Bernardo Atxaga, (Asteasu, Gipuzkoa, 1951) pasó este martes por Iruña para presentar su nuevo libro Paradisuaren kanpoko aldeak. Idatzi komikoak eta tristeak, editado por Pamiela, y traducido al castellano por Cuatro Lunas (Exteriores del paraíso. Escritos cómicos y tristes). La visita de Atxaga se convirtió en una oportunidad para pasar media hora con él, y preguntarle por esta obra – con algunos apuntes biográficos–, por su momento vital y creativo, así como por cuestiones pegadas a la actualidad. El escritor guipuzcoano mece con suavidad la mayoría de sus reflexiones, desvela algunas de sus sensaciones al transitar por la setentena, y su voluntad de “hacer un punto y aparte”. Atxaga huye de la etiqueta de sabio, aunque reconoce que “siempre está dándole vueltas a la cabeza”.
¿Con este nuevo libro estamos ante una miscelánea, un ejercicio de libertad creativa? ¿En qué medida está influido por una determinada edad y unos cambios vitales?
–La palabra asusta un poco, pero indudablemente este es un libro testamentario. Más allá de una compilación, es como una exposición, no del todo retrospectiva, porque también hay textos recientes. Esta muestra la organizo a partir de mi propia teoría de la literatura. No lo parece, pero es un manifiesto. El libro lo abre una entradilla que refiere lo que un campesino, Pedro Buruaga, dijo sobre el paraíso, el cielo y el infierno.
Una teoría sobre el saber vivir.
–Efectivamente. Podía haber puesto a Charles Baudelaire, a un poeta metafísico del XVII, o a alguien de la institución literaria. Moraleja: en mi teoría no hay diferencia entre los textos que llaman de tradición oral y los textos de tradición escrita. No me interesa esa distinción que está en todas partes. Por eso digo que es un manifiesto, entre otros muchos.
“Le diría a Yolanda Díaz que se fije más en Belarra, que ha sentado mejor los pies en el suelo y está diciendo cosas que alguien tiene que decir”
Con el binomio de lo cómico y lo triste. Como los ánimos fluctuantes incluso en un mismo día.
–Exacto. Mi madre decía que veía el mundo de una manera de noche y de otra de día. Siempre lo repetía, gauez, egunez... Lo más atrevido es poner en la portada tristes, porque esa palabra ha perdido con el uso y el abuso. Pero creo que sigue teniendo fuerza, un refrendo en la realidad. Con respecto a combinarla con lo cómico, hay zonas fronterizas, comunes, como aguas mezcladas. Hubo un momento en que el reptil se hizo pájaro, y una zona fronteriza de indefinición. Ese es mi propio juego.
Hay gente que se inquietará y se preguntará en qué está pensando Atxaga al hablar de ‘testamental’.
–Estoy pensando, por ejemplo, en no leer más en público, por ejemplo, al menos no aquí o donde se me conoce. No me quiero poner bíblico, pero el Eclesiastés es un libro muy sabio, y hay un momento para las lecturas públicas y otro para dejarlas. Y a final del año pasado decidí no dar más.
¿Por qué?
–Tengo una sensación de que ahora quiero hacer punto y aparte. La tercera parte del libro se llama Poemas sueltos de despedida. Dentro hay uno titulado Últimos números, y cuando la gente lo lea también se va a reír.
Pero se extrae un tono melancólico.
–Sí, aunque luego está la parte cómica. Esa es la visión completa del carácter testamentario. (Cuenta en ese poema cómo a causa de su edad no le concedían ni un euro para un crédito y al renovar el DNI le dieron uno perpetuo hasta el año 9.999).
“Lo que mueve al mundo sobre todo es el odio. El amor requiere acción, el odio solamente reafirmarte con esa mala gasolina”
En una consulta bancaria para un crédito, la entidad le colocó numéricamente como una persona...
–Muerta.
Iba a decir sin mucho futuro...
–No, no, mucha gente, cuando lo lea, dirá que, efectivamente, la realidad es así. Y no solamente es el banco, es el Estado con el DNI ... Hay una risa sardónica ante la desgracia, pero comúnmente es amarga. Aquí no, es como un gag, donde me río del asunto. Yo me muevo en ese filo. Si lo hiciera completamente en serio, me parecería enfático, retórico, porque el problema de la seriedad total es que se ha utilizado mucho para decir mentiras...
