Como al siniestro personaje de Apocalypse Now le gustaba el olor del napalm por la mañana, a servidor le gusta a cualquier hora el aroma de un acuerdo político entre diferentes. Así que, de saque, me sitúo en primera línea de saludo del pacto que han alcanzado in extremis PSE, PNV y EH Bildu para sacar adelante los presupuestos de Vitoria-Gasteiz. Es particularmente digno de subrayar, como hemos hecho con las últimas leyes de la legislatura de Iñigo Urkullu, que los consensos se produzcan en las inmediaciones de una campaña electoral que va a ser a cara de perro. Se diría que algunos partidos han caído en la cuenta de golpe de una cuestión que a este humilde opinatero siempre le ha parecido clara: aunque a cierta porción del personal le pone la gresca y el intercambio de cargas de profundidad, una buena parte de la ciudadanía prefiere el entendimiento y, de hecho, lo premia en las urnas.
Así que, sin desdeñar lo principal, que es la satisfacción de ver varias firmas al pie de una iniciativa, como tampoco hemos nacido ayer, señalaremos que en más de una ocasión y en más de dos, no ha sido la vocación pura por la entente sino el cálculo táctico lo que ha propiciado los acuerdos. Creo que en este último del que hablamos, el que afecta a las cuentas de la capital de la demarcación autonómica, se nota especialmente. Hace apenas una semana, EH Bildu estaba en el no, no y requetenó y calificaba el proyecto con expresiones biliosas. Cuesta creer que el giro copernicano obedezca a haber conseguido media docena de reivindicaciones que, sin negar su calado, tampoco son nada del otro jueves. Y aunque se ha dicho lo contrario, me resulta más verosímil pensar que el cambio de acera de las caderas soberanistas no se haya decidido en Gasteiz sino a unos kilómetros. Tampoco tengo claro si se hubiera producido en caso de que el gobierno estuviera en manos del PNV en lugar del PSE.