e supone que para hoy ya nos habrá llegado la vacuna de Pfizer y se habrá comenzado a suministrar a los colectivos previstos. Hace nueve meses, cuando comenzó en toda su crudeza esta pesadilla, soñábamos con el día en que la ciencia crease alguna fórmula de inmunidad contra ese virus demoledor, esa amenaza letal agazapada que nos obligó a confinarnos durante un tiempo que parecía interminable. Ya está aquí, por fin, la vacuna y es el momento de ponernos a la cola para cuando nos toque. Es el momento, también, de poner a prueba por un lado la capacidad logística de nuestros gobernantes y por otro la disciplina de nosotros, los gobernados. Ahora podremos comprobar la solidez de nuestra estructura sanitaria y la disciplina ciudadana, de forma que vaya a ser verdad que la vacuna es el principio del fin de esta pandemia.
Llega la vacuna, precisamente, cuando con mayor virulencia se propagan teorías negacionistas y prosperan paranoias conspiranoicas reflejadas en el Deustobarómetro, donde se indica que un 40,5% de los habitantes de la CAV no está dispuesto a vacunarse en este momento y, más preocupante aún, un 57,4% piensan que el covid-19 fue creado en un laboratorio. Como es lógico, estos resultados de encuesta precisan ser matizados e interpretados en su contexto. Es perfectamente comprensible que en ese 40,5% dispuesto a no vacunarse, una alta proporción prefiera esperar y comprobar las consecuencias en los ya vacunados, los que van a lo seguro. Que experimenten con otros y luego, ya veremos.
Hay que constatar que entre los que ahora manifiestan su recelo ante la vacuna, a la mayoría le fueron aplicadas las vacunaciones preceptivas desde su más tierna infancia y han crecido saludables sin conocer los penosos efectos de enfermedades endémicas afortunadamente superadas gracias a las vacunas. Muchos de los que desconfían de la eficacia y la salubridad de esta vacuna, consumen sin pestañear fármacos de todo tipo sin siquiera leer sus prospectos. Muchos de estos recelosos se fían más de sus consultas a Google que del criterio propuesto por las autoridades sanitarias.
Por mi parte, ni me planteo el más mínimo recelo sobre esta vacuna y acudiré a aplicármela en cuanto me llamen. Y si no me llaman, reclamaré donde proceda para vacunarme, porque me fío de que las agencias del medicamento han respetado todas las precauciones y no me cabe en la cabeza que ningún laboratorio de nivel internacional se arriesgue a colocar en el mercado sin garantías un producto de esa envergadura.
A medida que iba transcurriendo este tiempo de angustia, de incertidumbre, de datos desoladores, de enfermos, de muertos, de desmoronamiento económico y social, solamente nos quedaba la esperanza de una vacuna. Ya está aquí. Es el momento de volver a ver la luz, y allá quienes prefieran seguir a ciegas, lo que personalmente me parece un disparate. Porque cuanto antes consigamos eso que llaman la inmunidad de rebaño, cuantos más seamos los vacunados, antes podremos decir que hemos vuelto a la normalidad, la de antes, la de siempre.
No obstante, que nadie crea que aquí está la vacuna y punto final a la pesadilla. Esto todavía va para largo, y comprobando el ritmo y la cantidad de entrega de unidades que llegan a nuestra comunidad, no. Nos queda otro remedio que seguir respetando las medidas precautorias que se nos impongan porque el virus sigue aquí, agazapado entre nosotros hasta que la ciencia médica acabe con él.