cuando en 1711 la reina Ana de Inglaterra inauguró el hipódromo de Ascot no imaginó que aquel punto del condado de Berkshire iba a convertirse en la quintaesencia de lo británico, una combinación perfecta de tradición, realeza y extravagancia. Eso es lo que ha ocurrido a lo largo de sus 305 años de historia. En estos tres siglos, las carreras de Ascot -que siempre celebran a mediados de junio, empezando siempre un martes y acabando un sábado- han marcado siempre el inicio de la temporada social veraniega en Inglaterra, que despierta a los meses más cálidos del año con esta cita ecuestre, la Regata Real de Henley y el torneo de tenis de Wimbledon.
La tradición de llevar sombreros (cada vez más extravagantes), que tiene pendiente al mundo entero, está vinculada a la Familia Real. Los Windsor, especialmente la Reina, dotan a Ascot de una aureola romántica y literaria que no tienen otros acontecimientos deportivos en Inglaterra. Históricamente, en la época en que Ascot comenzó su andadura, se consideraba una falta de respeto tener la cabeza descubierta en presencia del monarca. En la actualidad, en el Recinto Real (una de las tres zonas del recinto) las invitadas deben llevar sombreros con una base mínima de 10 centímetros. En 2012 se reescribieron las normas de estilo exigidas para poder acceder y disfrutar de un día en las carreras después de que la poca largura de las faldas y la amplitud de los escotes se convirtió en un problema para los organizadores. Este año, la fiesta es más especial porque se celebran los 90 años de la reina Isabel II. Acude a esta cita desde 1945, vestida con sus impecables y equilibrados conjuntos. Es ella la que cada año, desde su residencia, el castillo de Windsor (a seis kilómetros de Ascot) entra en el recinto en una calesa tirada por caballos, junto a su marido, el Duque de Edimburgo, y algún miembro de la Familia Real para inaugurar la jornada hípica -y épica- que comienza a las 14.30 horas. Con puntualidad británica.