Muy incrédulo ante lo que acababa de presenciar y al ver la reacción tan satisfactoria como orgullosa que mostraban tanto Amalia como Unai, Juantxu empezó a notarse incómodo e irritable.
No entiendo por qué estáis tan callados. Lo que ha ocurrido es una casualidad. Puta suerte, Amalia, puta suerte. Dijo Juantxu.
Unai miró a Amalia y esperó su respuesta. Unai se debatía entre los dos. No sabía a quien otorgar los puntos de su megusta emocional.
Unai se inclinó hacia la mesa. Luego se cubrió parte de la cara con las manos. Los dedos entreabiertos, sin taparse los ojos. Parecía el Raymond Carver de la famosa fotografía.
Deseaba ser el espectador oculto de todo lo que ocurriría a partir de aquel momento. No quería perderse nada para poder decidir quién abriría un camino esclarecedor, por fin, de una vez por todas, entre tanto enigma, como un machetero abre senda en medio de un cañaveral.
Amalia se tomó su tiempo.
Para nada. Dijo al rato. Aunque. Lo que acabas de comentar tiene parte de verdad. El azar nos gobierna. Eso es tan cierto como que a veces no es cierto. Pero hoy ha ocurrido. Acercaos. Dijo. Acercaos. Dijo.
Unai disfrutaba como un chiquillo. Veía la cara enfurruñada de Juantxu y eso por ahora era suficiente. Aparte estaba la voz de Amalia, un susurro que le dejaba marcas de oxidación en su corriente sanguínea. Unai se acercó tal y como propuso Amalia. Juantxu no tanto, pero sin darse cuenta se movió un poco, cautivado por la dulce voz de Amalia. Se había acostado bastantes veces con ella, pero no la conocía como la estaba conociendo ahora. Juantxu pronunció mentalmente Amalia. En silencio. Amalia.
Yo tengo una amiga madrileña que se llama Cristina. Dijo Amalia. No tiene mucho que ver, ni cultural, ni ideológicamente con determinadas cosas. Pero no se trata de creer en ellas. Lo que importa es la presencia de lo que una persona se imagina cuando se dan las circunstancias. Lo que os quiero decir es que cuando yo he gritado Roco, ha sido para probar. Y ha funcionado, Juantxu, digas lo que digas. No me importa. Pero hay algo más que se nos escapa en todo esto. Como os dije antes. Cristina me ha contado muchas veces que si en una casa suena un frigorífico a destiempo y ni siquiera el técnico al que se llama cuando eso pasa es capaz de arreglar ese zumbido tan desagradable, por mucho que desmonte piezas y rebusque la avería, eso indica que hay un muerto en la casa que lucha por descansar de una vez por todas. Y ese muerto habla por boca del ruido del frigo. A mi amiga Cristina le pasó con su madre. Yo me lo creo a pies juntillas. Acabó por decir Amalia.
Eso no tiene ni pies ni cabeza ¿De dónde ha sacado tu amiga esa idiotez? Preguntó Juantxu.
Santería. Cristina se hizo el santo durante un año y ha conseguido tener esa relación tan especial con los muertos, por eso lo del ruido del que os hablo. Porque a ella le pasó también con el frigorífico. No paró de molestarle con un ruido muy desagradable hasta que ella pronunció varias veces una tarde el nombre de la madre muerta. Y el frigorífico se calló de golpe. Como nos ha pasado antes. Dijo Amalia.
Unai miró directamente a Juantxu.
¡Que no!, dijo Juantxu, ¡que no me convences! Dijo Juantxu.
En ese momento sonaron un par de bips en el móvil de Unai que estaba sobre la mesa, del que ni Unai se acordaba. Unai lo cogió. Eran dos mensajes comerciales. Miró a Juantxu antes de pulsar con la yema de su índice el círculo que abría el sistema. Juantxu asintió.
¿Es él? Preguntó Amalia.
Sí, eso parece, dijo Juantxu.
Se ha conectado varias veces hoy, pero yo tenía el móvil en silencio hasta hace nada. Dijo Unai.
Eso quiere decir que vamos por buen camino. Hacedme caso. Dijo Amalia.
De eso nada. Esto va más allá de lo que tú te imaginas, Amalia. Unai, ayúdame. Dijo Juantxu.
Unai saltó como un resorte y siguió las instrucciones de Juantxu. Entre los dos sacaron el frigorífico de su encastre. Tiraron con fuerza cada uno de un lado mientras agarraban casi con las uñas la parte de la nevera desde donde se podía tirar evitando abrir así alguna de las puertas. Cuando la parte trasera del condensador quedó visible, Juantxu le dijo a Amalia que se acercara.
Juantxu encendió la linterna de su esmarfon y apuntó a la parte baja y trasera del frigo.
Mira. Dijo Juantxu.
Unai y Amalia miraron hacia el lugar que iluminaba el círculo de luz. Vieron algo brillante. Al fondo, en el rincón del hueco que abrió el frigo, un claro libre de pelusas, tan limpio que parecía reciente.
Juantxu volvió a sentirse importante, como si portara el único machete que desbrozara las cortezas más duras de aquella situación.
¿Qué es eso? Preguntó Unai.
Tiene toda la pinta de ser un radioelectrosensor que se activa desde el móvil. Amalia, Matos ha oído tus gritos y ha activado el RES desde donde esté, haciendo que el gas refrigerante circule sin ruidos. Por eso, cuando has gritado Roco antes, se ha silenciado la nevera.
Juantxu volvió a la mesa.
Ahora hay que saber qué nombre se esconde tras el de Roco. Dijo Amalia pensando en voz alta.
¡Eso, tú a lo tuyo, Amalia, tú a lo tuyo! Dijo Juantxu derrotado.
Unai, con el megusta voluble puesto ya en su amigo, agarró su móvil y pegándoselo a los labios gritó: ¡Matos, di algo, cabronazo! Continuará...