a derecha española se ha inmolado. No gobernará el país en años. Más allá de esta reiterada profecía propiedad de Pablo Iglesias, entre interesada y fundada, tan fatídico augurio para la suerte del PP descansa sobre datos incontestables. Una inevitable fragmentación electoral tras el último descarte de Más España y el precio de una obstinada oposición atrabiliaria, castigada con un secular aislamiento, impiden rotundamente alcanzar a los desheredados de la foto de Colón siquiera una mínima mayoría parlamentaria y mucho menos soñar algún día cercano con 176 escaños. Después de un tenebroso arranque de legislatura con un experimental Gobierno de coalición, de una catarata de tropiezos y rectificaciones ministeriales, de una crisis sanitaria con decenas de millares de muertos y contagiados y un desastre económico que sigue desbocándose, Pedro Sánchez y su brazo armado negociador Pablo Iglesias paladean ahora mismo la honda satisfacción política de ver aumentado en 22 votos aquel arranque de un mandato que prolongarán durante mucho, mucho tiempo.

Hay una nueva mayoría duradera. Con puntuales y sensibles diferencias internas, sin duda, aunque armada bajo la argamasa del combate implacable contra la derecha. Es cierto que en este bloque ampliamente dominante en el Congreso convergen intereses tan heterogéneos como el camaleónico pragmatismo líquido del presidente, el maquiavelismo egocéntrico de Iglesias o las explícitas ambiciones independentistas, todas ellas estrategias propicias para más de un chispazo, pero siempre justificarán su evidente riesgo de desgaste al constituirse en antídoto para evitar, firmemente convencidos, la vuelta al poder del unionismo patriótico.

Así las cosas, quizá no haya que buscar muchas más razones para escudriñar con acierto tan abultado respaldo a los Presupuestos. Los impulsores del propósito han buscado con rotundo éxito final una fotografía de la nueva realidad parlamentaria, que viene a desbaratar conjeturas sobre la estabilidad del Ejecutivo a corto y medio plazo, alienta el morbo propio para los tertulianos de una convivencia inédita entre las dos izquierdas y, principalmente, acerca a la esquizofrenia política a Pablo Casado. La jugada ha salido redonda a Sánchez e Iglesias porque cada uno ha conseguido aquello que pretendía, sobre todo para desolación de Inés Arrimadas tras sus innumerables gestos de mano tendida.

Por eso, nadie quiere saber nada del imposible cumplimiento de los Presupuestos, de los previsibles desajustes que surgirán a las primeras de cambio bajo los efectos de la pandemia, o la permisibilidad hacia muchas partidas consignadas sobre pies de barro. Que no vengan a aguar la fiesta. Aquí se trataba sencillamente de contraponer con absoluta claridad y contundencia la fuerza de dos bloques antagónicos. Objetivo conseguido: 188 votos a favor, sumando el apoyo de hasta 11 partidos bien distintos.

Por si había alguna duda para justificar la confluencia de miedo a la derecha, ahí aparece un ramillete de nostálgicos militares franquistas furiosos para ametrallar a 26 millones de rojos y separatistas bajo la comprensión de Vox, incómodo socio de gobierno autonómico del PP para el desapego ideológico que pretende su líder. Ha bastado la contundente reacción de la ministra de Defensa para dejar en agua de borrajas esta exaltación tejerista, aunque por el camino le haya costado sufrir a Odón Elorza una deplorable campaña intimidatoria de secuaces ultraderechistas.

Superada la reválida presupuestaria, Catalunya calienta motores sin despojarse de la sombra judicial. En realidad, está peligrosamente acostumbrada a una injerencia que descalabra el debate político en favor de las emociones. La bofetada del Tribunal Supremo a la libertad en tercer grado de los nueve encarcelados por el procés enrarece una precampaña ya de por sí contaminada por la disgregación partidista del independentismo y las probetas de laboratorio para aventurar la consistencia de un hipotético tripartito.

A su alrededor, mientras sigue la permanente bronca de advertencias tanto internas como al enemigo de siempre, es poco probable que alguien se esté preocupando por esbozar una propuesta de armonización fiscal y financiación autonómica, más allá del pataleo contra Madrid y la histórica deuda del Estado, o de la rehabilitación de la recortada capacidad sanitaria, incluso de contener las fugas empresariales. La mayoría seguirá hablando de independencia y, aquí también, para mucho tiempo.