BARCELONA. Denunció las condiciones laborales del emigrante en Cabeza de turco y después se convirtió en iraní para una televisión japonesa; ahora, superada una grave enfermedad de diez años, el periodista alemán Günter Wallraff publica el libro Con los perdedores del mejor de los mundos (Anagrama). Wallraff, quien ya hace tres décadas se convirtió en el indeseable periodista Hans Esser, vuelve a camuflarse para desentrañar el lado más oscuro de la opulenta Alemania, ya sea actuando como un somalí, un vagabundo sin casa, un teleoperador-estafador o como trabajador en una panificadora "infrahumana".
El periodista, de 68 años de edad, ha presentado en Barcelona su libro, y ha recordado que cuando empezó con estos trabajos de denuncia le caían "una avalancha de pleitos y querellas". Ahora no sólo no ha recibido ninguna citación judicial, si no que ha conseguido que se cierren "dos de las peores instituciones que había para albergar a (personas) "sin techo", y que en dos semanas se inicie un juicio contra el propietario de la citada panificadora.
A la vez, remarca, la ministra de Justicia alemana, Sabine Leutheuser-chnarrenberger, acabó impulsando tras la publicación de estos textos una nueva ley sobre los derechos de los consumidores.
"Las personas afectadas -prosigue- se han dado cuenta de que si me acusan levantan todavía más ampollas. Ahora se han vuelto más sabias y ya no me dicen nada".
A pesar de ello, y de que cree que en las últimas décadas la sociedad germana está mejor informada y es más consciente de los derechos de las minorías, él no puede dejar de hurgar en lo más profundo del lugar en el que vive, porque "cada vez hay una brecha más grande entre masas paupérimas de personas y una clase pudiente que se enriquece más".
Asimismo, mantiene que existe un "racismo latente", que ha empeorado en los últimos años, aunque también reconoce que "por suerte, todos los políticos de los grandes partidos aguantan bien y no quieren meterse en las olas populistas".
Preguntado de forma directa sobre si con algunos de sus disfraces no provoca, precisamente, condescendencia, Wallraff ha defendido que para entender mejor todo lo que luego explica a los lectores necesita "sentir las cosas en carne propia".