- Un territorio imposible. Una habitación sin puerta. Solo una ventana, que en realidad es un espejo. Dentro, tres personajes marcados por la soledad y por tres tragedias diferentes, como la pérdida de la memoria o de un hijo. "No nos tiene que dar miedo ver este tipo de historias. Es una obra bonita, tierna y trágica al mismo tiempo", sonríe Alex Gerediaga, creador y director de Oymyakon: habitación 101, que este jueves cierra las representaciones en los centros cívicos del Festival Internacional de Teatro de Gasteiz. "Al final, los tres caminan hacia la luz, son tres almas perdidas que van caminando hacia una esperanza coja, a hacia una esperanza con zapato ortopédico".

La cita en el Jesús Ibáñez de Matauco será a las 19.00 horas a causa del toque de queda impuesto como consecuencia del covid-19. "Vamos a terminar actuando a las dos y media de la tarde", dice irónico el actor Txubio Fernández de Jáuregui, que comparte tablas en esta ocasión con Arrate Etxeberria y Miren Gaztañaga.

El coronavirus todo lo condiciona. También a este festival, que tenía cuatro obras programadas en los centros cívicos y solo va a poder hacer dos por el mismo motivo. Y le ha sucedido a Khea Ziater con esta producción, que se pudo estrenar en enero, realizó unas cuantas representaciones en febrero y a principios de marzo, pero después se quedó congelada en el tiempo. "Por lo menos nos ha dado para preparar la versión en euskera", que se podrá de largo en el arranque de 2021.

Todo llegará. De momento, la compañía está recuperando el paso, como sucede ahora en la capital alavesa, donde el cartel de completo está casi colgado en la puerta aunque todavía queda alguna entrada disponible. Quienes acudan se encontrarán con una obra en la que, como describe Fernández de Jáuregui, "hay muchas cosas no dichas; el espectador va a tener mucho hueco para rellenar como quiera", más allá de que, como completa Gerediaga, "es muy fácil empatizar con los sentimientos de los personajes".

Al fin y al cabo, a través de ellos se habla de la soledad, de ese dolor que solo se puede vivir en la intimidad de uno mismo, de la necesidad de encontrarse con otros, de... "el conflicto de la obra está dentro de cada uno de los personajes, pero no existe entre ellos", sino que juntos van intentando encontrar salidas. Lo hacen en un montaje que, como es marca de la casa, se sirve del lenguaje escénico pero también del audiovisual, de la combinación de ambos.

"A veces es complicado unir ambas partes, pero en este caso se ha conseguido que todo transcurra con acierto", apunta Fernández de Jáuregui. Todo ello dentro de un trabajo que a juicio de Gerediaga ha añadido otra lectura más con el covid-19, sobre todo teniendo en cuenta que "el confinamiento ha sido como estar en otra habitación sin salida" como la que sirve de marco para su historia.