Decía Octavio Paz que uno de los gestos más antiguos y repetidos es alzar la mirada y contemplar con asombro el cielo estrellado. “Esa contemplación termina con un sentimiento de fraternidad con el universo”, concluía el poeta. Hace ahora 30 años conocí a Miguel de la Quadra. Él hablaba de esa experiencia, de cómo en los más remotos lugares donde viajaba había sentido que el mismo cielo nos unía más allá de las fronteras y las barreras culturales, que ha inspirado relatos y cosmogonías en todos los pueblos de la Tierra. Y aunque los astrónomos poblamos ese firmamento de historias de la mitología griega y les damos nombres romanos a las constelaciones, gran parte de las estrellas las denominamos con sus nombres árabes; nuestra ciencia es heredera del cuidadoso escrutinio que hicieron en China, en América, en islas perdidas del Pacífico donde aprendieron antes que los europeos a navegar siguiendo sus posiciones.
El día 21 de mayo se celebra desde no hace tanto el día de la diversidad cultural y en el Planetario solemos recordar que bajo el mismo cielo y con las mismos puntos luminosos que lo tachonan tenemos historias que nos narraron en el Chile austral, en Laponia, en el centro de África o desde las islas japonesas; en el frío de los desiertos del Sahara o de Atacama; en lugares tan distantes del mismo mundo que solemos pensar completamente diferentes y sin conexiones en común. El cielo nos invita a lo contrario: entendernos en la variedad, celebrar esos gestos que decía el Nobel y sentir la fraternidad de pertenecer al mismo mundo ahora tan amenazado. Mañana por la tarde lo celebraremos de la mano del Servicio Educativo Intercultural, de la Escuela de Música de Barañain y del Servicio Ayllu de Convivencia Intercultural y Lucha Contra el Racismo y la Xenofobia.