Hace más de un año pude conocer un poco a Dani Abalo gracias a una entrevista que le realicé con motivo de la visita del Ludogorets búlgaro al Bernabéu para jugar la fase de grupos de la Champions. Tiene mi edad, 28, y la suya es la historia de otro joven español empujado a emigrar para encontrar un futuro mejor. Razgraz, el pueblo donde está ubicado el Ludogorets, tiene 33.000 habitantes. “Me planté allí sin hablar siquiera inglés, y al principio fue muy complicado. Son momentos en los que crecí como persona y como futbolista”, explicaba durante nuestra conversación con un inconfundible acento gallego. En aquella apuesta le acompañó su novia hasta Bulgaria. Hoy en día es fácil encontrar en nuestro entorno a gente que ha tenido que salir de España para buscarse la vida. Me viene a la cabeza Paula, que se fue a Londres a poner copas. O Pol, que también se fue a Londres y espero que algún día pueda vivir de las fotografías que hace. O Patricia, que se fue a Azerbayán para dirigir a la Sub’17 femenina porque entrenando cuatro equipos en España no llegaba a fin de mes. También Ander del Álamo, canterano del Alavés, que cumple su segunda temporada en el Oxford mientras estudia algo por allí. Y no sigo, que empiezo a sonar a Amaral. La de Abalo en el fondo, y con la gran suerte del fútbol, no deja de ser una historia similar: salir para encontrar un futuro mejor, salir para eventualmente volver. “Por lo que lucho cada día es por poder jugar en Primera División en España. No pierdo la esperanza de conseguirlo”, contaba.

Ahora llega a un equipo que anda en eso precisamente, en volver. Seguro que cuando iba subiendo escalones en la cantera del Celta le hubiera sido imposible dibujar su carrera profesional así. Imagínense cómo tiene que ser el momento para un futbolista criado en España, la meca del fútbol formativo, en el que decide su próximo paso en base a una oferta de Bulgaria y unos vídeos de un equipo del que jamás había oído hablar. “Lo que yo he vivido en el Ludogorets no se puede vivir en un Madrid, por ejemplo”, reflexionaba. En Cien Años de Soledad, García Márquez deja una de sus grandes frases: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda”. Hay un momento que será imposible olvidar para Abalo. La noche en la que hizo callar a Anfield Road en la Copa de Europa, empatando el partido en el descuento. “Compensa muchos esfuerzos. Tras mi gol se hizo el silencio y solo se escuchaba a los nuestros. Lo voy a recordar toda la vida”. Y como el recuerdo es selectivo, dentro de un tiempo hasta borrará lo que ocurrió en la siguiente jugada.