GAUBEA - TextoUn año después de afilar los codos y casi llegar a las manos con Alejandro Valverde en el Bulevar de Donostia en una maniobra sucia y en la que tuvo que mediar un agente de la Ertzain-tza para que la cosa no llegara a mayores, el australiano expió sus pecados en Gaubea. Se portó bien el chico malo. Un almanaque de penitencia para que le perdonara la Itzulia. Se olvidó del boxeo Jay McCarthy (Bora), que frente al fornido viento utilizó los puños para festejar una victoria sin mácula en un sprint de escaso orden. Nada que reprochar al aussie, que se colgó una medalla en la pechera tras arrancarle los galones a Michael Matthews (Sunweb) desaparecido en la volata. Tiró la toalla Matthews. El sprint vertical de San Pelaio de la jornada anterior le aplomó. A McCarthy, pegado a las vallas, le discutió el triunfo Aleksandr Riabushenko (Emirates), una de las jóvenes promesas de Matxin, y Kwiatkowski (Sky), agarrado al manillar del orgullo. Enrique Sanz (Euskadi-Murias), quinto en Gaubea, no acertó en la colocación. Le falló el GPS. No así a Alaphilippe, el líder, que todo lo rastrea. El francés trató de rebañar algún segundo de bonificación ante la planicie que aguarda en Lodosa, una crono de 19,4 kilómetros que espera el bastón de mando del imperial Roglic y que tratarán de esquivar sin demasiadas abolladuras Mikel Landa y Gorka Izagirre, que también pretenden el trono de la Itzulia, por el momento un asunto de familia.
La familia es el principio y el final. O eso parece en el meridiano de la Itzulia. Los hermanos Izagirre, Ion y Gorka, se habían acurrucado antes de arrancar en los mimos de sus parejas y los hijo de Gorka, el trabajador que ahora es estrella y charlaba relajado rodeado de los suyos. A Pello Bilbao también le visitaron su chica y los amigos en el puerto de Bermeo. Marineros en tierra. Allí estiraba la Itzulia las piernas al sol, arengado el ambiente por el viento que sirve para izar velas y navegar. En la travesía hacia la llanada alavesa, frenó Igor Antón para saludar a su hija en el paso por Galdakao. Una foto para el recuerdo, porque su hija no sabe que su padre es ciclista. Demasiado pequeña. Cuando Antón le cuente las batallitas de la carretera a su hija, probablemente le muestre la foto. Su relato tendrá sentido entonces.
Hacia Gaubea, se impuso la lógica, que es muy tozuda. La carrera dispuso un guion de aquellos folletines del oeste, en el que se intercambiaban los nombres y lugares pero siempre se contaba una historia similar. El truco consistía en intercambiar el comienzo, el nudo y el desenlace. Todo parecía distinto, pero el catálogo era reducido, como los menús del día. Historias repletas de lugares comunes y arquetipos. La escapada no faltó. Es un señuelo inigualable para mantener el interés. Un poco de intriga. Se constituyó con un ochote en el que se colaron Aritz Bagües (Euskadi-Murias) y Jon Irisarri (Caja Rural). Evidentemente, entre los huidos estaba el monarca de las fugas: Thomas De Gendt (Lotto-Soudal) y su rutina. Un tipo de costumbres. Unos desayunan y sacan el perro a pasear. El belga se escapa. Nada nuevo. Un estilo de vida.
Él fue el que ató las sábanas para tomar aire fresco y dar una vuelta por la quebrada Araba. Después se unieron los otros y transcurridos varios puñados de kilómetros se desgajó la aventura excepto para De Gendt, que pasó por la sastrería para hacerse el maillot de la montaña y Juul Jensen (Mitchelton). A los otros los apresó el pelotón, que aceleró entre el Sunweb de Michael Matthews y el Quick-Step del líder Alaphilippe. Cambió la dinámica cuando espabiló el Sky a través de Kwiatkowski y De la Cruz, que siguieron la estela de Omar Fraile (Astana), que abrió fuego, pero a su disparo le faltó pólvora. El dueto del Sky se empeñó en la persecución de Jensen y De Gendt bajo una cascada de agua. Se unieron en armonía.
UN FINAL MUY MOVIDO Sucedió que el pelotón, oliendo el tramo decisivo, el que se festonea con los nervios y la tensión, activó la tenaza. Los cazadores secaron las ilusiones. Disecado en el arcoíris De Gendt, la bandera del esfuerzo, 170 kilómetros en fuga. Tras De Gendt, se deshilachó Kwiatkowski, que dejó las migas para el sprint. El viento de cara les partió la esperanza. El péndulo señaló al equipo Movistar, que dio un paso al frente para acolchar a Mikel Landa en un final trepidante, con la carretera grumosa. Los hermanos Izagirre, Ion y Gorka, también se atornillaron a la cola de Landa, al igual que Pello Bilbao, atento a cada espasmo del pelotón. Roglic no perdió pie. Tampoco Alaphilippe, que se dejó ver el sprint en las posiciones de cabeza.
Cazados Jensen y De la Cruz, Alex Aranburu (Caja Rural) buscó una quimera. Algo para recordar. Un suvenir de Gaubea. Sostuvo la mirada con intensidad Aranburu, que se dejó el alma en su odisea, pero ni con las entrañas le alcanzó para condecorarse con una medalla. Al menos le quedó el honor. Que no es poco en el marco del WorldTour. “Era muy difícil, aunque por un momento lo he visto cerca”, dijo a la postre Aranburu. Tan cerca y tan lejos. Anudado el corredor guipuzcoano, se tensó el pañuelo del sprint, donde se escenificó el empuje de Jay McCarthy, que dispuso sus fuerzas para ganar y olvidar la escena de Donostia. El australiano del conjunto Bora no tuvo con quien pegarse. Limpio su nombre, sin el óxido del pasado. Venció su batalla con solvencia. Al fin una estrella más. General McCarthy.