Apeles de Colofón fue uno de los más apreciados y famosos pintores de la Grecia antigua, y fue el pintor del poder de la época. Filipo de Macedonia y Alejandro Magno figuraban entre sus clientes. Desgraciadamente no ha llegado hasta nosotros ninguna de sus obras, pero sí descripciones de la misma y de su arte.

Cuenta Plinio el Viejo que, con ánimo de mejorar sus obras y adaptarlas al gusto de la gente, las solía exponer para que le llegaran comentarios y recomendaciones acerca de cómo mejorar sus pinturas. En una de esas ocasiones, un zapatero le criticó cómo había pintado las sandalias de uno de los personajes que acababa de terminar de pintar. Apeles pensó que la crítica era acertada y modificó esas sandalias siguiendo las indicaciones del zapatero. Cuando terminó, el zapatero vio el resultado y cómo le había hecho caso. Henchido de orgullo, el zapatero se pone a criticar otras partes del cuadro. Esta vez, Apeles le dijo que “ne supra crepidam sutor iudicaret”, que significa “no opines más arriba de las sandalias”. Vamos, un zapatero a tus zapatos en toda regla. De ahí que de crepida (sandalia en latín) hablamos de ultracrepidarios, los que opinan más allá de los zapatos, más allá de lo que saben.

Todos tendemos a serlo. Yo reconozco que lo soy a menudo. Al fin y al cabo, la libertad de opinión no exige ningún máster en ninguna materia para poder opinar al respecto. Y la libertad de expresión sólo admite unos límites de muy grueso calibre en el derecho internacional en materias como la apología del genocidio.

Pero eso no quita que a veces oyes cosas que producen rubor por la ignorancia sobre la que se sustentan. Por ejemplo en el caso de tierraplanistas varios. Y de la resistencia a las vacunas y a las redes 5G que vimos durante la pandemia. Y de quienes opinan que hay toda una conspiración para fumigarnos con las chemtrails. Eso sí, con las limitaciones antes descritas, defiendo a muerte su derecho a opinar. Una cosa no quita la otra.

@Krakenberger