vitoria - Hay quien dice que hablar de Mikel Sánchez es hablar de palabras mayores. De uno de esos contados ejemplos que la ciencia, de vez en cuando, alumbra para el beneficio de todos. Hablar de las manos y el talento de este vitoriano es rendirse a una forma de entender la medicina más tradicional, alejada del foco público y el glamour de muchos de los pacientes que pasan por su consulta, algunos procedentes de los más diversos rincones del planeta y otros con una carga mediática extraordinaria como el tenista Rafa Nadal, el primero de una larguísima lista de deportistas de alto nivel que han sido tratados por su equipo en Vitoria.
Sin embargo, y a pesar de estas credenciales, si hay un rasgo que realmente define a este traumatólogo vitoriano es la humildad, a veces casi enfermiza, para enfocar una vida de servicio. Una carrera de referencia internacional donde ni la fama ni el dinero han sido capaces de nublar su juicio, más bien todo lo contrario. Por extraño que parezca, gran parte de la notoriedad de la que hoy goza este galeno se debe a las ovejas, fundamentales en su obra y a las que concede gran parte de su éxito. “Ovejas que marcaron mi carrera”, reconoce hoy con gran tino, imprescindibles para poder avanzar en el campo de la ciencia. “Es una relación curiosa la que mantengo con ellas, ya que lo pasas mal cuando experimentas pero se te pasa cuando compruebas después que de los resultados dependerá la salud de muchísima gente”.
Quien parece hablar es el mito, pero nada más lejos de la realidad. Cuando más crece la leyenda, más se asoma el hombre, Mikel a secas, como le gusta ser tratado. El mismo que de adolescente tuvo que exiliarse junto a su familia a Francia por razones políticas en aquellos convulsos años 60 en Euskadi. Dejó entonces Vitoria pero sobre todo, su Gopegi del alma, el retiro donde se asienta el caserío familiar y donde acude siempre que el norte amaga con desviarse. El mismo enclave donde empezó a revolucionarlo todo en los años ochenta dentro de un emergente campo como era el de la cirujía artroscópica.
Sobre la mesa de aquella gran cocina del caserío familiar y en compañía del oficio de su padre y hermanos comenzó a diseñar y fabricar los instrumentos médicos con los que realizaría después las artroscopias de aquellos primeros ligamentos cruzados... Con el tiempo llegarían también las nuevas técnicas para la cirujía del hombro y a finales de los noventa, con la llegada del nuevo milenio, el salto diferencial en compañía de Eduardo Anitua, fundador del laboratorio BTI. Entre ambos implantaron la aplicación del plasma rico en factores de crecimiento para la medicina regenerativa, un hito sin precedentes en la historia de la medicina contemporánea que el propio Sánchez resume así: “Cuando se produce una lesión, las células del cuerpo saben que deben repararla y para ellos hay señales (las proteínas del factor de crecimiento) que indican cómo hacerlo. Pues bien, lo que nosotros hicimos fue juntar todas esas proteínas en ese lugar y dejarles que se pusieran a trabajar, es decir, copiamos un proceso que hace la naturaleza y que permite recuperar antes las lesiones”.
Con la misma simpleza de su carácter, hace unas semanas volvió a ofrecer otra lección magistral, en este caso ante un grupo de periodistas, para explicar la última de sus revoluciones, un guiño en toda regla a la tecnología del futuro 4.0, precisamente la misma que el departamento de Industria del Gobierno Vasco ha señalado como estratégica para Euskadi en los próximos años. El siguiente eslabón en su cadena de valor resulta esta vez tridimensional, es decir, a través del manejo de imágenes en 3D por ordenador y de moldes sorprendentemente parecidos en plástico a los huesos lesionados, su equipo será capaz de mejorar los diagnósticos y los tratamientos necesarios. “Los resultados son evidentes y demostrables; hemos logrado más seguridad, intervenciones más cortas y un proceso más rápido en la recuperación del paciente”, advirtió Sánchez.
Hasta la fecha de la presentación de esta nueva y revolucionaria herramienta, el galeno reconoció haber probado el potencial del 3D en un centenar de pacientes, entre los cuales citó algunos ejemplos de próspera recuperación. Casos como el de un chaval de 17 años afectado por un tumor benigno en la cadera al que se pudo operar con mayores garantías una vez realizado el escáner correspondiente, que permitió después imprimir en plástico la cadera lesionada y “limpia”, sin ningún tejido; o una mujer de 42 años a la que se pudo reconstruir una rodilla “explotada” tras un accidente de tráfico.
Ejemplos reales interconectados con una tecnología que hasta no hace mucho era interpretada en clave de ciencia ficción. Para la suerte de todos, este vitoriano la aplica a diario en el centro privado donde ahora mismo desarrolla su labor. Un lugar casi espiritual por donde es seguro continuarán peregrinando las caras más reconocidas del deporte profesional. El primero de los galácticos que llamó a su puerta fue Chicho Sibilio, al que tuvo que atender de urgencia en Gopegi mientras disfrutaba de sus vacaciones. Le seguirían después Beloki, Olaizola, Donato, Scola, Calderón, Oberto o Rafa Nadal, del que concluye: “Lo excepcional de él es su biología y su fuerza de voluntad para el trabajo”.