A Israel no le agrada la palabra genocidio. Tras más de veintiséis mil muertos –una inmensa mayoría civiles–, decenas de miles de heridos, sin acceso a comida, agua y medicinas, la palabra genocidio se le hace áspera. Israel y sus aliados repudian la palabra genocidio cuando ellos son los perpetradores. Prefieren llamarlo “derecho a la defensa”. La definición de genocidio es simple. No deja dudas: Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad, dice el diccionario.

Los genocidios no dan buena imagen e Israel intenta esconder la barbarie. Los periodistas internacionales no tienen acceso a Gaza desde el principio de la guerra. Tampoco lo tuvieron en los campos de concentración nazis. Eso no ha impedido que el ejército israelí haya destruido total o parcialmente la sede de numerosos medios de comunicación y medio centenar de sus trabajadores hayan sido asesinados.

Hay días que apenas puedo mantener la mirada en la pantalla cuando salen las imágenes de las atrocidades de Gaza y Cisjordania. Algunas veces calculo qué lugar ocupará la noticia de la guerra en la parrilla del informativo y me ausento por un rato para no coincidir con el dolor. Se me revuelve el estómago, y bastante a menudo la conciencia.

Veo los pequeños sudarios blancos abrazados al llanto de una madre o de un padre. Hace unos días contemplé como un niño postrado en una camilla se aferraba a un balón; una de sus piernas había sido amputada, y el chaval se aferraba a la pelota como si fuera su tabla de salvación en un futuro incierto. Miles como él han sido víctimas de esta carnicería. Cruel guion repetitivo.

El dolor agota, pero no quiero claudicar ante él. Por eso escribo este artículo. No, no soy un tipo remilgado; tampoco soy John Wayne. Durante unos años trabajé en lugares difíciles donde la muerte y la destrucción eran el pan de cada día. No se me han olvidado mis viajes a Cisjordania, Gaza, y a la propia Israel. Las entrevistas a los colonos, los activistas por la paz, los líderes políticos y los palestinos desposeídos de sus tierras. Algunos de ellos todavía guardaban las enormes llaves de sus casas y huertos a las que esperaban volver algún día, como si el éxodo fuese un doloroso paréntesis y no hubiera ocupado la totalidad de sus vidas.

¿Cómo tenemos que llamar a un genocidio?

Recuerdo una Jerusalén histórica serpenteada por miles de ciudadanos israelíes. En un atardecer oscuro y bajo un aguacero inmisericorde desfilaron pidiendo la paz con los palestinos. Mientras cantaban en hebreo canciones tradicionales, otros belicosos vecinos les increpaban y escupían llamándoles traidores. No sé qué les habrá sucedido a aquellos valientes y desafiantes ciudadanos. Lo cierto es que ha pasado el tiempo y el gobierno del estado de Israel se ha lanzado a tumba abierta por un sendero muy peligroso.

En estos últimos años han ganado los que insultaban y agredían. Nunca en su corta historia ha tenido Israel un gobierno tan criminal como el actual y una sociedad tan dividida como la de ahora. Benjamin Netanyahu, líder del Likud, tres veces primer ministro y exmilitar condecorado, representa en sí mismo el sector más brutal de la ciudadanía de su país. Es la historia de cómo la sociedad israelí se ha ido cloroformizando ante el sufrimiento y la vejación al pueblo palestino.

Aun así, Israel no ha perdido el favor de los poderosos. La imagen del representante de los Estados Unidos, Robert Wood, en el consejo general de la ONU, alzando su mano para votar en contra del alto el fuego en Gaza, dando así luz verde a continuar la carnicería contra niños y civiles es significativa. Es posible que muchos votantes de origen árabe den su espalda a Biden en las próximas y cercanas elecciones.

No sé qué dictaminará el Tribunal Internacional de Justicia sobre la denuncia que Sudáfrica presentó contra Israel por “genocidio” en Gaza. No soy un experto en la legalidad internacional. Pero sí sé que hace falta ser muy cínico para negar el genocidio contra el pueblo palestino. Las palabras del ministro israelí de Defensa, Yoav Gallant, dejan pocas dudas al respecto: “Nos enfrentamos a animales y actuamos en consecuencia” o las del vicepresidente del Parlamento, Nissim Vaturi, que pidió “borrar a Gaza de la faz de la tierra”.

Es difícil mantener la esperanza en un estado permanente de catástrofe. El futuro no existe para los palestinos, sólo existe el presente lleno de dolor y muerte. Pero si el Tribunal de Justicia de las Naciones Unidas reconoce como genocida la política de Israel, tal y como demanda Sudáfrica, es posible que la presión internacional fuerce a Israel a detener sus bombardeos y sus ataques militares en un territorio donde cada 6 minutos muere una persona.

Para los palestinos todo depende de la palabra de los Tribunales Internacionales: ¿Genocidio o no? Espeluznante.

Periodista