Es imposible no sonreír con un puntito de malicia al asistir a otro de tantos momentos en que los extremos no es que se toquen, sino que se magrean. Ante el apagón cuyas auténticas razones jamás conoceremos, Vox y EH Bildu –oh, sí, ambas, ya lo siento– han coincidido milimétricamente en el berreo de la fórmula para evitar que volvamos a irnos a negro. “¡Soberanía energética!”, claman los abascálidos, ofendidos por el cable (en el sentido prácticamente literal) que echó Marruecos desde el sur para ayudar a desfacer el entuerto que, más allá de sus causas, demostró que el sistema eléctrico español es un cagarro cósmico. “¡Soberanía energética!”, calca el mensaje del caudillín de Vox la plana mayor de EH Bildu, pasando por alto que, en nuestro caso, si no llega a ser por el enganche eléctrico francés, con su cuota nuclear y todo, habríamos estado a oscuras vaya usted a saber hasta cuándo. Es para carcajearse hasta la extenuación o para llorar un océano recordar esas pancartas en un puñado de rincones de nuestro terruño que porfían “Interkonexiorik ez!”. Me escribió, con ironía veteada de ingenuidad o viceversa, un pérfido sindicalista agrario a quien no delataré: seguramente esos cartelones habrán sido retirados discretamente. Va a ser que no, le contesté, conocedor hasta el vigésimo decimal del cinismo sideral con que gestionan sus contradicciones los creyentes de la religión del Mahatma Otegi.
Volviendo al asunto de estas líneas, que no es ajeno a la digresión en que acabo de incurrir, manifiesto mis dudas de que el Estado español sea capaz de autoabastecerse energéticamente. Con mayor dolor, confieso mi absoluto escepticismo respecto a la posibilidad de que Euskal Herria, en cualquiera de sus versiones administrativas o emocionales (a siete, a cuatro o a tres), disponga de los recursos necesarios para satisfacer las necesidades en la materia de industria y particulares. “¿Independencia para qué, para plantar berzas?”, preguntó el sabio Xabier Arzalluz.