En 1935, un incendio acabó con la ermita de Nuestra Señora de los Remedios de Urrialdo. Dicho templo, del siglo XIII, había sido la iglesia parroquial del pueblo, pero tras el despoblamiento de dicho enclave, pasó a ser gestionado por el cercano pueblo de Mártioda.

Hoy, apenas sobreviven algunos de los muros que conformaron el templo, pues el paso del tiempo, y la desidia de unos y otros, provocaron la desaparición paulatina de, no solo sus paredes, sino también de las pinturas murales del siglo XIV que, precisamente habían salido a la luz a raíz del incendio.

De todo lo que albergara en su día la ermita se poseen algunos datos. La talla de la virgen, junto a las indulgencias que el Papa Clemente XIII otorgó a los miembros de la Cofradía de Urrialdo, se trasladaron a la iglesia parroquial de Mártioda, donde aún se conservan. Sin embargo no se pudieron salvar ni el retablo ni el coro, ni los cuadros que adornaban las paredes. Tampoco se recuperó un arca de madera que se encontraba en el testero del altar mayor y, en cuyo interior, se custodiaba el esqueleto de un extraño animal... El basilisco de Urrialdo.

El basilisco del que hablamos es un ser fantástico que, según la tradición, surge de un huevo de gallo sin yema que ha sido empollado por una culebra. Tal era el convencimiento de la existencia de esta criatura que, cuando en los gallineros aparecía algún huevo más pequeño de lo habitual, los aldeanos los destrozaban inmediatamente ante el temor de que se tratara del huevo de un gallo, y que, de su interior, pudiera surgir tan terrible ser.

Se supone que cuando el cascarón se rompía, surgía un animal con cuerpo de serpiente y cabeza de gallo, en cuya frente se encontraba una piedra preciosa que desprendía una copiosa luz. Las alas que salían de aquel cuerpo de reptil tenían espinas, y el pico, aunque de ave, estaba provisto de dientes.

Cuentan que el basilisco era capaz de matar con la mirada, y que, por donde pasaba, las plantas se marchitaban. Tan solo había dos animales a los que temía; al gallo, pues no podía soportar su canto, y a las comadrejas, que, al ser inmunes a su veneno y a su mirada, podrían darle caza.

Hay distintas versiones sobre el responsable de la aparición de este ser. Unos hablaban de un judío de Mendoza que quería vengarse del pueblo, otros de la bruja de Badaya que se lo entregó a un joven despechado por cuestiones de amor e, incluso, hay alguna en la que sale a relucir una mendiga a quien nadie ayudó.

En cualquier caso, aquel basilisco ocupó una madriguera en las cercanías del pozo que suministraba agua a Urrialdo, y poco tiempo después, empezaron a aparecer personas muertas. No importaba si habían ido a lavar la ropa, a beber agua o simplemente pasaban por donde se encontrara el basilisco. Simplemente, si tenían la desgracia de que aquel monstruo les mirara, caían fulminadas de inmediato.

El miedo se apoderó de todos, de todos, menos de un muchacho que, ansioso por descubrir al asesino, se subió a un árbol cercano y, escondido, esperó paciente, no tardando en vislumbrar a la criatura flotando sobre un tronco en el agua. Cuando se lo comunicó a sus convecinos la mayoría huyeron despavoridos, pues nadie sabía cómo luchar contra él.

Cuentan que en su huida, uno de los habitantes dejó abandonado a su viejo gallo, el cual, mientras recorría el pueblo en busca de algo de comida, llegó al pozo, y se encontró con la fiera. Gallo y basilisco se miraron fijamente sin que nada ocurriera, hasta que el ave hinchó su pecho y cantó con todas sus fuerzas, lo que provocó que la bestia cayera fulminada.

Tiempo después, los huesos del basilisco aparecieron junto al pozo, y fueron entregados al párroco, quien decidió guardarlos en el interior de la iglesia. Aun así, a partir de ese episodio nunca más volvió a vivir nadie en aquel lugar.

Una cortina de humo para ocultar la realidad

Es posible que la procedencia de este mito tuviera su origen en las luchas entre Mendozas y Guevaras, y que se utilizara como cortina de humo para ocultar alguna incursión de estos últimos en las tierras de Mártioda en la que se arrasó el pueblo, pues reconocer la incapacidad de los señores de Mártioda de proteger a sus súbditos era del todo inaceptable.

En cuanto a los huesos que durante siglos se guardaron como procedentes de un basilisco, una teoría plantea que se trataba del esqueleto de un gallipato. Esta especie de tritón desconocido en Álava, posee unas características fisiológicas que sin duda alguna pudieron despertar la imaginación, convirtiéndolo en el basilisco de Urrialdo.correo@juliocorral.net