por carretera, existe una hora de distancia entre Hondarribia y Goizueta, los dos pueblos que vertebran la vida de Aimar Olaizola (13-XI-1979). "Hacemos unos 60.000 kilómetros al año", manifiesta el delantero. Y es que, el goizuetarra ha abandonado su pueblo natal, al que sigue calificando como "el mejor sitio para vivir", para desbrozar su vida al lado del mar, lindando la frontera con Iparralde; sin embargo, como afirma Aimar, "no suelo ir mucho al mar, soy más de monte". Así lo explica, explícito, sin ambages. La realidad sin velos, sin escapes, sin espejos distorsionadores. "Andar en el monte es bueno. ¡Mejor que estar en los bares!". Se ríe. Caninos al aire. Es su nueva vida la que reside en la localidad costera guipuzcoana, con la brisa marina, esa que guía las almas de los lobos de mar, esa que alimenta los barcos con el suave bamboleo de las olas portuarias. El mar Cantábrico en la punta este de Gipuzkoa, frente a Hendaia, allá donde la Bahía de Txingudi pierde su ser ante la mole del Jaizkibel: 400 metros de altura natural desde el nivel del mar de media. A 543 metros, la pared de Allerru, un muro. El monte, que revienta piernas en la Clásica de San Sebastián, donde Laurent Jalabert, Lance Armstrong y demás pintaron sus nombres a fuego, asimismo, contempla la ermita de Guadalupe, que planea sobre Hondarribia. En este enclave, más alejado de los designios del agua salada, los envites de las olas, embarcaderos y remos. "Prefiero el monte", repite, y allí es donde se explaya con una de sus pasiones: los perros. "Setter siempre", explica. "Los perros están conmigo en casa, siempre se vienen conmigo", afirma y apostilla que "ahora tengo nuevos. Tengo cuatro jóvenes. Uno de año y pico, otro de cinco, otro de siete y medio y otro de tres".
Detrás de la pasión por los canes, la caza, asunto de magnitud en la vida de Aimar. El goizuetarra es un amante de las becadas. "Voy a cazar con los perros siempre que puedo", manifiesta el delantero, quien añade que "lo malo es que las fechas de caza coinciden con las de campeonatos". Entonces, toca resignarse. Comienza su otra versión, la de deportista. Tampoco demasiado alejada de la que muestra el de Goizueta con el rifle al hombro. "En la caza no te queda otro remedio que ser paciente. Si en la caza no lo eres... Y aquí -mira Aimar al suelo-, también", analiza. Y si por algo se caracteriza Aimar es por su paciencia en el asfaltado. Desgrana los segundos, los minutos, los golpes: su vida en el frontón. Sabe estar, sabe moverse. Con paciencia. Como un orfebre.
Es el espejo en el que se refleja Olaizola el sostén de sus manos. No en vano, Aimar, mientras se quita los tacos con precisión de cirujano, no pierde un ojo de sus herramientas de trabajo; con el otro mira a Aitor Díez y Alexis Apraiz. Estos se desfogan en el mano a mano en el negro del frontón Bizkaia, en el escenario de la final, donde el goizuetarra, acompañado de Aritz Begino, se enfrentará a Yves Xala y a Abel Barriola. En ese marco, se mide Aimar. "Su pasión". "Con seis siete años mi ilusión era ser pelotari. Además tengo a mi hermano que es cuatro años mayor que yo. Le veía jugando y desde crío quería jugar. Me pasaba el día en el frontón", analiza el manista. Aimar, acodado en su hermano Asier -quince años de profesional-, desnudó su afición hasta desplazarla al sitio preferente de su mente, de su vida. Por eso no pierde ojo de lo que hacen Aitor y Alexis. "A mí me encanta jugar y si hay partidos en la tele, ya sea de alevines, infantiles..., lo veo", declara. Y son sus ojos marrones, al observar el golpeo, los que lo justifican. Su sonrisa, lo refrenda. Las palabras se las lleva el viento, pero el gesto prevalece: vivaz, elocuente y reflexivo. "Siento la pelota". Fin y camino. Afloran los gestos. "Todavía tengo años de pelota -se ríe de nuevo-. Pero también me gustaría ser técnico. Gustándome tanto el mundo de la pelota, el estar vinculado a él, es muy bonito". Una mirada al futuro.
