Tiene su enjundia la disyuntiva que planteó ayer el Laboratorio de pensamiento Euskadi Think Next, impulsado por Sabino Arana Fundazioa: “La política, ¿profesión o servicio público?”. En el bote pronto, la respuesta es que debería ser lo segundo, pero que en demasiadas ocasiones se convierte en lo primero. Y ojo, porque a partir de ahí, caben dos millones de matices. La expresión “profesional de la política” tiene un carácter peyorativo cuando se refiere a personas que han hecho de la representación de la ciudadanía su modo de vida y, en consecuencia, su objetivo permanente es mantenerse en este o aquel cargo al precio que sea, pasando por encima de los principios ideológicos las veces que haga falta. Es, tristemente, un perfil cada vez más repetido: individuos mediocres que lo tendrían muy difícil en el sector privado. Sin embargo, y creo que por fortuna, podemos darle un sentido positivo al término. Así, una o un profesional de la política sería alguien que tiene los conocimientos, la capacidad y la experiencia que requiere la gestión de lo público. Como administrado, prefiero que las cuestiones que me afectan estén en manos de alguien que sabe lo que se hace antes que en las de un amateur bienintencionado.
En todo caso, y como coincidieron ayer la exconsejera del Gobierno Vasco Miren Azkarate y el exalcalde de Barcelona Xavier Trias en la jornada que ha dado pie a estas líneas lo fundamental es que haya una vocación de servicio público guiada por unas convicciones claras. En sus respectivas carreras, ambos han sido ejemplo de lo uno de lo otro. En los dos casos, con una trayectoria laboral acreditada que les garantizaba la vuelta al finalizar el periplo político. Ni Trias ni Azkarate necesitaron una puerta giratoria. Y, si me perdonan la finta final, tampoco la van a necesitar en su día una buena parte de los integrantes del nuevo Gobierno Vasco que llegan al cargo con un currículum largo, ancho y profundo a sus espaldas. Da confianza.