En contra de su parecer, le apodan el Baby Shaq de las Antípodas por su cierto parecido físico con O"Neal o el mismísimo Schortsanitis y mañana está llamado a ser uno de los principales obstáculos del Baskonia para sumar un triunfo vital en la infernal caldera del Pionir. Por su voluminosa fachada y unos músculos de acero esculpidos a base de incontables horas de gimnasio, las comparaciones son, hasta cierto punto, lógicas. Nathan Jawai, el bastión interior del Partizan de 24 años y 2,08 metros de altura, ha irrumpido esta campaña con fuerza en el baloncesto continental tras unos atípicos inicios y superar unas dolencias cardíacas que cuestionaron su carrera como jugador.

Este fornido pívot, nacido en un barrio de Sydney con altos brotes de delincuencia, saltó a la fama en su día por convertirse en el primer aborigen australiano en dar el salto a la NBA. Durante unos meses fue compañero del ex baskonista José Manuel Calderón en los Raptors, franquicia a la que Indiana traspasó sus derechos en un múltiple intercambio de jugadores tras escogerle en la segunda ronda del draft de 2008. Al otro lado del charco, sin embargo, sólo gozó de cierta continuidad más tarde en los Timberwolves, donde disputó un total de 38 partidos con unos promedios discretos.

El típico joven que durante su etapa como estudiante practicaba deportes típicos de las Antípodas como el cricket y, sobre todo, el rugby descubrió su fervor por el baloncesto casi con la mayoría de edad recién cumplida. Descubierto a los 16 años por un técnico de la Federación australiana, Danny Morseu, que acudió a su búsqueda seducido por su descomunal figura, Jawai vivió una dura infancia rodeado de amigos que no escaparon de la tentación de las drogas o el alcohol. "Mis padres eran muy estrictos y siempre trataban de mantenerme ocupado para que no me sucediese eso. Hubo muchos conocidos que cayeron en ese mundo, pero yo afortunadamente no gracias a ellos", reconoce.

Con 21 años, el actual pívot del Partizan vivió sus momentos más delicados. En un control rutinario previo a su participación en un training camp de los Raptors, se le detectaron unas anomalías en el corazón por las que el equipo canadiense le abrió la puerta de salida. Por entonces, el mismísimo Bryan Colangelo llegó a tacharle para la práctica del baloncesto. Su lugar sería ocupado por Jamal Sampson. Esa temporada acabó en la Liga de Desarrollo, el cobijo para los jugadores repudiados por la mejor liga del mundo.

adaptación perfecta Lejos de quedarse cruzado de brazos, Jawai decidió viajar a su país natal en busca de nuevas opiniones médicas y, sobre todo, para cerciorarse si existía algún antecedente familiar con un problema de ese tipo. "Comprobé que no era así. Fue algo frustrante. Estuve mucho tiempo en estado de shock, pero todas las pruebas posteriores no revelaron nada negativo. Me encuentro bien y sin miedos", explica este australiano de raza negra, cuya adaptación a una realidad baloncestística tan diferente en tierras serbias marcha, de momento, viento en popa.

Rodeado de bisoñas e inexpertas piezas que todavía no han completado su proceso de formación, aporta el contrapunto de la experiencia pese a su corta edad. El Partizan, que se distingue en los últimos tiempos por encontrar petróleo con extranjeros contratados a precio de saldo (Milt Palacio, Bo McCalebb, Lawrence Roberts...), le ha concedido la oportunidad de granjearse una buena fama en Europa. Con unos momentáneos promedios de 10 puntos y 5,3 rebotes, desempeña una labor fundamental para dotar de solidez al entramado interior en manos de Vlade Jovanovic, el heredero de Dusko Vujosevic en el banquillo de los sepultureros.

Carente de una reputada técnica individual y sin la etiqueta de fino estilista bajo los tableros, Jawai someterá a un nuevo examen la controvertida consistencia de Stanko Barac en la zona. Tras demostrar su solvencia ante rivales de escasa talla física, el gigante croata tiene ante sí una oportunidad inmejorable de revertir su tierno papel en las pruebas de enorme calado ante esta fuerza de la naturaleza.