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The Jesus and Mary Chain: ruido, pop, angustia y violencia

The Jesus and Mary Chain: ruido, pop, angustia y violencia

Las drogas, el alcohol, el ruido, las melodías pop, la angustia vital y las trifulcas se entrecruzan en la vida personal y artística de los hermanos Reid, impulsores de uno de los mejores grupos de rock de la historia: The Jesus and Mary Chain. Reinaron desde mediados de los 80 a finales del siglo XX y su trayectoria, trufada de anécdotas contadas de primera mano, nos hace devorar su biografía Besos de alambre de espino (Ondas del Espacio), escrita por la locutora, artista visual y escritora Zoë Howe, ahora traducido al castellano.

Quien disfrutara con avidez de Un chaval de barrio (Contra), la autobiografía de Bobby Gillespie, líder de Primal Scream y batería de los Mary Chain en su despegue, tiene una lectura obligada en el libro de Howe, editado en el mercado anglosajón hace ocho años y que cuenta, de manera cronológica, desde los inicios del grupo escocés hasta su separación en 1988 tras grabar Munki. Luego, 10 años después, regresaron, grabaron un nuevo disco y todavía siguen en activo… Pero esa es otra historia.

El libro resulta orgásmico para quienes defiendan que hay pocas bandas más atractivas y revolucionarias que la de los hermanos Reid: Jim, guitarrista nacido en 1958, y Jim, cantante y tres años menor. Un dúo crecido en la pequeña localidad de East Kilbride –“la Edad de Piedra con ventanas”, según ellos–, situada a 15 kilómetros de Glasgow y donde ellos eran “los marginados en una ciudad marginada”, explica Jim. Y que los Reid siempre fueron muy particulares, unos tipos tímidos, aburridos y melancólicos que siempre jugaron con sus propias reglas, ajenos al mundo exterior.

Ellos contra el mundo y contra sí mismos, ya que las trifulcas y peleas entre los hermanos –de las que el libro contabiliza decenas y alguna de ellas peligrosa– anticiparon los combates pugilísticos de los Gallagher de Oasis, una década después. Con una guitarra desafinada, su pedal roto y un bajo de tres cuerdas del que se ocupaba Douglas Hart, otro escocés inadaptado que los dejó por la dirección audiovisual, pusieron en jaque las listas que se repartían Wham y Phil Collins.

Lo suyo poco tenía que ver con ese pop mainstream y banal. Desde su propio nombre, La Cadena de Jesús y María, que Jim eligió porque era “surrealista, confuso y evocaba imágenes increíbles”. Tantas como la propia imagen del grupo y la música que interpretaba. Con su cuero negro, pelo cardado y gafas de sol hasta al mediodía, los Reid crearon un sonido espectacular y personal aunque se le vieran multitud de costuras e influencias: del proto-punk de The Stooges y la Velvet al glam de Bowie, la furia de Sex Pistols, el pop de los Beach Boys, Ramones y grupos de chicas de los 60 y las producciones de Phil Spector.

Disco Mítico

El libro explica de manera pormenorizada su ascenso y caída, desde la conmoción que supuso su primer single, Upside down, a su primer álbum, Psychocandy, una joya que anticipó el shoegaze y que supuso un aldabonazo similar al debut de Sex Pistols, ya con Gillespie a la batería, que tocaba de pie, como su heroína Moe Tucker. 14 canciones comprimidas en 38 minutos de distorsión y melodías pegajosas, de psicosis y caramelos pop como Just like honey, que tendían a hacer pensar al oyente si tal ruido provenía de una avería del equipo de sonido.

Fue su primer Disco de Oro, apoyado por Alan McGee, impulsor del sello Creation, al que siguió Darklands, ya sin tanta distorsión y con mejores y más lentas canciones; Automatic, “más rock´n´roll, duro y con sintetizadores”; Honey´s dead, “el último que grabamos sobrios”; Stone & dethroned… Colocados y destronados. ¿Se puede ser más sincero al titular un disco tras ser arrollados comercialmente por el britpop en primer lugar y después por el grunge?

El libro narra el contexto en el que se compuso y grabó su obra con declaraciones de sus protagonistas y socios, y un rosario de anécdotas jugosas, de las apariciones de Paul Weller a su concierto como teloneros de Iggy Pop, en el que rompieron los monitores, su única aparición en Top of the Pop, con Jim diciendo al resto “prohibido sonreír” al entrar al estudio, o las múltiples peleas entre los hermanos y sus pasotes con el alcohol y las drogas, que provocaban que sus conciertos fueran auténticas luchas de supervivencia donde volaban puñetazos y botellas.

El libro muestra la integridad de una banda marciana en lo personal, pero comprometida con su música, siempre provocadora y radical. También en sus letras, a veces repletas de angustia adolescente, otras retratos sórdidos sobre la pérdida de la virginidad o divagaciones sobre la muerte, como en Reverence, en la que Jim cantaba “quiero morir como Jesucristo”. Eran un par de idealistas cuyo objetivo era hacer arte con canciones de pop ruidoso. Y mientras William, el más oscuro, escribió sobre la parte negativa de la industria en I hate rock´n´roll, Jim equilibró la balanza con I love rock´n´roll al cantar: “Tenía problemas pero encontré mi estrella/me encontré a mí mismo en una guitarra eléctrica… No trato de hacer del mundo algo mejor, no soy el demonio, pero tampoco soy bueno/hice lo que pude por salvarme, amo el rock´n´roll”. Y nosotros a ellos, que, al parecer, están preparando disco nuevo.