La misma determinación que el cuerpo de marines pero sin su ardor guerrero. Roberto es un hombre tranquilo, sosegado, de los que, en una foto de grupo, siempre sale a un lado, haciendo piña, sin llamar la atención. Motor diésel para terrenos de todo tipo, duro y compacto. Sin turbo. Le viene de fábrica al parecer. Obligada referencia objetiva y afectiva a Fermín y María Luisa, los padres, que le han conducido por la vida y le acercaron al frontón. Lo mismo que al hermano pequeño, Javier, que luego prefirió dedicarse casi por entero al estudio y luego a su trabajo. Roberto Ortiz de Mendívil cumplió 53 el pasado septiembre. Lleva en el club Adurtza desde que éste se registrara en Madrid hace 40 años. Más incluso, puesto que los fundadores y miembros del grupo llevaban funcionando tres o cuatro años por delante. Toda la vida. Pasados los 20, y de la mano de Juanjo Legorburu, ya formaba parte de la junta directiva. Casi por herencia cogió el puesto de su padre al frente de la sección de pala. Tres años después, ya en el 86, forma parte de la junta directiva de la Federación bajo el mandato de Antón Areitio. En el club, antes que Legorburu estuvo Carmelo Asurmendi, después Daniel Olano y ahora María Jesús Fernández de Landa. Todos contaron con Roberto. El joven de cincuenta y tantos, veterano donde los haya, siempre en segundo plano y dispuesto “a todo menos a ponerme al frente. Creo que a eso no”. En la actualidad, la herramienta, algo anquilosada, en manos -nunca mejor dicho- de veteranos e ilustres competidores, va descubriendo jóvenes valores que tomen el relevo. Tanto niños como niñas. Además, el club está recuperando el sitio que tuvo una vez en la modalidad de mano. Desde el principio, Adurtza se ocupó de las dos modalidades. Único en su género. Incluso, tuvo el honor de ser el primer club donde se jugó a cesta en Álava. Estaban por ahí los Alberdi, Astorga, Lasa e Irubide, los pioneros, representantes del club en los estatales. Le daban tan fuerte que hacían agujeros en el frontis y “tuvieron que poner mármol en la pared”. Son datos aportados por un Ortiz de Mendívil activo como pocos, pero varado desde hace año y pico, en lo deportivo, por un doloroso problema en los tobillos.

El hoy vicepresidente y tesorero entró en Adurtza de la mano de Carmelo y empujado por Fermín, presidente y vocal del club, donde también cortaban el bacalao Amancio y Viloria. Fermín era un enamorado de la pelota y solía hacerse acompañar de su hijo cuando iba al Vitoriano a ver partidos del Provincial. Andaría entonces por los cinco años, regresada la familia de Elgoibar donde el padre trabajó en Sigma, en cuyos aledaños, además de las casas de los trabajadores, había iglesia y un pequeño frontón donde el chaval daría sus primeros pasos. Al entrar a estudiar en el colegio San Ignacio el traslado al frontón del barrio era lo natural. Empezó a jugar a mano, como todos, y recuerda que a los 13 ya jugó contra Zaramaga una final, junto a Carlos Osés, de la que le queda el recuerdo del primer trofeo. Habían perdido la ida y la vuelta contra los mismos y en la final la cosa iba mal “hasta que llegó el parón por el ángelus y nos bendijo. Acabamos ganando”, recuerda. Sintió “con pena” el cierre del Vitoriano, “que tanto bien hizo a la pelota y al mismo centro”. Allí vio como Cengotita se rompía un dedo al ir a coger una dejada empujado por el público cuando “ni se había movido hasta entonces”. Recuerda aquel partido porque poco después probaría las angulas -“la primera y última vez”- en el viejo Iradier de la calle Pío XII. Abandonó pronto la disciplina de mano. Algunos tienen blandas las manos y Roberto más aún. El primer partido, ya con la pala, lo recuerda junto a Barambones, con quien luego ganaría algún que otro Provincial, en la puesta de largo del frontón Nº 3 del Beti Jai, tan blanco inaugural “que parecía que estábamos en el cielo”. Habría cumplido los 15 años y ya estaban ahí los Arri, Vicario, Lasa, Félix, Alberdi y Zurbano. Los más jóvenes se apuntarían luego: Sergio, Tejada, Orlando, Urkia, Txesto, Vicuña y Petralanda entre otros. De pronto, entre tanto dato, le viene a la cabeza un triunfo juvenil, en el 82, en el frontón de los Fueros. Era agosto. “Me pregunto”, dice, “si no sería que también gané un Virgen Blanca”. Promete hacer memoria. Un par de años después de aquello comienza a ocuparse de los pequeños del club, captados en Gamarra, cuna de palistas en Gasteiz. Lo mejor de la pelota; chavales que han ido creciendo a golpe de pala, que terminarían luego, un par de ellos, presidiendo la Federación.

Durante una época se atrevió con el xare. Akixo se encargaba de llevarles, a él y a Clavero, a entrenar a Pamplona. En ciernes se celebraría el Mundial de Argentina donde “me llegó la onda que había opciones para meterme en el equipo Sub’ 22”. Finalmente sólo acudiría Clavero. Al menos, junto a Barrena, se impondría en el Provincial de segunda en una modalidad tan difícil y ya en el olvido. Fue una experiencia breve. Cerró el círculo con victorias en tres modalidades diferentes. También el club ha obtenido victorias y títulos en tres especialidades. Mundialistas, algunos campeones, pelotaris de la selección estatal: Tomás Lacalle y Sergio Martínez, campeones del mundo en el 94, Asier Monreal y Txesto Olano, experimentados en mundiales y Copas del Mundo. Pala corta, mano, en pared izquierda y en trinquete. Monreal y Angulo fueron campeones de España de segunda, en Zaragoza 1981, en mano por parejas, como Sergio y Urkia, que por aquellos días se imponían ante Txiki e Inchausti, que era como ganarle a Brasil una final del Mundial.

En 1994 el dúo de corta Lacalle-Sergio protagonizó ante la pareja del Oberena Txiki-Tejada, alavés éste último con licencia Navarra, la anécdota “de la que guardo peor recuerdo”, rememora Roberto. En el partido de ida hubo lío de fechas. Adurtza se presentó a jugar un sábado en Pamplona, así se lo notificaron -la noticia procedía del domicilio de Baldo Peralta- cuando el partido debió jugarse el domingo. En el de vuelta, los nuestros vencían por 35 a 34. La Vasca quiso que se repitiera el de ida y los navarros se negaron. “Alguien se bajó los pantalones” y se retiró del caso. Los navarros debían tener mucho poder. Peralta no entró en razón y Navarra siguió adelante.

Ortiz de Mendívil es “un hombre de club, de los imprescindibles y necesarios”. Aporta, según Sergio Martínez, “ilusión, trabajo, tranquilidad -no se altera- y fidelidad absoluta”. Son 40 años de calma. De continuidad. Por detrás viene Jorge, jugador de mano. El penúltimo eslabón de este escuadrón de marines.