La enorme instalación 'Un pedazo de cielo cristalizado' del artista bilbaíno Javier Pérez, que preside la entrada del museo Artium desde su inauguración en 2002, ha vuelto a brillar para impactar a los visitantes cuando acceden al centro, después de someterse a una restauración y limpieza de las 12.000 piezas de vidrio soplado con forma de lágrimas que la componen.

La obra forma parte de la colección permanente del Artium y preside el vestíbulo del museo. Se trata de una cúpula invertida suspendida del techo de diez metros de diámetro por cuatro de altura, y la vibración que se le aplica cada cierto tiempo mediante un mecanismo produce un característico tintineo al chocar las ampollas de vidrio unas contra otras.

Javier Pérez (1968) representó a España en la Bienal de Venecia de 2001 con esta monumental obra antes de ocupar su lugar en el museo vitoriano.

El pasado 18 de noviembre comenzó su restauración gracias a un convenio de colaboración entre la Fundación Artium y la Fundación Iberdrola, y el minucioso proceso de revisión y limpieza pieza por pieza ya ha concluido.

La directora del Artium, Beatriz Herráez, junto con la Azucena Prior, la directora de la empresa Artyco que ha llevado a cabo la restauración y el presidente de la Fundación Iberdrola, Jaime Alfonsín, han presentado el trabajo concluido en un acto con los medios de comunicación.

El proceso de limpieza ha requerido, además de la participación de personal especializado, de la instalación de una compleja infraestructura para facilitar el acceso a cada una de las burbujas.

El artista

Javier Pérez se formó en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU) y en la École Nationale Supérieure des Beaux-Arts de París (ENSBA), ciudad en la que residió entre 1992 y 1997.

Su trabajo se ha exhibido en galerías y museos como el Centre Pompidou de París, el museo Guggenheim de Bilbao, el Palais de Tokyo (París) y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, entre otros.

En un vídeo difundido durante la presentación, Pérez explica que la obra respondió a la reflexión sobre la ciudad de Venecia, sobre lo que le sugirió esa ciudad tan enigmática y frágil, y señala que acabó en el Artium porque las obras tienen vida y se van enriqueciendo.

Además de la experiencia visual, destaca que tiene un componente físico por su movimiento que refleja la fragilidad y el miedo a que en algún momento se pueda desplomar.