El pasado día 13, jueves, se cumplía el 26º aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, una fecha que la generación de quien esto firma tendrá bien grabada en la memoria. Aquel crimen conmocionó a la sociedad vasca y analistas políticos lo fijan como el origen de un mayor rechazo y aislamiento de la organización terrorista que derivaría en el abandono final de las armas y el cese definitivo de su actividad en 2011.
El asesinato de Miguel Ángel Blanco, víctima de ETA por antonomasia, fue también la consolidación de una repugnante estrategia política urdida por la derecha española, una práctica infame que consistía en apropiarse del dolor de las víctimas, monopolizarlo, instrumentalizarlo, aprovecharse de él para obtener réditos políticos y, por supuesto, electorales. El aparato supremo del Partido Popular, con Aznar de presidente y Mayor Oreja de ministro de Interior, con el concurso de todo un equipo de asesores de confianza –expertos en marketing, politólogos, periodistas…– dispuestos a consolidar esa estrategia, llevó a la utilización en monopolio de las víctimas para beneficio partidista. No se escatimaron medios económicos para crear y apoyar asociaciones de víctimas, colectivos paralelos que extendiesen esa estrategia en ámbitos académicos como el Foro de Ermua o de agitación como el Basta Ya!, y no faltaron cargos y prebendas para allegados a las víctimas. Conviene advertir de que en esta maniobra solo se tenía en cuenta a las víctimas de ETA, porque las otras, las del espantoso atentado del 11-M, ni cuentan para los cálculos electorales del PP. Más bien molestan, como molestaba Pilar Manjón, la presidenta de la Asociación de Víctimas del 11-M, a quien ningunearon y hasta difamaron porque su testimonio les recordaba demasiado la gran mentira que a la desesperada urdió el PP para evitar un descalabro electoral.
El PP carroñó el dolor de las víctimas mientras ETA se mantuvo activa. La persistente exposición de las víctimas siempre ligada a los intereses electorales de la derecha española, la implacable y reiterada repulsa mediática y su propia perversa historia hicieron que ETA y todo lo que la derecha quiso relacionar con ella fueran objeto del más furibundo e instintivo odio por buena parte del censo celtibérico. Un odio generalizado con más base emocional que racional. El PP ha trasladado a la sociedad española que ETA, EH Bildu y a veces por extensión el nacionalismo vasco o catalán han sido y son la causa del dolor de las víctimas. Y en ese lodazal chapotean sin criterio y sin vergüenza en su práctica política.
Y ahí sigue, blandiendo el espantajo de ETA –hace doce años disuelta– y carroñeando el dolor de las víctimas, sus víctimas, avivándolo cada vez que huelen urnas. El fulano que el 3 de septiembre de 2022 en un mitin de Pedro Sánchez sacó un cartel con el zafio pareado “que te vote Txapote” jamás hubiera esperado que su lema formase parte selecta del discurso electoral del PP y de Vox. Esta despreciable estrategia ha ido ya demasiado lejos. Tan lejos, que colectivos de víctimas, de las víctimas que no maman de la teta del PP, ya han dicho que hasta aquí hemos llegado, que les dejen de manipular. Pero al PP y a Vox les da igual. A los Hernando, Ayuso, Álvarez de Toledo, Núñez Feijóo, María San Gil y demás oportunistas, trileros del dolor ajeno, les da exactamente igual. Las víctimas de ETA, bien aprovechadas, oportunamente enarboladas en declaraciones, o en mítines, o en lemas ramplones, son votos. Y eso es lo que les importa.