Afirmar que la más grande enciclopedia de todos los tiempos es Internet es una obviedad. O el más grande museo. Hace ya unos años Internet contenía alrededor de cinco millones de terabytes de información, lo que equivaldría a unos cincuenta gramos reales de peso. Es decir: hasta la información inmaterial tiene “michelines” si llega a estos altos niveles de, digamos, abundancia. Aunque realmente, en este caso, son los electrones que se utilizan para plasmar y registrar la información en nuestros dispositivos de almacenamiento de datos, como las memorias flash o los discos duros, los que tienen masa.

Decía un experto en asuntos de archivo que lo digital tiene una ventaja: la difusión; pero también un inconveniente: puede desaparecer muy rápido. Todos hemos visto lo que sucede cuando estamos escribiendo algo en el ordenador sin darle a “guardar” y sufrimos un accidente digital: un borrado inoportuno. Perdemos la información y al mismo tiempo lanzamos al cielo un buen repertorio de maldiciones.

Que algo permanezca en el tiempo, en nuestra memoria colectiva, formando parte de la gran aventura que es la historia de la humanidad siempre ha sido una misión que hemos delegado en el arte. Pero el Guernica de Picasso, por ejemplo, pesa trescientos kilos. No cabría en estas líneas el número de billones de electrones que tendríamos que arrejuntar para llegar a igualar el peso de una sola obra de arte material. Material como nosotros, el ser humano. Pero la materia orgánica desaparece. Tiene un principio y un fin. En cambio, el arte permanece. O puede permanecer. Funciona como una “cápsula del tiempo”.

Las siguientes palabras las publicaba en un periódico regional una niña de doce años: “Vengo a daros una buena noticia, yo he dado con el secreto de la perennidad. Hemos sido tan sumamente tontos que la inmortalidad la hemos basado en algo biológico, cuando es mucho más que eso, cuando la hemos tenido delante de nuestros ojos y no hemos sido capaces de verla. Que te plasmen artistas como Antonio Machado o Miguel Hernández en su obra es la mejor manera de ser inmortal. Así que coge cincel, pincel, lápiz, lo que quieras.”

Y hoy se inaugura en Artium la exposición Composiciones del artista Rafael Lafuente, comisariada por Enrique Martínez. Un pintor de nuestra ciudad fallecido hace casi dos décadas. Se trata de la segunda muestra dedicada a este autor desde su muerte, pues en 2006 –en la sala de la Fundación Vital de nuestra ciudad– tuvo lugar Línea, color, espacio, una exposición-homenaje comisariada por dos amigos artistas suyos: Jose María Solitario y Miguel González de San Román.

La “cápsula del tiempo” que contiene parte del trabajo de Lafuente se ha abierto, por lo tanto de nuevo en Artium. Dándonos la oportunidad de conocer el trabajo de un artista que hace tiempo que nos abandonó. Pero ahí sigue la materia, sus obras. El milagro del arte que es capaz de contener y preservar el pensamiento humano.