De la mata y las patatas
José Ignacio Pérez de Leceta / Manista y juez
donde no hay de lo primero olvídate de lo segundo. Como pelotari lo justo para una tortilla, simple, babosica, de huevo de corral o gallina libre y patata alavesa, la mejor del mundo. De las que quitaron hambre a media Europa sembrando los campos irlandeses, franceses y españoles. Leceta es patatero y de la patata vive y con ella trabaja. Vigila las semillas y el producto desde el Departamento de Agricultura del Gobierno Vasco. El señor inspector. De vez en cuando, con los compañeros del autonómico, cruza paleta de pádel en Ibaiondo, en las canchas de San Andrés o al aire libre de Gamarra con buen tiempo. Le acompañan Andoni Moya, Miguel Ángel Osua y Joseba Eguiluz. Una semana más aparece por aquí el deporte de moda. Le gusta, pero prefiere la paleta a goma, encontrarse tres veces por semana en el frontón de Alegría con Félix, que fuera alcalde, con Ruiz de Argandoña y José Antonio López de Vicuña“y pegarle duro, sin miedo y sin controlar la fuerza”, dice. En el pádel la técnica requiere de cierta dulzura con la pala.
José Ignacio Pérez de Leceta Ochoade Alda dejó de jugar a mano al poco de comprometerse para siempre con Milagros Ruiz de Azua, de Argomaniz y de Oreitia, donde nace y donde pace. Patatera cien por cien. Padres luego de Ander, pelotari “con menos sangre que yo y mucho más tranquilo”. Ander tenía fuerza pero “poca paciencia”. Por delante estaba el abuelo, antecesor y ascendente, Vicente Pérez, apellido al que le faltaba la segunda parte para completarlo, cosa que hizo años después José Ignacio, nuestro amigo. Leceta, el juez. El abuelo Vicente era un delantero ratonero. También pelotari en el pueblo. Debía zarcear con la pelota igual que con la azada en el surco. Luego estaba el tío Agustín Ochoa, vecino de Vitoria que acompañaba a su cuñado Vicente cuando San Vicente de Arana intervenía en el Torneo Interpueblos. “Éramos un pueblo de no más de 160 habitantes y sacábamos equipo para las tres categorías del campeonato”, cuenta orgulloso José Ignacio, mientras recita uno de los primeros equipos en los que llegara a jugar al poco de cumplir 15 años: Pedro San Vicente, José Cruz Corres, Goyo San Vicente, Galarreta -hermano de Agapito, que fuera luego profesional-, Juanjo Cengotitabengoa, también profesional años después, fallecido no hace mucho con apenas 60 años. Y el padre, y el tío y José Mari Quintana.
Siempre al lado de la pelota. Nació en julio de 1959 en San Vicente de Arana, donde había frontón descubierto, hoy bajo techo “y muy chulo”. Jugó desde los cinco años en ese sitio, “la plaza frontón, el ágora vasca” según el arquitecto Iñaki Uriarte. Con los chavales del pueblo, José Enrique, José Cruz, José Antonio, Ricardo y Pedro? y quizá algunos más que, ya con 15 y 16 años, terminaban la jornada con unas claras en porrón en “Casa Queleto”. Sábados y domingos, entre las tres y las seis de la tarde, nada más comer, y “a continuación a la pieza, a escardar patatas”. Después de la cerveza con gaseosa, por supuesto. Pelotari de frontón seco sufría en canchas de suelo resbaladizo, donde la pelota volaba. Como en aquella ocasión, en el frontón de Amurrio, cuando Quintana fue a restar en un mano a mano, con tan mala suerte y peor puntería que le pegó a la pelota con la muñeca -era difícil calcular el bote- y llevó tatuado largo tiempo un moratón en el antebrazo “bastante molón”. Eran los tiempos de Arana en Maeztu, Garaita en Legutio, Eguino en Agurain, Furundarena en Amurrio y, en la capital, “donde apenas aparecíamos nosotros, que éramos de segunda b”, Marañon y “muchos más”. Mientras me enseña el dedo meñique de la mano izquierda, revirado y tullido -la marca de pelotari, todos lo muestran con orgullo, más los antiguos; “entonces jugábamos sin apenas protección”- cuenta que ni sabían protegerse convenientemente las manos ni podían con un material que volaba “y nos atropellaba”. Más de una vez hubo de recolocárselo en pleno partido. Dado que en su carrera no hay demasiados hitos reseñables y la memoria es corta, Leceta me apunta “aquel día -una vez- que eché una dejada al ancho desde el seis”. El frontón debía estar lleno y el público aplaudió a rabiar. “Serían las fiestas del pueblo seguro”, añade.
Juez y parte. Cuando jugaba Ander, hasta los 19, Jaime Ochoa de Alda, entonces presidente de Betiko Jokoa, el Colegio Alavés de Jueces, le convenció para involucrarse en el estamento. Jaime le había hecho de juez en más de una ocasión siendo él pelotari y aún con el hijo. Retirado a día de hoy, ha tomado relevo al frente del ente una mujer, Edurne Junguitu, que tiene a José Ignacio al lado, de vicepresidente y principal consejero. “Me ha encantado encontrármelo en mi camino”, me transmitió Edurne, agradecida “por su apoyo y buenos consejos”. Uno y otro coinciden en que el juez ha evolucionado a mejor. “De cuando yo jugaba a ahora”, dice Leceta, “el juez está mucho más exigido, más preparado y sujeto a más normativa”. La modalidad de cesta punta es la más difícil de arbitrar. Junto con el cuero y pala corta, forman el triunvirato de peligrosidad máxima. Luego, si ya “te metes en el trinquete y no sabes cómo colocarte? multiplica”.
Además de él, el hermano pequeño, Arturo, en la foto el más joven, en pie sobre su hombro derecho, también jugó a pelota. No lo hizo ninguna de sus hermanas. Ni Arantxa, ni Edurne ni Juana Mari. Ya se ve que mata hubo, no mucho. Más veta que mata y sí patata. Familia y pueblo pelotazales. Una historia que aún continúa, todavía en contacto en el frontón, con la paleta o la txapa en la mano. Una carrera que comenzara a los cinco años y se cerró cuando, recién casado, había que tomarse en serio eso de trabajar. Las cosas de la vida.
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