Cogió a su hija Arhane con las manos aún en llamas y la alzó sobre su cabeza, hacia el cielo del frontón Ogueta que caía rendido a sus pies. En aquel gesto se fundían los años de sacrificio, la descarga de la tan característica tensión que reviste a Juan Martínez de Irujo en cada final y ese sentimiento único de los príncipes cuando son aclamados, cuando se sienten ya reyes. Gemma miraba la escena con la tensión de madre de estreno. Pero en aquel gesto de mostrar su descendencia a la tribu estaban escritos dos mensajes: nada ha cambiado, yo he venido para durar.
Del mismo cielo al que miró ha bajado muchas veces la protagonista de los prolegómenos del partido, Edurne Pasaban. La mujer que ha convivido con el frío encontró confort en el calor del Ogueta. Mientras el frontón se ponía en pie para agradecerle su vuelo sobre las águilas, lanzó la chapa al aire. Salió azul. En su mano estuvo la única ventaja del Yves Xala en toda la tarde. Ya el dinero, siempre tan cabrón e inclemente, cantaba de salida la canción del verdugo para el león de Iparralde: cuarenta a cien en su contra.
No hacía falta, es probable, que Juan destrozase la resistencia de Xala como lo hizo. El fuego cruzado de su mano derecha contra la pared contraria del frontón fue incesante. Volaba la pelota a la velocidad del rayo e Yves era un hombre cegado por la luz. Incapaz de ver entre las nubes por dónde venía el fuego de cuero curtido, Xala acabó rendido. Izó bandera blanca de rendición mediado el partido, cuando comprobó que no iba a soplar ese viento extraño que a veces desquicia al gigante de Ibero y apenas opuso defensa a la lluvia de pelotazos que anegaba sus sueños de campeón.
No era ése el pronóstico al comienzo del partido, cuando el pelotari de Lekaine parecía concentrado como un sabio matemático. Esa actitud de precisión le alcanzó para llevarse los cuatro primeros tantos. Un Irujo errático y temperamental, uno de esos Irujos que acostumbran, tal vez se hubiese enredado en sus demonios. Ayer no, ayer era Thor, el inclemente dios de las tempestades.
Le animaban desde las gradas como a un general victorioso le vitoreaban a la entrada de Roma. Bien mirado, Juan tiene perfil de patricio. Le animaban, digo, con más intensidad que a Xala, a quien también le faltó aliento de la silenciosa y respetuosa afición de Iparralde. Fueron testigos de cuanto les cuento viejas glorias de los frontones como Jesús García Ariño, Iñaki Gorostiza, José Arriaran, Luciano Juaristi, Hilario Azkarate, Koldo Artetxe o Miguel Gallastegi, entre otros muchos; Bittor Alkiza, Xabier Eskurza, en muletas; Juan José Lertxundi, Gregorio Rojo, José María Arrate, Pedro Aurtenetxe, Gorka Izagirre, rey del txakoli; Kepa Badiola, Karmelo Etxabe, Fernando Rekalde, Carlos Lasa, Juan Manuel Delgado; el alma del restaurante Zortziko, Daniel García, Iñigo Gorrotxategi, José Galdeano, corazón del Maipu, Enrique Otaduy, Miguel Etxabe, José María Arrate, el cantante Mikel Urdangarin, el pintor José Luis Zumeta y un sinfín de asistentes que, año tras año, reproducen la misma escena: el vuelo de las apuestas y el rastreo de los gintonics, reyes aboslutos lejos de la piedra del frontón.
Habíamos quedado en que Xala tuvo un arranque de búfalo en estampida. Ni entonces, cuando parecía un firme candidato al cinturón de oro; ni después, cuando las dentelladas secas y calientes de Juan le tenían el ánimo malherido asomó la emoción en el rostro de sus padres, Pierre Sallabery e Yvette. Pierre, el hombre tranquilo, sólo golpeó la barandilla enrabietado con el 8-5. Juan había encadenado su tercera parada consecutiva al txoko y al buen Pierre le llevaban los demonios. Masculló un "¡imposible!" entre dientes. Era una premonición. Juan Ángel Martínez de Irujo y Bittori, padres de Juan, eran para entonces, el negativo de la imagen; veían a su hijo a lomos de un caballo con alas, rumbo a la gloria.
La alcanzó con el tanto más hermoso de una tarde de zaparzos, más hosca y violenta que de filigrana. Tuvo primero el tanto Xala con una pelota floja a media cancha, se recompuso el hombre de los bíceps de oro y acabaron ambos pelotaris cuerpo a tierra, con sendas voleas bajas.
La de Juan era el infierno para Xala, inalcanzable. He ahí la metáfora del partido: una ventaja desaprovechada y el huracán desencadenado. Lo vieron de cerca Patxi Mutiloa, Fernando Goñi, Luis Juaristi, Miguel Berastegi, Begoña Zubieta, Aitor Madariaga, Iñigo Leiza, Alexis Apraiz, Iñigo Zalbidea, Borja Osés, Kepa Arriotajauregi, Amancio Valiño, rey del Kate Zaharra; Gorka Muga, Gaizka Fernández, Iker Espin, Begoña Rey y otros cientos.