Es un hombre afable que sólo recuerda lo bueno de la vida. Se nota. Es un tipo feliz y risueño que ha reseteado alguna que otra vez su memoria y borrado los puntos negros de su larga existencia. Veterano pero no viejo, ¡qué va!; todavía le brillan los ojos y sonríe cuando te cuenta las cosas y te hace partícipe de sus recuerdos. Lleva con orgullo el honorífico cargo de presidente del club Zidorra, la sección de pelota del Estadio, al cual sirvió durante años haciendo migas con los miembros del club y con los demás clubes alaveses de pelota. Recuerda con emoción el viejo frontón, el hangar aquel, tremendo, largo y alto, sobre la loma de la Sociedad Deportiva Estadio, pero se rinde con emoción ante la actual estructura que se levanta sobre su base. Un moderno trinquete para los nuevos tiempos. El frontón se caía a pedazos. Era un espacio vacío. Hubo un tiempo que el club Zidorra contaba con 300 pelotaris. Al final de sus días muy pocos lo utilizaban. Ahora, con tiento aquellos, con curiosidad los veteranos y con muchas ganas los más jóvenes, andan descubriendo el nuevo escenario, donde se levantaba el frontis del viejo, al que por su izquierda y sobre él se han añadido salas multiusos, nuevos vestuarios y una cancha multideporte espectacular. Dice Roberto, que Arrizabalaga es digno y buen hijo de quien fuera presidente de la Federación, hombre trabajador y muy inteligente. Y un innovador. Al actual presidente del Zidorra le tiene por un conseguidor. Javier, el padre, y Alberto el hijo. En noviembre de 1987 Roberto era elegido presidente del club por unanimidad. Hasta el 92 le acompañaron Bagazgoitia, Areitio, Pedro Hernández, Jesús Fernández, Villaverde, Luis Galdos y Fernando Pascual. En aquellos tiempos tocó mejorar la iluminación del frontón y cubrirlo por la derecha. El agua se metía hasta la pared izquierda cuando arreciaba la lluvia. El nombre del club viene de cuando se levantó el frontón en el lugar justo donde, sobre plano, podía verse un viejo sendero. Emilio Apraiz fue el artífice de la obra y el sendero bautizó al club.

Ruiz de Azua tiene hoy 76 años. Anda mucho y entre medias mira escaparates. Dolores misteriosos entre la cadera y el empeine han puesto el stop a tanta actividad. Roberto ha sido pura energía, activo, pelotari y nadador. Y cazador. Un gran cazador, de los de escopeta de dos cartuchos -la de toda la vida- con la que conseguía trofeos que luego cocinaba con mucho gusto y sabrosura María Luisa para la familia y para los amigos. Comenzó nadando, su gran pasión, cuando a los 15 años alguien le preguntó si sabía mantenerse a flote en el agua. “Necesitamos nadadores”, le dijo un hermano de Rafael Jorde en plena calle Ortiz de Zárate en 1955. Buscaban cien nadadores para los 100 metros. Por ahí andaba Txotxe López de Aberasturi, del antiguo Judizmendi, entre Los Herrán y Olaguíbel, cuando hombres y mujeres nadaban por separado. El Estadio heredó aquello y todavía hoy, no en la práctica, está la de mujeres y la piscina de los hombres. Curioso. En el 61 hizo las últimas travesías, el río Pas contracorriente y la infernal de Ullivarri-Gamboa, que comenzara en Maturana subido en el yate de Moisés Roa, sastre y armador autodidacta. Construyó la embarcación en pleno centro de Vitoria, en una esquina de la calle Cuchillería, y para sacarla de ahí tuvo que tirar antes la pared del edificio. El 30 de septiembre de aquel año recorrió los 12 km de travesía hasta la meta en 3 horas y 45 minutos. De sus años de nadador rememora con añoranza las 24 horas de natación y el acompañamiento en las peores horas, las que le tocaban a él, a partir de media noche y entre las cuatro y cinco de la madrugada, del gran Tanis Aguirrebengoa, un segundo padre, al grito de “ale majico”, expresión a la que tantos vitorianos estuvimos habituados entonces. Poco después, cumplidos los 21 se encontró con la pelota. En concreto con la paleta. Junto a Azkorreta, Ernesto Gil, Julio Samaniego y, más tarde, con Félix Echebarria, José Maria Guerenabarrena y Paco Tuesta. En el Estadio y muchas mañanas a muy temprana hora, en el Vitoriano. Era 1961. Debutó de blanco en 1974 y aguantó hasta el 89, cuando le reventó la rodilla izquierda, los meniscos y el cruzado. Ganó cinco veces el torneo del Zidorra y otros cinco el élite del Estadio.

“nunca vi otro como iturri” Con el fenómeno Igartua se impuso en el Provincial de paleta argentina. Ha ganado en Adurtza, en Zaramaga, el torneo San Prudencio y el Virgen Blanca. Acompañado y en contra de José Mari Igartua, de Javier Ciaurriz, de Iñaki Cariñanos y Antón Areitio. Con Javier Guevara quedarían terceros en el estatal de Lecumberri. En cierta ocasión, en julio de 1989, jugó con Cariñanos el torneo del Estadio. Los rivales eran Vicente y Ballesteros, un par de jóvenes de los de armas tomar. Les avisaron de que aquello iba a terminar mal. “Os apalizan”, les anunciaron. Y en efecto, el partido terminó 35 a 11, pero a favor y de aquella pareja de chavales nunca más se supo. Contra Manchola y Helgueta y con 34 iguales en el marcador le llegó la pelota más complicada de su vida. Respondió de revés a 50 metros del frontis. La pelota golpeó sobre la chapa y cayó como una manzana. Manchola se tiró a por ella pero no llegó. Con aquel golpe sueña alguna que otra noche. A Roberto le iba la vida en cada partido. Ponía todo de sí para ganar. Hacía lo imposible. Sin zurda apenas y con un saque suavecito, le encantaba sacar con una pelota viva que botaba cerca del “pasa” y se iba casi al rebote y a gran altura para impedir el resto del rival. Prefería ganar en primera que subir a categoría especial y ser uno más. Carácter ganador por encima de todo. Nunca vio otro como Iturri. Eran él, y en todo caso Iturri y Begoñes VII. Manejaba el tanto y el partido a su antojo. Ponía la pelota donde ponía el ojo y tenía los antebrazos de Popeye. El genio del frasco. Esencia pura.