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Mamitis crónica

Elena Zudaire

Rock Star

amigas, hemos entrado en el maravilloso mundo de las gafas infantiles. Las adultas de la casa conocemos bien este universo. Mi querida pareja se operó hace tiempo de una miopía galopante, y bien es conocida en la familia la anécdota de aquella vez que se pasó un buen rato buscando las toallas de su cuadrilla, un día en la playa después de darse un baño. Y yo, nací con un indudable estrabismo que una gran oculista operó y corrigió, con la condición de llevar gafas in aeternum, requisito que me salté a la torera durante unos años de mi juventud, y que ya ha vuelto para quedarse. Sin embargo, en el cosmos mental de mi hija de siete años, las gafas son una necesidad que llega sí o sí a una etapa vital avanzada como la nuestra o la de sus abuelas. Para ella, la franja de edad de los 48 a los 88 es la misma para ciertas cosas, una reflexión bastante lógica si tenemos en cuenta el escaso tiempo que lleva habitando este mundo. El caso es que nuestra linda pequeñuela se acercaba tanto a los libros que, si no fuera porque veía menos que un gato de escayola, esa fusión de su carita con las letras podría ser una bella metáfora sobre su amor a la lectura. Así que, cuando nuestro fantástico pediatra concluyó lo que ya barruntábamos, no es que ella se negase en rotundo a llevar gafas, es que su cabecita no procesaba la relación entre su edad y esa acuciante necesidad. Si le poníamos como ejemplo a aquellas compañeras que también las usan, ella respondía tajante: “Ama, es que vosotras habéis nacido con ellas”, poniendo mucho énfasis en la palabra nacido, para recalcar lo incongruente del asunto. Tras elegir unas bonitas gafas verdes que han solucionado su problema y le dan un aire de lo más intelectual, dijo: “Al menos, todavía podré ser una estrella del rock”. Y yo le recomendé que, cuando llegue el momento de la fama, mejor se aprenda las letras de memoria. Por si acaso.