Matt Dillon es una Wikipedia de la música cubana. Lanzarle una pregunta sobre Fellove o cualquier otro artista contemporáneo es activar una máquina de hablar -con mucha pasión, eso sí- sobre nombres, fechas, canciones y estilos que solo los más expertos en la materia pueden disfrutar. El sex symbol de los 90, que inundó cientos de carpetas escolares, está muy feliz en Donostia presentando su debut en el documental. Y eso se nota a la hora de hablar con él.
El disco del que se habla en el filme no llega hasta el próximo año y la película, aunque las imágenes sean de 1999, hasta ahora no han visto la luz. ¿Por qué ha costado tanto?
—Son dos cosas distintas. Para ser justo con mi amigo Joey Altruda -el músico que convenció a Fellove para grabar un último álbum con artistas jóvenes en 1999-, una vez que terminó el disco tuvo complicaciones y mucha gente no sabía qué hacer con él. Joey acabó saliendo de la discográfica y era difícil encontrar una nueva casa para un disco de este estilo. Sobre la película, desde que el propio Joey me propuso ir a México a grabar, tenía muchas ganas de hacer algo. Yo no tengo experiencia haciendo documentales, lo más parecido que he hecho es algún vídeo musical, pero no es algo que controle. Cuando volví a EE.UU., sabía que el material que traía conmigo era de muy buena calidad. Me encantaba y conocía toda esa música y sabía de lo que hablaba Fellove. Era muy especial con respecto a todo lo que se suele conocer. Enseñé las grabaciones a mis amigos mexicanos, gente que conoce muy bien todo de lo que se habla en ellas, y me animaron a hacer algo.
¿Cómo recuerda esos días junto a Fellove?
—Le encantaba estar delante de la cámara. Hacía actuaciones en la calle, pasaba del mambo al chachachá, hacía scat, blues, samba... Y no solo lo hacía vocalmente, sino que él era la orquesta entera. Se ponía a hacer los sonidos de la percusión, hacía la trompeta, el coro... todo a la vez. Me siento muy afortunado por haberle conocido a esa edad, con todo el conocimiento que tenía acumulado. Aunque sea tarde, todos estos artistas se merecen un reconocimiento. Por ejemplo, Tino Contreras, que sale en la película, acaba de sacar un disco en México y todo el mundo dice que es fantástico. ¡Y tiene 96 años! Me gusta mucho la música que hacen los artistas maduros. Es fascinante, pero a la vez un poco triste porque, cuando cuentan con toda la experiencia de la vida, les queda poco tiempo para poder hacer cosas. Incluso en la película se ve como en Fellove ese cambio está comenzando.
¿Fue fácil rodar en México en los 90?
—He tenido la suerte de contar con mucha gente que me ha ayudado a hacer el documental. Joey es el primero, que me dio la oportunidad de grabar el disco, pero también toda la gente que se implicó a pesar de que íbamos a un barrio conflictivo, con carteles de la droga. La gente me decía: "Matt, allí secuestran a la gente. No puedes ir". Pero a mí me encanta México, la ciudad D.F. Los mejicanos son gente muy generosa y amable y es un placer estar allí.
El documental son dos piezas en una: las grabaciones de hace 21 años y la historia de Fellove.
—Unir las dos partes del documental no ha sido nada fácil. Por un lado, está lo que grabamos en 1999, que es lo único que tenía al principio. Es el ancla del documental, pero necesitábamos un reto mayor y que es la otra parte, la biográfica. Era muy difícil de conseguir, pero yo sabía que tenía que estar. No sé si he aprendido algo en el proceso, solo puedo decir que me encanta esta música y me encanta esta historia. Entiendo que haya gente no sea como yo y que no necesite tanta información y por eso he tratado de crear algo de emoción. Primero información, pero después emoción.
¿Cuándo decidió retomar esa parte biográfica?
—Las grabaciones se quedaron guardadas hasta que un productor mejicano amigo mío me llamó para decirme que habían dado con Fellove viviendo en un hogar del jubilado para artistas. Fui para allá con la idea de grabar algo más, pero la situación no era la adecuada. Aunque él se acordaba de mí, tenía Alzhéimer y fue muy duro verle así. Es entonces cuando tuve todavía más claro que tenía que entrevistar a más gente y hacer el documental. La historia de los demás también es la historia de Fellove. Conseguí a la que se había convertido en su representante, que era su antigua dentista, hablé con muchos músicos y conocí su historia al completo gracias a sus objetos personales, sus cartas, cuadernos, letras... Tenía todo el material que necesitaba para hacerlo. Él siempre había pensado que el disco que grabamos junto a la película se iba a convertir en algo muy grande. Al final, tomé esas grabaciones para recorrer toda la música cubana y me he quedado con la pena de no poder descubrir a más artistas como José Antonio Méndez, alguien que murió muy joven y con una historia detrás fantástica.
En el documental se ve una faceta suya desconocida, la del coleccionismo de vinilos antiguos, y únicamente se intuye parte de la inmensa biblioteca que tiene. Imagino que tendrá muchas joyas escondidas en ella.
—¡Por supuesto! Mi objetivo es tener más que todo el mundo (risas). La verdad es que desde niño he comprado discos. Me encanta todo tipo de música, desde el folk y la irlandesa, que era la que escuchaba mi familia, hasta el rock, el punk y la de mi héroe Joe Strummer. Más tarde me metí en el jazz y en los sonidos de Nueva York: la salsa, la música cubana, los ritmos africanos... Cuando fui por primera vez a México hace 35 años conocí todo un mundo del que me enamoré. En un bar vi a una banda tocando en un escenario y me quedé alucinado. Le pregunté a la camarera qué era eso y me dijo que mambo. Era algo nuevo y quería más.
'El gran Fellove' guarda ciertos paralelismos con 'Searching for Sugar Man'. ¿La tuvo como influencia?
—No quería hacer una película que no reflejara mi verdad, así que de cierta manera traté de evitar Searching for Sugar Man. No podía utilizar un qué pasó con él, si se suicidó o murió de forma traumática o algo así con Fellove. Nosotros teníamos que contar quién era en 1999 y nuestra influencia únicamente debían ser los artistas cubanos y su música. Creo que lo hemos conseguido.