- El director francés Martin Provost reconstruye en Manual de la buena esposa, protagonizada por Juliette Binoche, “el pasado no tan lejano” de los cursos que en Francia se impartían para que las mujeres fueran perfectas cónyuges.

Con el trasfondo de Mayo del 68, en la película, que se estrena hoy en el Estado español, Paulette Van Der Beck y su marido dirigen una escuela para amas de casa, donde forman a adolescentes para que se conviertan en las esposas perfectas.

Tras la repentina muerte de su esposo y la llegada del Mayo del 68, Paulette comienza a cuestionarse sus creencias y une fuerzas con sus alumnas para que se conviertan en mujeres liberadas.

“Todo empezó con un encuentro casual con una mujer mayor que vivía en Coutintin, una región aislada de Normandía, que me contó su vida y me dijo que a pesar de venir de una familia con posibles había decidido con 16 años no seguir sus estudios y, para no separarse de sus amigas, estudió en una escuela de amas de casa, de lo que no había oído hablar nunca”, señala el cineasta, en una entrevista. En esa conversación le explicó que “en el examen final de graduación tuvo que matar a un conejo ante un jurado”.

La posterior búsqueda en Internet de estas escuelas trasnochadas le permitió acceder a la página del INA (Institute Nacional del Audiovisual), donde encontró peliculitas sobre estas escuelas que funcionaron en pleno gaullismo, desde los años 50 hasta 1968.

“Se trata de pequeños documentales divertidos y trágicos al mismo tiempo, lo que me facilitó el enfoque de la película”, revela Provost, que quería intentar recurrir a un tono de comedia.

De hecho, recuerda, en las películas del INA ya se ve “ese tono alegre mezclado con un costumbrismo viejuno, como si las chicas no fueran conscientes”.

En esas películas se ve todo lo que hacían, cómo aprenden a hacer crepes, por ejemplo, siempre con la intención de “programar a aquellas chicas a ser esclavas de un hombre, y la actitud de ellas era de alegría y de hacer todo de corazón, algo que con la conciencia actual resulta chocante”.

Admite que lo dramático es constatar que esa subyugación no ha terminado del todo, si bien, Provost piensa que “ha habido un progreso extraordinario”.

El propio director, que tenía 11 años en Mayo de 1968, recuerda que en las tarjetas de visita de su padre aparecía señor y señora de tal: “Mi madre no existía”.

Al final de la película resuenan los movimientos liberalizadores de 1968: “En 1970 se creó el movimiento de liberación de la mujer en Francia, que coincidió con el cierre de las últimas escuelas de amas de casa”. En su opinión, los años 70 fueron unos “años muy alegres, muy libres, en los que había la sensación de que todo era posible, y todo se hizo con un mayor sentido del humor del que tenemos hoy en día”.

La pandemia, añade, no ayuda evidentemente, pero “los últimos años hemos asistido a una transformación del mundo, y la humanidad se ha enfrentado a la dicotomía entre la preocupación ecológica ante la gravedad de lo que sucede en el planeta, y una obsesión por el dinero”.

Lamenta Provost que en la actualidad no se bromea con las cosas como sucedía en los años 70: “Parece que estamos sometidos a una emoción directa, y siempre desde un punto de vista moralista” y echa en falta el relevo de personajes como el historietista Gotlib o el actor cómico Coluche.