barcelona. El escritor británico Ian McEwan, uno de los grandes representantes contemporáneos de las letras anglosajonas, hurga en su última novela, Operación Dulce, en el protagonismo de los servicios secretos en la difusión de la cultura en plena guerra fría y descubre la que llama "guerra fría cultural".

McEwan decidió escribir Operación Dulce después de leer historias de la Guerra Fría y de cómo a finales de los 40, en los 50 y principios de los 60 "la CIA dedicó ingentes cantidades de dinero a difundir la cultura occidental, para convencer a los intelectuales de que Occidente era la mejor opción". En ese marco, recuerda, se organizaron grandes giras de orquestas, se desarrolló el expresionismo abstracto y "todo se hizo con muy buen gusto, porque los líderes de esas organizaciones habían estudiado en Yale o en Harvard y su propósito era promover la diversidad cultural, pero el problema es que todos esos valores se promovieron en secreto". Confiesa McEwan que de todas las novelas que ha escrito Operación Dulce es, quizá, con la que mejor se lo ha pasado: "A medida que se iba desplegando me iba lanzando en ese juego interno, a pesar de que trata temas muy serios como la guerra fría cultural o los servicios de inteligencia y cómo se inmiscuyeron en el mundo cultural".

En Operación Dulce (Anagrama/Empúries), continúa con uno de los temas centrales de su anterior novela, Expiación, en la que hablaba de la escritura y del poder de la imaginación y aquí ha completado este enfoque con "una novela que habla de la lectura". Serena Frome, la protagonista, es una "lectora compulsiva, de gustos sencillos, a quien le gustan los personajes con los que se puede identificar, que son una versión de sí misma y le despiertan la curiosidad. Le gustan las novelas que acaban con el "cásate conmigo", resume McEwan. En el siglo XIX, continúa el autor británico, nos enseñaron cómo leer y cómo tratar el tema de los personajes y en esta novela se habla de "una historia de amor de dos tipos de lectores distintos: Tom Haley, posmodernista y a quien le gustan Cortázar o Borges, y Serena Frome, que seguramente odiaría a todos esos escritores".

En otro plano, la novela funciona como un fresco de la época de los años 70, que McEwan define como "los años de la crisis nerviosa colectiva, en los que había una profunda crisis política y cultural de identidad, y un país en quiebra tras la pérdida del imperio colonial". Esa situación depresiva contrasta con una "vida cultural animada, con el movimiento feminista, el activismo inicial por el medio ambiente o las acciones en defensa de las artes y la música". "Un contexto en el que yo también desempeñaba mi modesto papel con la publicación de mis primeros relatos y en el que comenzaban otros escritores que luego se convirtieron en mis amigos como Martin Amis, Salman Rushdie o James Fenton", añade.