Málaga - Animales fantasmagóricos y formas sugeridas integran el universo surrealista que el alemán Max Ernst soñó en 1925 en una habitación de hotel, después reunió en un libro y ahora se muestran desde ayer en la nueva exposición temporal del Museo Carmen Thyssen de Málaga.
Fue durante un día lluvioso, según el relato del propio Ernst, cuando descubrió la técnica del frottage, al observar las vetas de la madera en el suelo del hotel, colocar encima unas hojas de papel y frotarlas con un lápiz grueso, explicó Lourdes Moreno, directora artística del museo y comisaria de la exposición. “Mis ojos vieron cabezas humanas, animales diversos, rocas, el mar y la noche, terremotos, la esfinge en su cuadra, unas mesitas en torno a la tierra, la paleta de César, falsas posiciones, un chal con flores de escarcha”, escribió Max Ernst.
Ese trabajo “azaroso y automático”, que enlazaba con los ideales del surrealismo, le entusiasmó y le llevó a crear más de trescientos dibujos con esta técnica, algunos de los cuales se expusieron en un establecimiento de París con gran éxito. Tal éxito animó a la joven galerista Jeanne Bucher a editar en 1926 la carpeta Historia natural, integrada por las 34 fototipias que se exponen hasta el 13 de octubre en Málaga. La carpeta, acompañada de un prólogo del escultor Jean Arp, tuvo una tirada de 306 ejemplares, de los que trescientos se pusieron en venta, y la que se puede contemplar en Málaga es la número 3.
No solo se valió el artista de las vetas del suelo para su técnica del frottage, sino que también utilizó hojas de diversas plantas, sogas y cuerdas, migas de pan o rejillas metálicas, con el resultado de “paisajes inquietantes en los que hay un cierto extrañamiento por el tamaño de los objetos”, según Moreno. Esta técnica “extremadamente sutil, que muestra texturas de la naturaleza”, dio como resultado en esa Historia natural una cosmogonía surrealista en la que la propia realidad proporcionaba al artista la materia prima para crear nuevas formas vegetales, animales o humanas. Finalmente, se obtuvo un tratado científico que compendiaba la peculiar naturaleza del surrealismo, poco después de la publicación en 1924 del Manifiesto surrealista de André Breton.
El frottage proponía una suerte de “dibujo automático”, que conectaba con la escritura automática de Breton, y en el que las imágenes surgían sin una intervención consciente del artista. Son formas y objetos que parecen haber pasado por el filtro de los sueños, el inconsciente y el azar, y frecuentemente el título del dibujo no tiene ninguna relación con lo representado, porque a Max Ernst “le interesaba más sugerir que mostrar lo explícito”, apuntó la comisaria.