Vitoria- Hace ya un tiempo que el Atlético de Madrid trató de resumir lo que significa ser del Atleti con aquel recordado anuncio televisivo en el que un niño, sentado en la parte trasera del coche de su padre, le preguntaba no sin desconcierto a éste por los motivos de tal fidelidad: “Papá... ¿Por qué somos del Atleti?”. La sorprendente mirada del progenitor y su no menos significativo silencio ante una pregunta tan sencilla dejaron entrever, y he ahí donde estaba el leit motive de la campaña, que al parecer no existe en el fútbol ni razón ni motivo ni argumento ninguno para explicar porqué uno siente los colores de su equipo y se convierte en un embajador incondicional poco menos que hasta el fin de los días... Un defensor inquebrantable y fiel, sin atajos ni mentiras, paciente en la derrota y exultante en la victoria... “Somos del Atleti y punto”, cabría elucubrar ante una hipotética respuesta por parte de aquel padre...
Como quiera que la universalidad del fútbol hace que este mismo patrón se repita de manera constante, la relación entre el Deportivo Alavés y su afición no escapa a esta realidad. Por eso cuando a uno se le pregunta porqué se es del Glorioso cuando se ha sido testigo de más tristezas y miserias que alegrías en su casi centenaria historia del fútbol español, la respuesta es la misma: el corazón siempre se impone a la razón, aunque ésta sea ilógica. Por eso gestos y homenajes como el que ayer brindó todo el alavesismo a los héroes de la temporada 97/98 no hacen sino agrandar el sentimiento de orgullo y pertenencia hacia los colores y la historia del club, forjada a fuego con efemérides como la que Iraultza 1921 quiso celebrar diseñando un sentido homenaje a aquella plantilla que comandaba Mané y que fue capaz de devolver a Vitoria el regusto por la Primera División 42 años después.
Una “banda de amigos” en toda regla que se había forjado sin las pretensiones que finalmente se conseguirían aquel año y que aunaba una explosiva mezcla de juventud, descaro y veteranía que dio como resultado una temporada para la historia. No sólo se logró el ascenso a Primera cuatro décadas después de la última vez, sino que se consiguió además con varias jornadas de antelación. Por si fuera poco, aquel equipo que al comienzo del curso, y en palabras del que era entonces su presidente, Gonzalo Antón, “no se sabía si era carne o pescado”, se proclamo campeón de Segunda y firmó un no menos histórico transitar por la Copa del Rey con la eliminación de cuatro equipos de Primera -entre ellos el Real Madrid- antes de alcanzar las seminales, donde cayó eliminado por el Mallorca de Héctor Cúper. Un Matagigantes que hizo bandera aquel año en el fútbol español a partir de un sensacional vestuario que fue el germen del que años después permitiría al club alcanzar su, hasta la fecha, mayor logro deportivo, la final de la Copa de la UEFA de 2001 ante el Liverpool. Jugadores como Pablo, Ibón Begoña, Oscar Téllez, Antonio Karmona, Desio y Javi Moreno, presentes aquel 3 de mayo de 1998 en Mendizorroza repetirían alineación en Dortmund varios años después, poniendo el acento albiazul a una de las mejores hornadas de la historia del club.
una plantilla de lujo Por eso ayer se les veía felices, entusiasmados y agradecidos por volver a sentirse importantes, aunque fuera solo por unas horas. Orgullosos por formar parte de un homenaje impulsado por la propia afición -en este caso por el colectivo Iraultza 1921- que solo el mal tiempo intentó deslucir. La sala VIP ubicada en los bajos de la grada de Cervantes se quedó pequeña para acoger la recepción del equipo, que ayer formó con Mané y Ondarru en el banquillo; Paco Leal, Tito y Armando en la portería; Téllez, Berruet, Karmona, Dacosta y Albístegui en defensa; Pablo, Angel Luis, Pedro Riesco y Sívori en la línea de medios; y Bermúdez, Serrano, Codina y Javi Moreno en formidable punta de ataque. Una plantilla de lujo que se completó con la presencia de Jesús Gaisán en nombre de los servicios médicos, Agustín Abascal como delegado, Indalecio Aguado, Inda, y Luis Javier Borro, de Intendencia, y la joven Gabriela, hija del difunto Pedro Alberto, uno de los jugadores más queridos de aquel grupo. Solo Raúl Tamudo, Hermes Desio -el único extranjero de aquel grupo-, Alex, Azkoitia y Cañizares, al margen de figuras emblemáticas en aquel proyecto como la del propio presidente, Gonzalo Antón, o el que fuera secretario técnico, Juan Carlos, El Bala, Rodríguez, faltaron a una cita de alto contenido emocional que comenzó al mediodía con la comparecencia del grupo ante los aficionados, continuó después con la inauguración de un mural conmemorativo y vivió su momento de mayor apogeo en el descanso del partido, cuando les tocó volver a vestirse de corto y saltar al césped para ser recibidos como héroes por parte de todo el alavesismo.