En el libro de las experiencias, un tótem inevitable: la lesión de rodilla. "Personalmente esta final es importante. Cuando estás mucho tiempo parado le das muchas vueltas a la cabeza", recuerda el manista. Fue en el Labrit donde se le seccionó el Manomanista, el ligamento de la rodilla y siete meses de juego. "Se te pasa por la cabeza que nunca vas a poder llegar a estar donde estabas ni al nivel que tenías", evoca Olaizola los pedazos rotos del espejo interior. "Normalmente soy bastante positivo. Pero cuando estás siete meses parado...".
Y se parten las palabras.
"Lo peor suele ser al principio. En mi caso tenía que ir todos los días a la clínica La Esperanza de Gasteiz", prosigue, "son seis horas de trabajo diarias y no es fácil". La virtud de Olaizola reside en la experiencia. "De todos modos, yo soy optimista y ya había sufrido otras lesiones largas", añade, mientras, se deja de tocar las manos, y analiza que "es en balde bajar la cabeza y empezar a darle vueltas. Lo más importantes es pensar en positivo, mirar hacia delante y trabajar para volver cuanto antes lo mejor que puedas". "Todavía no estoy al cien por cien, me cuesta defender, la semana pasada me di un susto, un tirón...", declara.
"han sido como dos años" Entonces, amanece el Aimar positivo, que hace balance de lo pasado desde aquel 12 de abril, mañana hace trece años, de 1998, en el Jaian Jai de Lekunberri, donde debutó. "Han sido como dos años", concreta el goizuetarra, quien apostilla que "esto pasa muy deprisa". "La vida del deportista es rápida y corta. Debuté a los 18 años, que parece que son muchos años, pero a mí se me han pasado a toda velocidad", desgrana. Y en ese tiempo: "he jugado finales, tengo siete txapelas y lo que quiero en los años que me quedan es seguir sumando txapelas. Pero, si no se gana, lo importante es seguir en este nivel".
En el horizonte, los jóvenes. "Lo que está claro es que, si bajas un poco el acelerador, hay gente joven que viene pegando fuerte y si flaqueas te pasan enseguida. Me veo bien en este nivel, pero ya tengo 32 y poco a poco iré notando que iré bajando. Hay gente joven que viene y es ley de vida", remata. Tal y como hizo él, un ascenso himalayista a la cumbre del éxito: repleto de halagos, lleno de críticas y abrazado a las expectativas de los demás. "El trabajo es lo más importante. Yo nunca he dado importancia a lo que opine la gente. Cada uno debe ser consciente de lo que tiene que jugar y lo que juega", concreta Aimar.
"va a ser niña, casi seguro" El halo de distancia que despide en la cancha, en la que aparece habitualmente frío, ennortado y sin fisuras, desaparece de repente. Entonces, su rostro, cincelado, se transforma en uno nuevo. "¿Un recuerdo? Si fuera padre te lo contaría, pero como todavía no lo soy... El año que viene te lo contaré". Con una sonrisa remarca el "todavía". Incide en esa palabra con orgullo. "Ya hemos pasado las primeras ecografías y todo eso. Mi novia está ya cuatro meses y medio, casi cinco". Lo dice con orgullo. "Va a ser niña casi seguro. Esta semana nos dicen fijo el sexo", adelanta y añade que "todavía no tenemos el nombre". Relata orgulloso su nueva esperanza. "Siempre he tenido la ilusión de ser padre". Asoma en su cara una imagen desconocida en su faceta más pública. Se saca un gesto tímido.
Como en casa, en Hondarribia, donde su faceta es diferente y Aimar asegura que "prefiere cocinar a otras cosas". Desnuda su interior. "Hago de todo un poco", desbroza. "Fregar no me importa mucho", mantiene.
Vertebra su vida con esa pose, relajada, de quien palpa muy bien las palabras, del que, como en la caza, se apuesta, guarecido, hasta el punto culmen de la espera: cuando aletea el ave o vuela el cuero cerca del frontis. Se ve el rayo de sol que ilumina su vida cuando habla de su futura hija, del monte o de la pelota. Los lucernarios del Bizkaia, mientras tanto, maniatan la luz dentro de la cancha. Aimar Olaizola se levanta. Mira a la cancha. Apraiz y Díez ya han abandonado el piso. Se encamina hacia los vestuarios. De vuelta a la vida. A los sentimientos. A la caza. A la calidez de lo que hay más allá: en las entrañas. Se mira al espejo. "Siento la pelota". Palabra de Aimar.