Coleccionar
Existen muchos tipos de coleccionismo según la clase de objetos que deseamos reunir, y en ocasiones, mostrar: bibliofilia (coleccionismo de libros), calendofilia (de calendarios), cartofilia (postales), cervisiafilia (recipientes de cerveza), conquiliología (conchas de moluscos), escripofilia (bonos antiguos), filatelia (sellos), hemerofilia (periódicos y revistas), filumenia (cajas de cerillas), glucofilia (sobres de azúcar), loterofilia (décimos de lotería), muñecofilia (muñecas), notafilia (billetes), numismática (monedas), placomusofilia (placas de cava), ululofilia (figuras de lechuzas y búhos), vitolfilia (puros), agustofilia (llaveros)… Algunas “filias” no llevan un nombre específico, como es el caso del coleccionismo de antigüedades, autógrafos, juguetes, fotografías, perfumes, relojes, videojuegos, videoconsolas, películas, cómics… o de arte. La lista es interminable.
¿Qué nos empuja a coleccionar? ¿Y por qué optamos por enfocar esa afición hacia determinados tipos de objetos y no otros? Algunos expertos en esas lides piensan que el coleccionismo es un síntoma de problema psicológico que tiene que ver con el Síndrome de Diógenes y con la adicción a las compras. Que coleccionar, en definitiva, es algo patológico.
Pero no podemos confundir “acumular” con “coleccionar”. El acumulador acapara de manera convulsiva, sin orden, buscando aliviar así su ansiedad. El coleccionista, en cambio, busca sus presas, las consiguen, ordena, clasifica, cataloga y muestra.
Existen muchos tipos de coleccionistas según la fuente que alimenta su impulso cazador: están los que buscan rodearse de esos objetos que les provocan placer estético, los que simplemente quieren invertir y especular, los que coleccionan materiales que tienen que ver con su pasado para de esa manera revivirlo, lo que persiguen el prestigio o la fama… Pero, habitualmente, el coleccionista –en mayor o menor medida– bebe de todas ellas.
Sin coleccionistas privados, no existirían los museos, pues la mayoría de éstos se han construido con el material vendido, cedido, donado… por aquellos. Buena parte del legado de nuestros ancestros ha sobrevivido gracias a ese impulso primario que provoca una descarga de dopamina en todo coleccionista que se precie. Porque sí, coleccionar puede ser tan adictivo como practicar un deporte.
Ayer se presentaba una nueva fase del proyecto que busca incentivar el coleccionismo de arte local, cercano, llamado La Boutique de una manera distinta, innovadora. Dos obras nuevas, de la artista Zuriñe Amoroso, se incorporaban a ese “fondo de obras exquisitas” visitable en el espacio cultural Zas Kultur bajo la batuta del ex director de Artium Daniel Castillejo, experto en arte que se encarga, altruistamente, de alimentar, poco a poco, este proyecto. Un proyecto que busca popularizar la compra de arte. Pues no olvidemos que sin el coleccionismo no existirían los museos, pero –y esto es más importante– tampoco los artistas ni el arte. l