Los dos grandes partidos norteamericanos, demócrata y republicano, existen desde hace mucho tiempo aunque sean más jóvenes que su proceso electoral, pues las formaciones actuales datan de finales del siglo XIX, cuando el entonces presidente Abraham Lincoln ganó las elecciones al frente del recién creado Partido Republicano, al concluir la Guerra de Secesión

Quizá nos parezca un tiempo muy breve, pero Estados Unidos es un país joven, como lo son todos sus vecinos continentales y su constitución no tiene ni siquiera tres siglos.

Las versiones actuales de ambos partidos, los conservadores republicanos y los progresistas demócratas no alcanzan siquiera un siglo, cuando los demócratas se convirtieron en la formación progresista y los republicanos en conservadores. Todo un cambio para unas formaciones que habían abogado por todo lo contrario en ambos casos: los republicanos de Lincoln acabaron con la esclavitud, los demócratas de su época eran el partido agrario y conservador.

Sin embargo, el país parece estar girando nuevamente y ambos partidos se están redefiniendo y convirtiendo en formaciones distintas de las que hemos conocido en este último siglo: los demócratas van tomando las posiciones elitistas, los republicanos representan a la gente de a pie y su populismo atrae a grupos menos favorecidos económica y culturalmente.

Todo un cambio: tradicionalmente, los demócratas han estado representando desde hace casi un siglo, cuando le imprimió un nuevo rumbo el entonces presidente Franklin D. Roosevelt, a los menos favorecidos económicamente, como la población negra, los inmigrantes recientes o quienes están a la cola económica y socialmente.

Los republicanos eran el partido de la gente establecida y había adquirido un sabor patricio. Patricios fueron presidentes como George H. Bush, un personaje bien distinto de su hijo George W. Bush quien adoptó repetidamente posiciones populistas en sus ocho años de mandato, a pesar de pertenecer al mismo partido, pero todos defendieron los principios de libertad de mercado y conservadurismo económico en general.

El nuevo rumbo de los demócratas

El giro de las formaciones políticas ha seguido como un calco el desarrollo de la sociedad norteamericana: los otrora obreros y trabajadores rurales, afiliados al Partido Demócrata que defendía a los más pobres, se han ido convirtiendo junto con la población que representaba: hoy es el partido de las clases intelectuales y, gracias a sus etapas en el poder, de altos funcionarios en activo o retirados.

Lo que ahora les interesa no son los jornales de los obreros, sino el elevado precio de la enseñanza superior y quizá esto explique el empeño del actual presidente demócrata Joe Biden para que se perdone a los antiguos estudiantes la deuda adquirida para financiar sus estudios.

Es algo que el Tribunal Supremo ya rechazó un vez, pero el presidente Joe Biden sigue empecinado por conseguirlo y busca ahora vías diferentes.

El giro populista de los republicanos

A su vez, los republicanos han hecho el giro contrario y, del partido elitista del siglo pasado, hoy representa al centro geográfico del país donde el desarrollo económico es menor y ha dejado de ser el partido de otrora. Hoy tiene fuertes ribetes populistas y atrae a las clases trabajadoras.

Las implicaciones son inevitables… y nefastas al menos a corto plazo para la economía del país: ni uno ni otro puede permitirse la austeridad que la situación económica necesita en estos momentos. Los republicanos porque sus representados necesitan dinero público y los demócratas porque sus tradiciones y tendencias políticas no les impulsan a cerrar el grifo.

El aumento del déficit es así prácticamente inevitable, con las consecuencias económicas negativas que acarrea, especialmente ahora que los tipos de interés han subido y las deudas son mucho más caras que antes.

Y el momento es difícil también a escala global: la crisis afecta a todos, sea el nuevo gigante chino, la Unión Europea o Rusia. Tan solo algunos estados petroleros nadan en la abundancia, pero ni tienen la tradición de ofrecer ayudas ni pueden dormirse en sus laureles ante las perspectivas de un reajuste energético que afectará su situación.

Para el gigante norteamericano, la situación puede llevar a una más de las diversas crisis que ha tenido a lo largo de su historia, con reverberaciones internacionales. Pero esto no significa un cambio de liderazgo mundial por el momento: nadie parece capaz de tomar el relevo.