madrid - Inspirado en los jardines de la Alhambra de Granada y el Alcázar de Sevilla, Joaquín Sorolla proyectó en su palacete del corazón de Madrid un jardín en el que consiguió la luz, el agua y el color de las flores andaluzas, iconos que dibujó este “pintor jardinero” y que ahora expone el Museo Sorolla.

Sorolla. Un jardín para pintar, así se llama esta exposición que desde ayer y hasta el 20 de enero de 2019 pone de relieve la importancia que para el pintor valenciano tuvo su jardín, un espacio dividido en tres patios que comenzó a construir en 1912 y que no pintó hasta 1918, año en el que las plantas, árboles y flores que plantó estaban en su máximo esplendor.

“Cuando en 1912 empieza a construir el jardín es cuando los artistas internacionales, como Monet o Kandinsky, se vuelcan en el jardín para liberarse”, contó ayer María López, comisaria de la muestra junto a Consuelo Luca de Tena y Ana Luengo.

Unos años en los que la I Guerra Mundial tiñe de negro Europa y los artistas no pueden viajar, por lo que en sus jardines encuentran esa “intimidad y libertad” que necesitan para crear espacio que contrarresten la tristeza y oscuridad de la época. “Fue una especie de refugio moral en tiempos de guerra”, afirmó. Por eso, los también llamados pintores jardineros, crean en sus hogares bellos espacios, como el del Museo Sorolla, que ha creado una “exposición que parte del jardín para el jardín”.

viaje de ida y vuelta Pero Sorolla. Un jardín para pintar comienza en la entrada de la vivienda, un patio que recibe al visitante con una fuente que daba frescor a las reuniones que la familia Sorolla tenía en la entrada de su vivienda. Un lugar inspirado en el Alcázar de Sevilla, que visitó en 1908 durante un viaje por Andalucía.

La muestra completa la experiencia con los lienzos dibujados allí en 1908 y con los que Sorolla pintó ya en su jardín en 1918. Y así sucede en el resto de cuadros, que muestran un “viaje de ida y vuelta” marcado por esa fascinación que tuvo por los jardines hispanoárabes. “Sorolla buscó que el espacio tuviera una función social, que tuviera una lámina de agua para buscar el efecto plástico y que hubiera una pérgola para buscar los efectos de la luz”, matizó López.

El agua encuentra su protagonismo en el segundo jardín, donde el clasicismo italiano y la alegría de jardines y fuentes de la Alhambra llegaron a su casa a través del arrayán y el boj traídos de Granada, los geranios, una fuente y un togado romano.

Aunque fue el último en construirse, se trata de uno de los escenarios que más relevancia tienen en sus cuadros, junto a los del tercer jardín, el lugar donde la luz juega con el estanque y la pérgola que tanto soñó hacer este pintor con espíritu de arquitecto, ya que “todo” lo tenía proyectado desde que visitó tierras andaluzas.

Todos los lienzos de la muestra, matizó López, fueron hechos para él, para su familia y amigos por lo que muchos de ellos están sin firmar porque los pinta “por el puro placer de pintar”. - Efe