Saint-Flour - 14 de julio. En el día nacional de Francia, en el Tour, ondeó la bandera de Sudáfrica. La agitó eufórico Daryl Impey, que la lleva impresa en su maillot. Campeón de Sudáfrica. Tres veces se señaló el pecho, el estandarte de su país. “Es un triunfo formidable, el más hermoso de mi carrera”, expuso Impey, que en 2013 vistió el maillot amarillo, pero que nunca había alcanzado el Nirvana. Impey reivindicó el ciclismo africano, aún exótico, pero suficientemente orgulloso. Impey recogió el testigo de Robert Hunter, su antecesor en el Tour, que cazó su pieza más cotizada en 2007. En Montpellier supieron entonces del ciclismo africano, que escasea en ganadores. El triunfo de Impey subrayó la pelea de los que desean tirar hacia adelante lejos del ecosistema ideal, el europeo. Ser ciclista profesional en África es una rareza, un asunto semiclandestino que sostienen un puñado de pioneros y el sueño del Dimension Data, el escudo de la África que pedalea.

Desde esa posición, aunque enrolado en el Mitchelton australiano, Impey, potente rodador, hizo palanca para voltear a Tiesj Benoot (Lotto) en el vis a vis de Brioude, donde los favoritos paladearon un final dulce, sin espinas ni alambre. Nada de agobios. El festival pirotécnico del sábado fue un bello recuerdo, una postal vigorosa, expresionista y repleta de detalles. La fugacidad de lo extraordinario. Conviene recordarlo. Fue bonito mientras duró. El día que Francia conmemoró el asalto del pueblo francés a la yugular de la monarquía, el de la toma de la Bastilla y su revolución, fue una jornada de picnic en la Grande Boucle, decorada con sus principios: Liberté, Égalité, Fraternité. Era un día de asueto, de esos de excursión con cesta de mimbre, champán y una manta que posar sobre la hierba mientras se escuchan los pajarillos a la sombra de un árbol mientras pone la voz de Edith Piaf y suena La vie en rose.

Esa banda sonora acompañó el triunfo de Impey, que completó el éxito de una fuga numerosa que reunió a ciclistas que se pesaban en quilates ante la gesto dócil del pelotón, que en el cierre del Macizo Central fintó cualquier lenguaje bélico. Todo fue en remanso de paz para que los franceses aplaudieran el paso de Julian Alaphilippe, envuelto en el amarillo que venera Francia. A falta de un campeón del Tour desde Hinault, en el hexágono vitorean a Alaphilippe, su príncipe con perilla de mosquetero y pose de pillo. Solo Romain Bardet, dos veces podio, el que más se acercó a coronarse recientemente en el Tour, le picó la curiosidad de Saint-Just, la cota de tercera categoría que a 13 kilómetros de su pueblo sopló algo de brisa entre los favoritos. “Es muy especial que el Tour llegue a mi pueblo. Voy a disfrutar lo máximo posible”, dijo Bardet antes de partir.

El ídolo local se bamboleó y Bennett y Porte se ajustaron a su paso, que no dejaba de ser caminar en círculos. El Ineos, en formación de pastoreo, lejos del sofocón del rescate de Thomas el sábado, elevó una ceja. Kwiatkowski, que comandaba la marcheta, negó con la cabeza, como cuando a uno le despiertan de la siesta. Elevó los hombros. El polaco domesticó en un par de pedaladas el fogueo de Bardet, necesitado de cariño después de tropezar en los primeros escalones del Tour. El Ineos mandó parar y continuó la cháchara entre los jerarcas, que también querían disfrutar de la fiesta francesa. Lo hicieron desde el amanecer. Con el beneplácito del pelotón, la fuga, de esas que podría denominarse bidón, elevó la renta a más de diez minutos.

Saint-Just, la clave Por delante no había demasiado tiempo para las chanzas entre los fugados, que fueron un buen puñado. Rodaron Lukas Pöstlberger (Bora), Oliver Naesen (Ag2r), Iván García Cortina, Jan Tratnik (Bahrain), Tony Martin (Jumbo), Simon Clarke (Education First), Daryl Impey (Mitchelton), Jasper Stuyven (Trek), Nicholas Roche (Sunweb), Jesús Herrada (Cofidis), Tiesj Benoot (Lotto), Romain Sicard (Direct Energie), Edvald Boasson Hagen (Dimension Data), Anthony Delaplace (Arkéa) y Marc Soler (Movistar).

El grupo de fugados, un minipelotón, colaboró sin escatimar esfuerzos. En comandita. De la mano en un recorrido con aspecto de clásica, a la espera de la cota definitiva, la llave de la etapa. Mientras, los patricios se abanicaban en la trastienda. García Cortina buscó su momento junto a Stuyven y Benoot en el repecho de La Vernède, pero no hubo manera. En ese momento todos pensaron que tenían opciones. Así que les dieron el alto. En las fugas uno es candidato y centinela. La paz la astilló Pöstlberger, que antes de dedicarse por completo al ciclismo fue carpintero. El austriaco quería amueblar con las mejores maderas nobles el salón del triunfo.

Restaba la cuña de Saint-Just, a 13 kilómetros de meta, donde a Pöstlberger le lijaron la renta. Perdió viruta. Serrín. Por encima pasaron Roche y Benoot, muy activo el belga, deseoso de repetir la victoria de su colega De Gendt. Entonces, en la agitación, asomó Impey. El sudafricano y Benoot destrenzaron a Roche, que claudicó. Ambos se citaron en la tradicional resolución a dos. Amagos, bizqueo, estrategia. Dos pistard. Benoot se ensilló a la espalda de Impey. El belga cumplió punto por punto con el manual. Impey no dejaba de combinar el pedaleo con giros espasmódicos de cuello para situar a Benoot. En una de esas, el belga arrancó, pero a su empuñadura le faltó gas. Gripó en el mismo instante en que se encendió, imperial, Impey, que tuvo tiempo para clavar su bandera e izarla en el corazón de Francia, en el Tour. El 14 de julio fue fiesta en Sudáfrica.