El centro político no existe, se nos viene diciendo con profusión, pero esa zona templada es multitudinaria y hasta los hasta hace no mucho irredentos del marxismo se agolpan en la moderación. Hace dos semanas tuvo lugar en Bilbao una manifestación convocada para reivindicar el derecho a la vivienda. En la coyuntura actual de práctica imposibilidad de acceso a la vivienda, en especial por parte de la juventud, se podría prever que la marcha sería multitudinaria. La convocatoria estaba secundada por 220 colectivos, entre partidos políticos, sindicatos –entre ellos ELA– y grupos sociales. Acudieron cerca de 8.000 personas: o sea, unos 36 asistentes por colectivo secundante. Y es que una cosa es reivindicar el derecho a la vivienda y hasta respaldar una convocatoria porque nosotros somos muy de izquierdas y tal y otra, ir y apoyar in situ la exigencia de vivienda gratis para todos, que era el objetivo de la manifa. Es la diferencia entre una radicalidad sin límite –esta sí, gratis total– y otra centrada. El nuevo ministro francés, François Bayrou, un declarado centrista, ha sido elegido por un Macron atrapado entre la ultraderecha de Le Pen y la izquierda radical de Mèlenchon. Será difícil que la solución cuaje, porque la fuerza de las opciones polarizadas es mucha y el político bearnés y alcalde de Pau ha elegido un gobierno que más que centrista es medianero, que no es lo mismo, y muy continuista de las opciones fracasadas. Con decir que ha resucitado al autodeclarado antinacionalista Manuel Valls –ex primer ministro y que quiso ser alcalde de Barcelona frente a los independentistas catalanes– como ministro de Ultramar, es decir, de los territorios franceses que fueron colonias galas. Dice Bayrou que ha elegido a Valls porque es “una personalidad que no teme el riesgo” y es “un poco kamikaze”. Quizá no sepa que kamikaze no es solo un suicida, sino alguien que muere matando y se lleva por delante a quien puede. Probablemente, al propio nuevo jefe del Gobierno.
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