Igual es un arma de la edad. Ante las señales de alerta y la conciencia de vulnerabilidad...
–Desarrollemos una defensa, que es una distancia. El humor es eso. Como dijo un poeta iraní, mañana la luna nos buscará en vano. Pero, por ahora, vamos a reírnos un poco. ¿Sabe la imagen de Godalet Dantza, con el vaso de vino y el dantzari rondando y saltando...? Yo con los grandes problemas hago como el bailarín, mientras pueda y me deje la vida.
Sin derramar el vino.
–A veces pasa. Hace unos días murió el traductor francés de mis libros. Pero con su familia hemos decidido seguir con la relación, como si André estuviera. A veces el vino se derrama, es inevitable, las palabras no alcanzan todo, pero hay que intentarlo.
“En mi teoría literaria no hay diferencia entre los textos que llaman de tradición oral y los de tradición escrita. No me interesa esa distinción”
“En el imaginario actual, Francia está mucho más lejos que Nueva York”, dijo hace años. Usted vivió en Estados Unidos, pero parte del libro se desarrolla en territorio francés.
–Es algo consciente y voluntario. Decidí ampliar mi territorio literario con Francia, indudablemente cercana, ya no digamos Baiona. Hay un imán tremendo debajo de la mesa, el poder mediático de Estados Unidos, un país muy poco recomendable, y pensé cómo las virutas de metal se mueven donde el imán. También pensé que nunca jamás volveré a Estados Unidos, y sin embargo, literariamente me parece que lo triste casa bastante bien con lo francés.
¿Por la luz?
–Sí, Francia me ha parecido siempre un país un poco triste en su paisaje, sus ciudades, sus pueblos vacíos... con una concepción ideológica en muchos casos muy aceptable. Se nota que son republicanos, y organizan lecturas públicas en pueblecitos, cárceles... Esa combinación me gustaba mucho. Y tuve la experiencia de participar.
Habla, por ejemplo, de una lectura pública que hizo en la prisión de Mauzac.
–Es muy impresionante llegar a una cárcel, leer unos textos...
Con la sensación posterior de terminar y poder salir de los muros.
–Si es verdad que solo el instante es eterno, ese momento lo es. Cuando sales, unos policías como castillos abren la puerta y estás en el parking exterior, ante el coche que me iba a llevar a Périgueux, a tomar una cerveza, o dos, o tres, por la impresión de estar encerrado.
Las abejas asoman en el libro. Usted dirigió además una revista literaria llamada Erlea (abeja).
–En el mundo simbólico vasco las abejas se consideraban como parte de la casa. Y cuando moría alguien, el viudo o viuda comunicaba a las abejas esa muerte para que hicieran miel y cera, y sobre todo cera, para la función religiosa. Hay que pensar bien qué elementos elegimos de la realidad, porque no todos tienen el mismo peso simbólico. La abeja aparece en las fábulas, en las tradiciones populares, en los dibujos animados... Es un insecto de un gran rango simbólico. Y luego está cómo actúan. En cuanto a Erlea, estoy muy orgulloso de esa revista. Con mi mujer, Asun Garikano, nombrada hace días en Pamplona académica de Euskaltzaindia, pasamos muchos veranos haciendo la revista. Muchos días y muchas noches.
Navarra continúa zonificada y parcelada respecto al euskera, que sigue siendo una lengua vulnerable entre muchos recelos; si bien también con avances.
–Es que la lengua es muy importante en la vida de las personas y de las sociedades. Siempre lo ha sido, y esa importancia hace que sea objeto a veces de amor y otra de aversiones. Vamos a ser realistas. Ya sabemos que lo que mueve al mundo sobre todo es el odio, que tiene unas ventajas enormes. El amor requiere acción, actividad. No se puede amar algo y no hacer nada por ese algo o por ese alguien.
Y demanda empatía.
–Sí, algo que tiene que salir de ti. En cambio, el odio te ahorra un trabajo enorme. Odias, y se acabó, no tienes que hacer nada, ni sentir empatía, ni nada. Solamente reafirmarte con esa mala gasolina. Porque hay gente que odia, vive en ese sentido tranquila, con sus cuatro ideas y odios, pero al final su vida habrá sido miserable, porque quien odia lleva el castigo en su propia vida.
¿Sí? ¿Eso no es una reflexión moralizante o tranquilizadora?
–Bueno...
Es cierto que se dice que el odio nos envenena.
