Domingo 1 de marzo. Qué mejor manera para empezar el mes que con una marcha de montaña y, cómo no, con el enésimo madrugón que ello conlleva. No son ni las seis de la mañana y ya estoy en pie. Un poco sin saber dónde ando todavía, pero empezando la rutina que tienen estos días. Verificación del material, de la ropa de recambio, bidones llenos de agua, algo de comida... En fin, lo de todos los días de prueba. Para las siete menos cuarto ya estoy en el parking donde he quedado con Aintzine, una de mis compañeras en Artziniega. Mientras vamos camino de esta pequeña localidad alavesa, comentamos lo que nos puede deparar el día. Que si han dado mucho viento, que si igual nos llueve, que si sería mejor una zapatilla que otra dependiendo de cómo esté el terreno, previsiblemente embarrado... Todos los temas que en una buena charla de dos amantes de la montaña no pueden faltar.
Llegada a Artziniega Una vez en Artziniega, aparcamos fácil en un parking cercano a la línea de salida, que no era otra que el frontón del pueblo. Después de hacernos un poco los remolones, porque entre que estaba todavía un poco de noche y que hacía bastante aire, cierto es que no apetecía mucho salir fuera del vehículo. Cogemos todo lo necesario y nos encaminamos al frontón para coger la tarjeta de la marcha. En este tipo de salidas en lugar de un dorsal se da una tarjeta que tenemos que ir sellando o picando en los diferentes puntos de control a lo largo del recorrido. Con la tarjeta en la mano llega el momento de los saludos previos a la salida. Mucha gente conocida se ha dado cita aquí. Entre ellos está Montse, que me comenta que hará la marcha rapidito porque tiene que ir a ver jugar a su hijo. Conociendo a Montse, ni aunque hubiera ido suave habría tenido oportunidad de seguirla dado su nivel, una fuera de serie. También me encuentro con Rubén, con Zuriñe y con Vanessa, a los cuales saludo, pero a los que tampoco seguiré seguro. Mucho nivel en la salida.
Con los que estoy un poco más de rato, justo antes de empezar son con Mark y con Richard. Se trata de dos ingleses afincados desde hace mucho tiempo entre nosotros. Los dos eran asiduos a las carreras de montaña. Yo mismo he coincidido en muchas con ellos, pero tanto Mark, con sus 54 años, como Richard con 51, uno por una cosa y el otro por otras entre las que se encuentra alguna lesión, han decidido apartarse ligeramente del mundo de la competición. Eso no quita para que no aparezcan en este tipo de pruebas, donde el tiempo no es tan importante pero sí el disfrute, que es lo que los dos van buscando todavía. Me despido de ellos porque no creía que los fuera a ver en la marcha, ya que no las tenía todas conmigo en cuanto a mi ritmo.
Pistoletazo de salida Una vez dada la salida a la marcha puntualmente vamos abandonando las calles de Artziniega. Es al final del pueblo donde coincido con la que iba a ser la tercera persona en ese grupeto que íbamos a formar. Se trata de Virtxo, a la que hacía tiempo que no veía, pero con la que me une una magnífica amistad, así como con su pareja David, pero este, que se juntó con Rubén, Vanessa y Zuriñe, ya iba por delante. Otro que está a otro nivel. Virtxo tiene idea de hacer la marcha tranquila, andando casi toda ella, quizás trotando en algún tramo. Tanto Aintzine como sobre todo yo encontramos el ritmo de Virtxo perfecto. Yo además tengo un par de ampollas de las seis horas y media de entrenamiento del día anterior por los montes de Vitoria, que hacen que ese ritmo más que perfecto sea incluso exigente. Pero dado que la compañía es muy buena se hace un pequeño esfuerzo y se tira hacia delante en la marcha.
Primer ascenso de la prueba Los tres charlando de forma agradable vamos comenzando la primera ascensión de la mañana, Peñalba. Durante el primer tramo de la misma hace acto de aparición la lluvia. No fueron más que cuatro gotas, aunque pensábamos que iba a ser permanente durante el resto de la mañana. Al final no fue así. No solo el cielo nos respetó, sino que se abrió por completo, quedando libre de nubes y completamente azul. Tras pasar una de las escasas zonas de barro nos quedaba para alcanzar la cima de este primer monte una larga rampa, casi interminable, con el agravante que se veía el final, pero daba la sensación que no terminaba nunca. Disfrutamos, en cambio, de una de las mejores vistas de Artziniega y del viento a partes iguales. Un kilómetro antes estábamos por quitarnos la chaqueta cortavientos y menos mal que no lo hicimos ya que cómo soplaba.
Coronado el Peñalba, cabe decir que hasta ese momento no habíamos trotado ni un solo metro, ya que Virtxo nos comenta que ella puede trotar un poco, que Aintzine asiente y que yo olvido mis heridas de guerra del día anterior nos echamos hacia abajo. Es cierto que nos vino bien correr un poco, si no este tipo de pruebas se pueden hacer un poco largas y además le damos un estímulo diferente a las piernas. Virtxo, natural de Santurtzi, hace un gran esfuerzo echándose a correr, ya que convive con una lesión en la cadera, un maldito cartílago, que le permite correr más bien poco, seguro que mucho menos que lo que ella querría. Es una chica muy activa, sobre todo desde que le picó el gusanillo del monte, ahí su pareja David tiene mucho que decir y esa maldita lesión le ha obligado a tener que parar en el mundo del trail, limitándola a andar más de lo normal. Pero como no hay mal que por bien no venga, ha encontrado en la bicicleta de montaña una gran salida en el deporte. Nos lo cuenta mientras vamos llegando a Gordeliz, kilómetro 10 de nuestra marcha y lugar donde está situado el avituallamiento. Dada la pasión de su relato dan ganas de comprarse una bici y echarse al monte. Quién sabe Virtxo, algún día igual compartimos salida por los 10.000 del Soplao.
