Joseba lleva en su interior su particular Mr. Hyde. Uno y otro conforman una personalidad verdaderamente extraña, dual, inquietante. Pero no seré yo quien abunde ni perfore ahí dentro desde ningún punto de vista. Ni un segundo. Como en todos los demás, navegaré por la superficie del personaje aunque, como en el resto, en éste que abre la nueva temporada de Cuestión de pelotas, bucearé un rato para descubrir ciertos rasgos que merezcan la pena. El deportista es un hombre con verdadera afición, “capaz de todo por jugar un partido”, según advierte Sergio Martínez, la persona que “mejor me ha sujetado en una cancha”, reconoce él mismo, Joseba Petralanda Artetxe, protagonista de estas líneas. “Sergio es el más grande”, subraya. “El que más y mejor muestra en una cancha”. Y añade: “Está un punto por encima de los demás. Juega lo que no está en los escritos”, algo parecdido a a Iniesta, “ese que parece un informático, una persona normal y corriente, que sin embargo parece haber sido tocado por los dioses para jugar al fútbol”. Luego están Iván Temprano, “un animal competitivo” y Tomás Lacalle, “un señor y un jugador enorme en todos los sentidos”. Sergio, Iván y Tomás, los tres referentes ante los cuales Petralanda no puede más que descubrirse. “En comparación con ellos he jugado la mitad de un trozo”, reconoce sin rubor.

Nuestro protagonista jugaba mejor cuánto más carbón le echaba al fogón. Vapor a tutiplén y “chispas y fuego en las tripas”, según los compañeros. “Un zumbao del bolo”, me dice Martínez, “con un corazón enorme y gran amigo”. Competitivo como pocos y guerrero como ninguno que cuánto más caliente, excitado y enfurruñado estaba, mejor jugaba, al contrario que a otros. Heredó la afición a la pelota de José Luis, el padre, jugador en todas y cada una de sus afecciones y espectador como pocos. Capaz de cerrar el negocio a las cinco de la mañana y venirse desde Labastida para jugar a las nueve de la mañana y llevarse el partido... “Aunque sea un entrenamiento, que no estoy para hacer el gilipollas”.

Vitoria se proclamaba un mes y pico atrás campeón del Interpueblos de herramienta, con Martínez, Petralanda, Bagazgoitia y Sáez de Cámara en las parejas de cuero y pala corta. El último título. La última txapela. Sin embargo, un año antes, en la misma competición y junto a Temprano, sumó el título de Euskadi de 2017 en Paleta cuero, lo que supuso “la ilusión más grande de toda mi carrera, al hacerlo con Iván y desquitarnos de un triunfo que nos birlaron en el Estatal sub’22 de hace uno años”, resalta. Tenía 21 años (hoy camina ya hacia los 43). Jugaba el Campeonato de España con Carlos Pérez e Iván con un tal Azpeitia, que recibió un pelotazo seco que le llevó al hospital, lo que hizo que yo ocupara su lugar. Ganaron pero no dieron por válida la victoria, “así que le metí al presidente de la Española lo que pude y más?”. Puro corazón, dos huevos de oro y un riñón de sobra.

Junto a Lacalle -dos delanteros- ganaban el último Provincial a Gaizka Tuesta y Rogelio Solana, teniendo la oportunidad de demostrar el ardor guerrero del Rey Ricardo, los atributos de Javier Bardem en la famosa película y, enseguida, en nada, el martes que viene, podría regalar uno de sus riñones a Eduardo, “el marido de mi hermana Mónica”. Los dos hermanos son candidatos así que los médicos deben decidir cuál de los dos será el elegido. Joseba lo tiene claro: “Prefiero ser yo, que bastante ha hecho ya mi hermana conmigo, que he sido siempre bastante satélite... Quiero hacerle un regalo a mi hermana, echarle una mano a Eduardo y quedar en paz”.

Joseba Petralanda nació en Bilbao en diciembre de 1976. Su padre se había trasladado tres años antes a Labastida, donde se ocupó del bar de las piscinas. De ahí al siguiente paso, la lógica del emprendedor y el resultado, el Bar Restaurante Petralanda, en mitad del pueblo, al lado de la carretera. El futuro. La vida. Nació pelotari. Mamó pelota a la vez que leche materna. Jugó a mano, pero enfocó pronto sus preferencias hacia la pala fijándose en el padre, gran aficionado y peor jugador, espectador los martes y jueves de cada semana en el Deportivo con los mejores palistas del momento en la cancha. A los diez años ya jugaba a paleta goma y al poco se decantaría por la pala. Entre los 15 y 17 se entrenaba en Bilbao cada martes, aunque era pelotari de Adurtza y Jesús Asurmendi sue su primer maestro. Cuando cerró el Deportivo se acabó la historia. Tras la reapertura no volvió. Con 12 años ya subía a Vitoria todos los miércoles con Rubén Peral de Berantevilla a entrenar con Mendibil El Viejo, padre de Roberto, actual directivo del club. Eran sesiones de dos horas y quedaba el viaje de vuelta, no tan cómodo hace 30 años. Ya entonces se fijaba en los Arrieta, Jon e Íñigo, en Iván, Coto y Txesto, que caminaban unos pasos por delante. Con Peral jugó mil partidos por los pueblos de la zona donde “ganamos en todos y muchas veces” pero no es capaz de recordar cuándo vistió de blanco por primera vez. “Creo que fue a los 18, cuando estrené el Ibiza con el que Rubén y yo nos movíamos de torneo en torneo”, me dice.