l pintor Egon Schiele trazó los últimos retratos de su maestro, Gustav Klimt, el 7 de febrero de 1918 en una morgue de Viena. El autor de El beso falleció un día antes por una neumonía que muchos historiadores vinculan con la llamada gripe española. Esos carboncillos reflejan -con el descarnado estilo expresionista de Schiele- la agonía de su mentor, que murió con 55 años tras contraer una neumonía en el hospital al que había acudido por una apoplejia. Ese mismo año, Schiele, que con apenas 28 años era ya uno de los artistas más apreciados de su tiempo, comenzó a trabajar en un cuadro titulado Familia, en el que aparecería junto a su mujer y su futuro hijo. Antes de que pudiera terminar la obra murió de gripe su esposa Judith, embarazada de seis meses. Apenas tres días más tarde, el 31 de octubre de 1918, la pandemia también quitó la vida al propio Schiele.
Familia es una de las muchas joyas del Museo Belvedere de Viena, que reabrió el viernes parcialmente después de cerrar a mediados de marzo. Los visitantes pueden visitar parte de las instalaciones, pero tendrán que aguardar al 1 de julio para admirar obras maestras como El beso de Klimt, así como algunos de los autorretratos más conocidos de Schiele o el mismo Familia. Otras importantes pinacotecas vienesas, como la galería Albertina, el Museo de Historia del Arte o el Leopold, reabrirán también en las próximas semanas de forma paulatina.
El Belvedere cuenta con las obras más destacadas de Klimt, que con sus dorados, su pulsión sexual y sus figuras estilizadas y torsionadas sigue siendo unos de los artistas más conocidos del mundo. El erotismo es un aspecto que une al maestro, que pasó del modernismo a la antesala del expresionismo, y al discípulo, con una estética más sombría que ahondaba en la exploración psicológica del individuo.
Las medidas obligatorias para visitar desde ahora los museos -mascarillas, aforo reducido y distancias entre personas- dan una inusual actualidad a Schiele y Klimt, fallecidos durante la pandemia que hace un siglo acabó con la vida de más de 50 millones de personas. La llamada gripe española de 1918 -en realidad surgió en EEUU y sus soldados la llevaron en la I Guerra Mundial a Europa- es la mayor epidemia sufrida por la humanidad desde la peste negra medieval. Como en España, país neutral durante la contienda, se informó de la pandemia, al contrario que otros estados combatientes que impusieron la censura para no desmoralizar a sus tropas, se le dio el nombre de gripe española. Pese a su devastadora destrucción, Familia es una de las escasísimas obras que testimonian, si bien sin haberlo deseado, la ciega crueldad de una pandemia de gripe que mató a más personas que la Gran Guerra. Alexander Klee, curador del Belvedere, reconoce el “simbolismo” de Familia, pero ese aspecto lo adquirió a posteriori debido a la muerte de todos los retratados.
Pese a que la gripe española fue un acontecimiento tan dramático, apenas tuvo reflejo en el mundo del arte. “Era un enemigo invisible, era difícil de visualizar y además había una enorme censura”, explica Klee. La pandemia de gripe coincidió con el último año de la I Guerra Mundial y la enfermedad mataba sobre todo a personas de entre 20 y 40 años, justo los que debían ir al frente. “Ningún bando quería informar sobre la gripe” para no desmoralizar a su población, resume el experto. La mayoría no supo siquiera que la pandemia había sido tan mortal, eso se supo más tarde”, sostiene Klee, lo que contrasta con la situación actual, en la que el mundo puede seguir minuto a minuto lo que sucede.
El pintor noruego Edvard Munch, autor de El grito, ha sido el otro gran artista que legó cuadros vinculados a una enfermedad que también sufrió, aunque pudo sobreponerse a ella.
Cuando se recuperó de la gripe española creó Autorretrato con la gripe española y Autorretrato después de la gripe española, ambos de 1919 y conservados en el Museo Munch de Oslo.
En el primero se ve a Munch envuelto en una bata, sentado en una silla de mimbre y con la cama deshecha al fondo. Tonalidades amarillas y ocres lo envuelven todo y hay una sensación de aislamiento y enfermedad. Poco más tarde pintó la secuela, en la que se le ve en primer plano y su rostro tiene un tono cetrino que parece reflejar los estragos de la enfermedad.