Cambios en el paisaje Superado el avituallamiento, entramos en una de las zonas más bonitas de la salida, una zona donde discurrimos por un sendero pegado a un riachuelo. Una zona preciosa y casi ausente de barro. Encima podemos remontar el antiguo riachuelo, en esta ocasión vacío de agua. Algo habrá tenido que ver el cambio climático, ya que recuerdo de otras marchas en años pasados que era un tramo lleno de agua, donde mantener la verticalidad por el musgo y las rocas mojadas era todo un logro. Ha ganado en facilidad para subirlo, pero ha desaparecido el encanto del río lleno de agua. Creo que hemos salido perdiendo. Terminado el tramo del río tan solo nos queda un kilómetro por pista ancha y cómoda para coronar nuestra segunda cima, Otsati. Justo antes de hacer cima nos pasa Sara, que se encuentra entrenando y por lo que parece a buen ritmo. Disfrutamos de unos minutos de charla con ella y nos sacamos una foto todos juntos con su monte fetiche detrás, que no es otro que el Eretza. Y es que esa cima merece ser fotografiada una y mil veces. Además, desde el Otsati se aprecia verdaderamente toda su magnitud. Despedimos a Sara, a la que luego veríamos en meta, y enfilamos al trote suave el camino de bajada hasta Sojoguti. Dicho camino de bajada nos permite correr, así como hacer una parada para desprendernos de la chaqueta, ya que el viento había desaparecido y hacia bastante calor.
Última ascensión Tras un tramo de ligero ascenso hasta llegar a la carretera que une Artziniega con el barrio de Berrozes, nos queda por delante la última ascensión al Pico de la Cruz. Yo, por el recuerdo que tenía, sabía que era la más dura de las tres, por desnivel y por estar en la parte final. Ya las piernas van notando la fatiga, las mías con 100 kilómetros recorridos esta semana aún más. Con un poco de pereza vamos los tres ascendiendo mientras comentamos otras carreras a las que nos gustaría ir. Ahí sale la Hiru Haundiak, prueba de ultradistancia muy conocida, donde se suben Gorbea, Anboto y Aitzgorri. Aintzine nos comenta que la tiene en mente, pero que cree que para ella no es porque piensa que son muchas horas. No le falta razón, son muchos kilómetros, 101 para ser exactos, pero yo creo que se tiene que animar a intentarlo, a vivir la experiencia de correr de noche -algo que no le hace gracia a ninguna de las dos-, a subir rodeada de un montón esos montes y, sobre todo, a poder encontrarse en esas horas a ella misma. Es, como he dicho, toda una experiencia.
Bajada a Artziniega Terminamos la subida y no he logrado convencerla. Tranquila Aintzine, seguiré intentándolo. Ya solo nos queda la bajada hasta Artziniega, con el aroma de la morcilla y la panceta de meta en el ambiente. Porque si hay alguna otra cosa que nos une a los tres es el tema de la comida: somos de buen estómago. Pero estos últimos kilómetros tenían escondida una sorpresa, un tramo de 200 metros donde no había camino. Sí, como estáis leyendo. Lo único que había era barro; más liquido o más sólido, pero barro. A nuestras casi inmaculadas zapatillas les tocaba mancharse: Y mucho. Ahí coincidimos con gente de la marcha corta, familias con niños, perros... Había muchas risas mientras atravesábamos ese tramo, pero también hubo alguna bota atrapada, algún pantalón manchado más de lo normal y hasta una pobre pata de perro enfangada casi sin poderla sacar.
Terminado el barrizal, con algún kilo de más adherido de manera insistente en nuestras piernas, finalizamos la bajada, no sin antes parar en el río para sumergirnos en la fría agua con el fin de quitar un poco de ese blando elemento de nuestras zapatillas y piernas. Una pequeña subida hasta el pueblo y, después de atravesar la calle de abajo, llegamos al frontón de nuevo donde reponer líquidos y, cómo no, degustar esas sabrosas morcilla y panceta que están preparando en una parrilla al momento. Es el momento de, mientras damos cuenta de tan suculentos manjares, aprovechar para charlar de nuevo con todos los que hemos coincidido en la prueba. Con David, que junto con Rubén reventaron el crono; con Vanessa y Zuriñe, las cuales terminaron muy satisfechas; al igual que Sara con la marcha realizada. Y, cómo no, con Aintzine y Virtxo, mis dos compañeras en este viaje por tierras alavesas.
La marcha, a coste cero Dar las gracias a todos ellos y a la organización porque, además del trabajo bien realizado, es digno de señalar que todo esto -organizado por el club de montaña del pueblo, Gantzorrotz- lo hacen de forma totalmente altruista. Ni la marcha ni el avituallamiento ni la fiesta final en la meta con la parrillada tuvo ningún coste para nosotros. Todo fue gratis, una maravilla con la que fomentar el deporte en la montaña. Muy buen ambiente y seguro que vuelvo el año que viene, de eso no me cabe ninguna duda. Solo queda despedirse no sin antes poner la vista en el siguiente reportaje, que nos llevará a tierras navarras para hablar, espero que bien, de la Zubiri- Pamplona, pero eso será a finales de marzo.