Hay días en los que es complicado encontrar un hueco libre en la agenda de El Pez. En los locales de la calle La Presa, por ejemplo, se recupera esta semana el pulso formativo. Se han terminado las vacaciones y hay que volver a unirse en torno a la música. En su faz de estudio, además, las instalaciones de Abetxuko tienen una agenda de lo más ajetreada. Aún así, en las caras de Alberto y Nando de la Casa siempre hay una sonrisa que invita a no parar de hablar de música. Lo saben bien quienes a lo largo de más de diez años han cruzado unas puertas tras las cuales, la creatividad puede navegar en las mejores condiciones.

El apellido De la Casa no necesita de presentaciones en tierras alavesas. Son ya muchos años de trabajo continuado, de estar metidos en uno y mil proyectos bien como intérpretes, bien como productores, bien como compositores. Y si un día hay que echar una mano en esto o aquello, pues se hace. Por eso no sorprende que tanta gente se haya unido para organizar, sin que ellos lo supiesen, un festival solidario el próximo día 8 en la ikastola de Abetxuko con el objetivo de ayudar a los artistas y su estudio a poder llevar mejor las consecuencias de las inundaciones que vivieron el pasado diciembre.

Pero ambos se quedan callados cuando se les habla de un sello De la Casa, de que a día de hoy siga habiendo tanta gente que se acuerde de proyectos como Katanga, por ejemplo. “Pero eso es porque somos unos pesados y nunca hemos dejado de dar la brasa con la música. Nosotros siempre hemos estado insistiendo en esa parte de la música intangible, que seguramente es algo de frikis piraos”.

Primero personas y luego músicos. Eso está en la base. Sobre ella se ha ido construyendo un camino que empezó a finales de los años 60, cuando, tras convencer a un sacerdote, consiguieron un local para ensayar. Desde entonces han pasado muchas cosas, siempre partiendo de una idea esencial que pasa por mirar a la música no como un negocio. Ellos miran más allá de lo que tiene que ver solo con el dinero. “No hay pasta, nunca la ha habido, pero es que trabajamos para lo que queremos, para nuestros proyectos, y eso es lo importante”.

Lo fue, por ejemplo, en Katanga, en aquel espacio multidisciplinar en Artapadura del que salieron infinidad de proyectos, amistades, sonidos, propuestas y vivencias. Un lugar en el que se daban conciertos, se propiciaban encuentros entre personas de distintas disciplinas más allá de la musical, se formaba... Sin embargo, hubo que cerrar aquella etapa, más allá de que los hermanos no tuvieron mucho tiempo de descanso. Rápido nació la idea del estudio El Pez.

Cuando vinimos aquí, tratamos de acercarnos más a la realidad del momento. La música se trata de explicar desde un punto de vista económico. Es decir, vendes, pues eres. Si tienes muchos followers o millones de entradas, eres. Y, sin embargo, hay otra realidad que no se explica económicamente, que se explica emocionalmente. La música tiene esa facultad de servirme para entenderme a mí mismo y para compartir, hacia fuera. Lo mejor de la música es cuando tocas en grupo. Nosotros fuimos los primeros en Vitoria en tener una caja de ritmos. No estamos en contra de la tecnología para nada. Pero lo que transforma la música es cuando toco con otros. Depende de lo que tú tocas, yo reacciono, y viceversa. Así se va creando” también hoy, cuando ya no se venden discos, cuando el acercamiento a los sonidos ha cambiado tanto, cuando los conciertos “se han convertido en el último reducto del músico, y casi ni eso”. “La música tiene un potencial emocional que no hay que perder de vista. Pero hay otros mundos más allá del nuestro, donde parece que para existir solo es posible vender”.

Doble función

Al margen de esa dinámica general, El Pez es un espacio donde poder formarse y grabar, dos caminos que se desarrollan de manera paralela, aunque en algunas ocasiones también coincidan. En el primer campo, los hermanos De la Casa tienen claro que quien acude a su espacio no busca “perfeccionar una determinada técnica o mejorar su práctica en un instrumento. Hay academias y escuelas muy buenas para eso en Vitoria. Nosotros te podemos aconsejar unas cuantas. Pero lo que pasa aquí es distinto”.

Entre estas paredes “hacemos lo imposible”, es decir, “propiciamos que la gente que empieza a tocar un instrumento forme parte del mismo grupo que gente que lleva tocando diez años. Lo que tratamos de demostrar en la ecuación es que en la música, la técnica va después. En la música, lo primero que tengo que hacer es escuchar. Si escucho, mi técnica puede ser muy limitada pero puedo encontrar mi hueco para dar lo que me permite mi formación y ser algo más grande que yo. Y aprender, claro”.

En esa escucha “de verdad” se propicia, además, generar un ambiente lo más distendido posible. “Hay quien nos dice que venir es una terapia, que es entrar por la puerta y sentirse bien”. Es ese aporte emocional que da la música lo que se busca potenciar en todo momento. “Todas las personas que vienen son diferentes pero saben que la música les hace mejores. Su pretensión no es ser músico profesional. Quieren disfrutar de la música y aprender”.

La otra parte del trabajo tiene que ver con las labores de grabación y producción. “Todos sabemos que los discos ya no se venden, pero seguimos haciéndolos para poder tenerlos en los conciertos, para darse a conocer... Los músicos los necesitan incluso como excusa para saber que lo que hacen tiene sentido, que vale”. Aquí no hay límites ni fronteras para ningún estilo. “¿Es que hay alguno malo?”. Ellos, además del equipo, aportan, por supuesto, la experiencia. “Hay que ser humilde hasta el final porque te llevas unas sorpresas muy importantes con la gente que pasa por aquí”. Desde esos cimientos se hacen realidad no pocas propuestas. Y se van a seguir propiciando mientras la música siga sonando, la misma que lleva acompañando toda la vida a los hermanos De la Casa.