ampoco hay que engañarse. La situación antes de marzo distaba lejos de ser la ideal. Las consecuencias de la crisis económica de 2008 todavía se dejaban notar en el sector cultural alavés, pero parecía que se podían seguir dando pasos para que esos ecos aún presentes se fueran aplacando un poco más a lo largo de este 2020. En realidad, el covid-19 no ha generado, como tal, problemas nuevos. Lo que ha hecho es llevar al límite los ya existentes y evidenciar de manera brutal situaciones de fragilidad que, antes de la pandemia, se iban sorteando casi al día, algunas veces con más fortuna que otras.

El problema es que, a día de hoy, nadie puede hacer predicciones sobre cómo va a evolucionar 2021, pero los recortes ya anunciados en los presupuestos de algunas instituciones en sus cuentas culturales son el más claro indicativo de que si este 2020 ha sido malo, lo que está por llegar puede ser aún peor. Sí, se pueden decir muchas cosas sobre que la cultura fue fundamental para muchas personas durante el confinamiento, que después ha demostrado ser segura, que tiene que ser reconocida como un bien esencial, que... Pero una cosa son las palabras y otras los hechos.

El parón desde marzo ha sido total o casi para muchas personas relacionadas con el sector. En un mercado laboral donde la temporalidad y la inestabilidad son dos apalabras habituales, la pandemia lo ha llevado todo al extremo, y aunque algunos ámbitos creativos resistieron mejor que otros el primer embate de marzo por sus propias características y ritmos, lo cierto es que la ola ha terminado por llegar a todas las orillas más tarde o más temprano. Cierres como el de la sede de Talka Galeria -aunque el proyecto siga- son solo un ejemplo de lo que está por venir, sin perder de vista algo importante que no ha ocupado espacio en los medios de comunicación: son varios los proyectos que iban a nacer este año en Álava, algunos de ellos con expectativas más que interesantes, que ni se han puesto en marcha ni lo van a hacer en el futuro, por lo menos tal y como estaban planteados.

En estos meses se han intentado y probado muchas cosas. Desde exposiciones en casas de los artistas con visitas guiadas a través de internet hasta conciertos solo en streaming pasando por actuaciones teatrales o proyecciones cinematográficas a pie de calle con aforos acotados y la gente sentada. Algunas han tenido más recorrido que otras, pero todas ellas han evidenciado dos situaciones que varios agentes culturales del territorio señalan de manera específica. Por un lado, que aún entendiendo que el reto de la digitalización es fundamental y hay que afrontarlo, esto no puede ir en contra de lo presencial por varios motivos. En primer lugar, por lo que significa en sí el hecho de compartir, de vivir y relacionarse en comunidad. En segundo, porque esa vía virtual, hoy por hoy, no genera un mínimo económico viable. Por otro, que hay una parte de la sociedad que ha mostrado un compromiso militante muy valorado con el sector cultural, pero que sigue siendo muy minoritaria. La distancia que se evidenció durante la anterior crisis entre cultura y ciudadanía no se ha recortado.

Aunque parezca mentira, eso sí, este 2020 incluso ha dejado sus buenas noticias. Los estrenos, por ejemplo, de Ane y Baby, dos largometrajes rodados en Álava en 2019, no son un espejismo. Sucede lo mismo con la serie de animación Memorias de Idhún, creada aquí. Hablan de la potencia que está adquiriendo en los últimos años el área audiovisual en el territorio. Y cuidado con 2021 porque, sobre todo en el caso del filme de David P. Sañudo, puede que las alegrías no paren. Cada vez parece más extraño que, por ejemplo, la vitoriana Patricia López Arnaiz no gane el Goya como mejor actriz. Todo se verá.

Los galardones a Zuriñe Benavente (Premio de la Crítica de Cataluña como mejor bailarina), Karmele Jaio (Premio Euskadi de Literatura en euskera) o Eva García Sáenz de Urturi (Premio Planeta), los aniversarios de proyectos tan distintos entre sí como Orbain, Ondas de Jazz o Larrua, y el hecho de que, tanto en verano como en otoño, se hayan podido celebrar determinadas citas como el Festival de Teatro de Humor de Araia, la Semana de Música Antigua, Magialdia, el Aitzina Folk o el Festival Internacional de Teatro, pueden parecen solo clavos ardiendo a los que sujetarse, pero por lo menos se han producido, que no es poco.

Justo una semana antes de la declaración del estado de alarma, la librería Jakintza se vio obligada a cerrar sus puertas. La economía de los bancos ganaba la batalla. En pleno agosto, las consecuencias económicas de la pandemia fueron las que llevaron a Talka Galeria a bajar la persiana de su sede, aunque el proyecto sigue adelante.

La primera en llegar a las salas comerciales tras su estreno en el Zinemaldi fue Ane, la primera película de David P. Sañudo. Después fue el turno para Baby, lo nuevo de Juanma Bajo Ulloa, presentado por primera vez en Sitges. Ambos filmes han obtenido ya más de un reconocimiento importante y es más que probable su presencia en los Goya.

Se produjo a mediados de junio, con la desescalada entrando en su recta final. En Agurain tuvo lugar el primer concierto con público en territorio alavés después de cuatro meses de silencio. Y a los pocos días, fue también en esta localidad donde se produjo la primera representación teatral, además marcando las pautas para lo que llegó después en verano con respecto a los actos culturales en la calle. De la mano de Zanguango, la plaza de San Juan quedó acotada para recibir a un público que llenó todas las sillas disponibles. El mismo fin de semana en Vitoria fue Ortzai el que llevó a cabo las primeras sesiones teatrales con espectadores en un recinto cerrado. Solo 26 personas pudieron compartir ese momento.

El Azkena Rock Festival celebró una intensa Sofa Edition con dos jornadas consecutivas a través de la pantalla. ARTgia y Zas hicieron exposiciones y convocatorias en internet. Jimmy Jazz impulsó varios conciertos en streaming que también llegaron a otros escenarios. Mazoka tuvo una edición en la que primó lo virtual. Cortada abrió una sala en la red. El Aitzina Folk pudo acoger un concierto internacional a distancia. Son solo algunos ejemplos de las vías que la presencia del covid-19 ha obligado a abrir para poder, en la medida de lo posible, solventar los problemas generados por la pandemia. Nada podrá sustituir a lo presencial, pero por lo menos las nuevas tecnologías han ayudado a romper fronteras.

A pesar de todo, este año también se despide con varios galardones para creadores del territorio como los galardones a Zuriñe Benavente (Premio de la Crítica de Cataluña como mejor bailarina por On Goldberg), Karmele Jaio (Premio Euskadi de Literatura en euskera por Aitaren etxea) o Eva García Sáenz de Urturi (Premio Planeta por Aquitania) .

Tras cumplir cien años, la Banda Municipal de Música de Vitoria se ha despedido ya de su último director. La jubilación de Hilario Extremiana trajo consigo el nombramiento, tras el proceso de selección abierto en el Ayuntamiento de Gasteiz, de Luis Orduña, aunque sus primeras semanas no fueron nada fáciles al coincidir con la declaración del estado de alarma.