–Sí, no sé. También nuestra mente busca un asidero como la barra del autobús, entre tanto movimiento y tanto horror. A veces necesitas palabras para consolarte. La semana pasada Christopher Hedges, premio Poulitzer, corresponsal de guerra que estuvo en Oriente Medio 10 años, y que aparte de Periodismo, estudió Teología, le lanzó en su último artículo una maldición a Biden: Que los miles de espectros de los niños que has contribuido a matar te persigan durante toda la vida.
“A partir de cierto nivel no hay reglas ni respeto por los derechos humanos”, nos dijo en 2013. ¿Esto describe lo que sucede en Gaza?
–Así lo creo, absolutamente. Hay una consideración descorazonadora, si los libros dicen la verdad, la población civil antes también moría en las guerras, pero comparativamente en mucha menor medida que los militares. Ahora lo de Gaza ya es el extremo, donde mueren los niños y mueren las mujeres. Realmente es difícil encarar este momento.
En ‘La Pelota Vasca’ (2003) habló de la ciudad como territorio de pluralidad. Hoy Madrid casi se erige en ciudad Estado y pretende representar al conjunto del Estado.
–Madrid siempre fue un centro económico, administrativo, financiero, con el carácter de metrópoli, pero no tuvo un discurso nacionalista. Ahora sí, que además me recuerda, textualmente, al discurso de los falangistas en Bilbao antes de la guerra, que decían que no tenemos nada que ver con los árabes... Es un discurso nacionalista muy precario, muy mostrenco, muy poco fino. Antes decían que en Madrid podía vivir cualquiera. Ahora ya lleva un camino contrario.
Usted apoyó públicamente a Sumar. ¿En qué medida dicho apoyo tiene continuidad?
–Yo di unas ideas sobre cómo se debía organizar la cultura. En mi inocencia hice una reflexión de quince páginas que creo que en el programa final no figura ni una sola línea de las que yo escribí. En todo caso algo relativo a las lenguas, me parece. Por afirmarlo un poco en broma, pero en serio, le diría a Yolanda Díaz que se fije más en lo que dice Belarra.
Manuel Rivas, que también dio su apoyo en el inicio de Sumar, nos dijo que echa en falta un proyecto más cooperativo.
–Yo no soy nadie, pero creo que Ione Belarra ha sentado mejor los pies en el suelo, y me parece que está diciendo cosas muy interesantes, o al menos que alguien tiene que decir. Pienso que (Yolanda Díaz) le debería hacer caso, pero no sé...
Vuelve la sospecha de si la argamasa de Sumar resistirá.
–Ya, creo que es la pregunta, porque pienso que el resto de los partidos están abocados a entenderse. Esto lo ve cualquiera. La alternativa es mucho peor. Así que me parece que hay un asunto que arreglar. Me gustaría decírselo mejor, pero cuando apoyé a Sumar, utilicé una fábula de Tito Monterroso. ¿La conoce?
No...
–Es bonita y se la cuento, para que vea cómo fue. Monterroso decía que antiguamente las montañas no hacían más que moverse, porque todo el mundo tenía mucha fe. En un cierto momento la fe desapareció y las montañas se quedaron fijas, y por eso ahora no se mueven, aunque de vez en cuando, alguien en alguna parte, tiene un atisbo de fe, y por eso de vez en cuando vemos en las carreteras desprendimientos de tierra, porque la montaña ha empezado a moverse (se ríe). Dije que apoyaba esta opción porque me parece que tiene un atisbo de fe en los cambios. Bueno, ahora me parece que tiene que demostrarlo. Pero yo estoy fuera, yo no valgo, sinceramente, hay que aceptarlo (se ríe), hay cosas en las que no valgo nada.
Con el paso de los años, un escritor pasa de ser revelación a un sabio al que se escucha con atención, ¿Eso es un peso?
–No, porque no me veo como un sabio, tengo familia, hijas, amigos... y nunca tengo la sensación de saber sobre el mundo más que ellos. Sinceramente lo digo. Mi fuente de conocimiento es mirar hacia atrás, ver lo que hice aquí y allá, y pensar por ejemplo cómo pude decir una bobada en 1991. Todo el mundo tiene una vida, y en esa vida hay una enseñanza. Yo procuro no hacer oídos sordos a esa enseñanza, y si no te la recuerdan tus hijas, tu mujer, o tu buen amigo. Son muy importantes los amigos que van diciendo las verdades.