madrid. Cuenta Jesús Manzano, ayer como testigo en el juicio de la Operación Puerto como hace tantos años en las declaraciones que prologaron el final de la trama de dopaje, que entre la montaña de medicamentos que les mandaban tomar Vicente Belda y Eufemiano Fuentes en el equipo Kelme estaban el Actovegin, de origen bovino, y el Oxiglobin, una hemoglobina de origen canino, lo que hacía que el director alicantino dijera de sus corredores que "unos días van ladrando y otros mugiendo". Ese era el lenguaje del dopaje y Manzano tradujo ayer algunas de las palabras de su diccionario. Reveló los nombres en clave de algunas sustancias. Por ejemplo, pelas se utilizaba para referirse a la EPO; aceite para la sangre; gas bus para el Actovegin; alubias para el Andriol, un tipo de testosterona que solo se usaba en entrenamientos; o cuadriculadas para las pastillas que eliminaban por el sudor y la orina la albúmina y el suero con los que habían disimulado el hematocrito alto. Todo eso, para trucar el motor, como asegura el exciclista que le dijo Belda cuando le habló por primera vez de dopaje.
Luego, ese lenguaje formó parte de su rutina. Manzano, que asegura que sus declaraciones poco o nada tienen de venganza y sí mucho de iniciativa "para limpiar el ciclismo", relató que las prácticas de dopaje eran sistemáticas, generalizadas y masivas en el equipo Kelme. Implicó en esa trama a los técnicos Belda y Labarta y a los médicos Eufemiano y Yolanda Fuentes porque "la planificación física estaba coordinada con la médica". A todos ellos, como acusación particular, les reclama una indemnización de 180.000 euros, mientras que el primer día del juicio retiró la acusación contra Manolo Saiz, mánager del Liberty Seguros en aquella época, de quien dijo ayer que "no tiene nada que ver en todo esto".
Manzano se refirió exclusivamente a su etapa como corredor del Kelme entre 2000 y 2003, periodo durante el que aseguró se sometió a un programa de dopaje que siguieron todos los corredores del Kelme -salvo Juan Miguel Cuenca, por un problema en las venas de sus piernas-, que incluía el suministro sistemático de medicamentos y extracciones y reinfusiones de sangre.
Volvió a recordar capítulos como el de las tomas de EPO con las que se les subía artificialmente el hematocrito y era inyectado por vía intravenosa o subcutánea en tratamientos que duraban un mes, tras los que paraban 12 días para eliminar restos. Al término de ese proceso se les extraía un litro de sangre que se guardaba en dos bolsas de 500 mililitros para posteriores reinfusiones. Él, aseguró, se sometió a dos.
Otras veces, la EPO se administraba durante las carreras. En esos casos, los médicos proporcionaban a los ciclistas unos "polvos blancos" que eliminaban las proteínas de la orina e impedían detectarla en los controles. "Los de hematocrito bajo bajaban antes al control, mientras a los demás nos inyectaban albúmina humana y suero (que aumentan la fluidez de la sangre). Si nos pinchaban en el brazo izquierdo, para el control ponías el derecho", reveló. Manzano también señaló a los médicos Alfredo Córdova y Walter Viru, este último, implicado en 2009 en la Operación Grial.
Era el Kelme el que asumía el coste de unos tratamientos que, además de EPO, incluían HMG -hormona femenina que obtenían con recetas a nombre de Yolanda Fuentes- Actovegin, Oxiglobin y otros fármacos cuyo consumo era "obligatorio" en el equipo. "Si no sigo tomándolos, automáticamente voy a la calle. Esta era la práctica. Esto es lo que hay, pensábamos", dijo Manzano, que en una etapa del Tour se desmayó y se cayó de la bici después de tomar Oxiglobin y al que una bolsa de sangre en mal estado que se reinfundió en Valencia le provocó un shock por una grave reacción alérgica. Esas bolsas de sangre viajaban al Tour escondidas "en un brick de vino o de zumo. Las llevaba la paloma mensajera, Alberto León, porque allí había otra legislación y podías ir a la cárcel". En España, contó, era otra cosa. "Iban muy tranquilos". "El mismo Eufemiano venía al hotel de concentración con su flamante Porsche lleno de productos para el equipo". A veces, las bolsas de sangre se colgaban de los clavos de los cuadros de los hoteles antes de ser reinfundidas. "Cualquier día se podía quedar uno muerto", aseguró sin tener que traducir el significado de lo que decía. Ese lenguaje lo entendió todo el mundo.