La electricidad eligió a Sénéchal. El francés no tuvo que preocuparse del retrovisor, solo del ángulo muerto. Por ahí trataba de progresar Trentin. El italiano pareció remontar, pero el lanzador de Jakobsen mantuvo el pulso y mandó su puño al cielo. Pose obrera. Sénéchal releva a Jakobsen.