UNO de los platos fuertes del programa de eso que llaman telerrealidad es la entrevista entre la intrépida Mercedes Milá y el concursante expulsado que supone una auténtica pasión para el recién salido de la casa que asiste entre desorientado y sorprendido a la catarata de vídeos que van mostrando debilidades, fechorías, andanzas y desventuras del período de enclaustramiento. Y todo ello, guisado, cocinado y aderezado por una maestra de ceremonias que se salta continuamente el guión preparado y deja en ridículo al equipo de GH con sus peripecias en el trapecio de la improvisación que ella cree manejar de maravilla. Se siente poderosa, reinona, maestra del preguntar periodístico cada lunes de expulsión preparando sus armas para pelar y trinchar al pichón que asoma por la puerta del plató. La experiencia dilatada de esta periodista transformada en muñeco del espectáculo le permite en ocasiones crear situaciones y momentos en la entrevista que merecen la pena y son ejemplo de buenas entrevistas, pero cuando asoma el pelo de la dehesa del amarillismo Milá se convierte en inquisidora torpe, monotemática y dictadora que solamente calma su sed de preguntar, cuando el entrevistado contesta lo que le viene bien al guión mental de la profesional. Y de ciento en viento, se le mete una piedrita en el zapato y Mercedes salta que da gusto y eso le ocurrió el pasado lunes, cuando madre y exmujer de un concursante y el mismo protagonistas evadieron, eludieron y no entraron en el juego que la otoñal Milá quiso orquestar y se encontró con tres peñascos vascos en los que se estrelló la reina del chachachá mediático. Faltó al respeto, reiteró en temas manidos y aburrió al personal. Se equivocó la paloma televisiva y los del Norte volvieron a sus casas sanos y salvos del linchamiento mediático de MM. Para que vaya aprendiendo.