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La pelota y la empresa le acercaron a Mendi

Roberto Crespo / Palista

La pelota y la empresa le acercaron a MendiFoto: F.A.P.

itinere de Roberto para llegar hasta nosotros, de Begoña al Batán, tiene que ver con la pelota, su trabajo y que Roberto, el padre, fue destinado a la empresa Condesa, en Villarreal de Álava en 1984. El hijo llegó dos años más tarde, recién terminada la carrera en la Comercial de Deusto, coincidiendo con el Mundial de Pelota de Vitoria-Gasteiz del 86. Juanjo Iribecampos, emprendedor vasco, empresario de éxito, “me regaló entradas para dos días y, ¡vaya si las disfruté”, recuerda. Lo hizo con el trinquetista argentino Miró, varias veces campeón del mundo, “que tiraba golpes desde cualquier sitio, de cualquier manera. Era un escándalo”, me dice. Gozó en el Maitena y “padecí un poco con la goma en pared izquierda”, recuerda. Claro, Roberto Crespo Fernández, palista, destaca el juego de pala, de la de verdad, “donde el tanto se hace, no como en goma, que sobreviene después de 200 pelotazos como consecuencia del fallo del rival”. Vemos pues por dónde nos viene el tiro. Hablaremos de pala sin necesidad de adjetivarla con el tamaño, y de pala corta, el juego y palo con los que Roberto andaba y mejor se mueve. Joven aún, tras superar la dura de prueba de Deusto con mucho sobresaliente y notables el resto, Roberto no pisa el frontón hasta que, dos años después tropieza en la cancha con Rafael Fernández, “Talo” y Jesús Ibáñez, -la pareja del siglo la llamaron? por sumar juntos casi el centenar de años-, “un par de buenos chicos con los que me enganche otra vez”. “Talo” no paraba de repetir -“es un tipo la mar de gracioso”- que una vez había ganado a Tejada e Iturritxa. Con este último, con Juan Cruz Ugalde -“Johan”- y un cuarto cambiante “volví a engancharme”. Jugaría el campeonato alavés de pala corta con el Rubio, con Iturritxa, superando a Urkia en semifinales -de mérito la empresa puesto que, al ser sábado, “venía yo de unas cuantas horas de juerga continuada”- para caer luego en la final contra Tejada y Orlando. En este punto hizo pausa el personaje para recordar en alto “aquel tiro de zurda al dos paredes, por detrás de la espalda a la que Fernando Castro, periodista del Deia, había puesto nombre años atrás: la Villarina”.

El deporte, la pelota, su amado frontón pasaría a un segundo plano en cuanto nació para desarrollarse por muchos años Crespo Consulting. Hasta hoy, tantos años después. El día que sale antes de las ocho es “porque me toca jugar, el que puedo”. Un día a la semana, casi siempre el miércoles, para encontrarse con Alfonso Ruiz de Alegría, Imanol Sánchez, Jaime Ibáñez -el hijo de Jesús- y Manu Díaz de Tuesta. Pero a cuero y en el trinquete. Trabajo y familia. Y la pelota, como ese trozo de chocolate negro que pone broche a la sobremesa. Su madre, Encarni, le había dado tres hermanas. Lourdes Ochoa, esposa y compañera desde 1991 -profesora de dibujo y directora en Mendibaldea- le ha dado tres hijos y continuidad al apellido. Iván, el mayor, practica judo. El mediano, David, que “ganó sus cosillas en el frontón” dejó pronto la pelota. Y Alex, habilidoso, “que venía de cojones”, también acabó en el judo en el Club Gerboles. Casi un fin a la tradición.

Crespo nació en Portugalete en mayo del 63, pero a los nueve años la familia se lo llevó a Bilbao. En Martiartu practica tenis, fútbol y frontón. Pero lo iba la pelota. Desde que, con 9 años, el padre le metió el gusanillo cuando jugaba en el Lagun Artea de Sestao. “Era un aficionadillo de segunda”, dice. Empezó a jugar a mano en el colegio Berrio-Otxoa, pero se decidió por la herramienta. A los 14 y 15 años “éramos los mejores”, cuenta, y un año después participará en el campeonato vizcaíno junto a Íñigo García Quincoces. Ganan todos los partidos y la txapela en la modalidad de cuero. La vizcaína le echa el guante y se lo lleva al Campeonato de España, cuya fase final se celebra en el mejor complejo que “yo haya visto nunca”, el Beti Jai de Mendizorrotza. Era 1981, diciembre. Tenía 18 años. Gana el estatal de pala junto a Joselu Izaguirre, venciendo en la final a la pareja de Madrid que había derrotado en semifinales a Iturzaeta y Peluaga, luego profesionales. Vizcaya había superado a Navarra en la ronda anterior “y yo rompí la pala”. Ni que decir tiene que la nueva “iba la mitad”. Iturzaeta, el número uno entre los profesionales, moriría joven y “Joselu, por desgracia, también”.

La pelota y la vida le fueron acercando poco a poco a Vitoria. Y tras aquello, la vida, le llevaba por otros derroteros. Los estudios, la carrera. “Me avisaron”, me dice, “en cuanto empieces la universidad se acabó la pelota”. Cierto, primó la carrera, pero le iba tan bien en los estudios “que tenía tiempo para pasar por el Deportivo para ver a Iturri e integrar el grupo de la Escuela de Campeones -donde se preparaba el paso a profesionales- con Jon Torre y Arteagoitia, Morán, Lekue, Arrillaga, Torrontegui, Izaguirre”. Debutarían todos. El intendente Martín Iturregui “me animó a integrar el grupo para aspirar a jugar con los profesionales”, pero Roberto lo tenía claro, por cuerpo “no podía ganarme el puesto” y, a los 19? el futuro pasaba por las aulas de Deusto. Aún y todo pudo alternar carrera y frontón. Era un hombre capaz. Con 21 compartió cancha con Begoñés VII, un ídolo. Los otros dos eran Zárraga y Altube. Era uno de esos entrenamientos del grupo que se preparaba para dar el salto al profesionalismo. En otra ocasión, un día de esos, coincidió con Claudio Beitia, “a quién había visto jugar de crío en el Deportivo”, y otros dos, Zaratamo y Morán. Aquel día que vi a Beitia estaba prohibido que los menores de 14 años entraran en el frontón. “Me coló mi padre”, me dice, “y luego se hartó de grabar en súper 8 el partidazo”. Fue en 1976.

Hay asuntos y temas pendientes. Quedan en el tintero. Por historial y memoria, con Crespo, llenaríamos dos páginas más como ésta. Para contar, por ejemplo, que Eladio Renedo fabricó de seguido un par de palas para él y para Iturri. Iturri se pasó primero y “cogió la mía”, luego, Roberto se llevó la que quedaba, con la firma y nombre del “mejor palista de todos los tiempos”, la de Manolo. No se le ocurrió borrar la leyenda “de aquella pala que compré en el 86”. La última. Una más del hombre que fue acercándose a Gasteiz por mor de la profesión, la devoción, las aficiones y luego el amor. Parece que aquí le esperaba todo lo mejor.