dicen que las reglas están para romperlas y hay gente que se lo toma al pie de la letra, afortunadamente. Hace un par de años, un grupo de jóvenes estudiantes de la Universidad del País Vasco (UPV) tuvieron una idea. Cuando se animaban a explicársela a alguien las reacciones se dividían en su mayoría entre los “pero qué me estás contando” y los “estáis como un cencerro”. Pero la historia está llena de personas a las que le miraban raro cuando contaban sus ocurrencias, así que estos emprendedores iban por el camino adecuado. Eso sí, su proyecto se las traía. Nada más y nada menos que lanzar al mercado un vino azul. No un tinto rojo con tonos azulados o un blanco que según le dé el sol parece que se ve más o menos azul. Ellos querían un vino azul, pero azul, azul. Así las cosas, la primera pregunta está clara. ¿Por qué? Y la primera respuesta es irrebatible. “¿Y por qué no?”, responde el vitoriano Imanol López. Touché.

“Éramos seis chavales jóvenes, de entre 22 y 28 años, que buscábamos un producto que nos representara. Algo nuevo, innovador, rompedor, rebelde si lo quieres llamar así. Ninguno veníamos del mundo vinícola ni teníamos ninguna relación con el sector. Es el sueño de unos alumnos un poco locos que se ha acabado haciendo realidad”, explica Imanol. Tenían una idea sorprendente, las ganas del emprendedor y el ímpetu de la juventud, pero les faltaba todo lo demás. Así que hicieron lo que parece más lógico pero no todo el mundo lleva a cabo: pedir consejo. Como estudiantes de la UPV que eran, solicitaron la ayuda de la Universidad para arrancar y pensar en el proceso de transformación necesario para dar con este vino azul -azul índigo, para los avezados que son capaces de distinguir diferentes tonos- y desarrollar un proceso técnico adecuado en el laboratorio. Además de su ayuda, contaron con la supervisión y soporte de Azti Tecnalia, el departamento de investigación alimentaria del organismo del Gobierno Vasco.

El proceso hasta el nacimiento de Gïk, como han bautizado al que seguramente sea el primer vino azul del mundo, fue largo, casi dos años, pero el pasado mes de diciembre las primeras botellas se lanzaron al mercado, de momento a través de su página web (www.gik.blue). Con un sabor dulce, muy diferente a cualquier vino tradicional, y una graduación de 11,5 grados, tan curioso caldo parece tener un público objetivo claro al que dirigirse. Y no, no son los Pitufos.

“Nosotros decimos que el consumidor de nuestro producto puede ser cualquier personas de entre 18 y 100 años, pero obviamente la gente joven y los que buscan probar cosas diferentes son el tipo de clientes que más se han interesado hasta ahora por hacerse con una botella de Gïk”, subraya Aritz López, que junto a su compañero Imanol López, Ainhoa Ocio, Taig Mac Carthy, Gorka Maiztegi y Jen Besga forman tan joven y descarado equipo, procedentes de Vitoria, Bilbao y Donostia. No hay más que ver su etiqueta, un hombre con cabeza de perro sujetando dos copas, o su forma de promocionar el producto, con vídeos musicales y frases como “olvida las sesenta denominaciones de origen de vino, olvida que representa la sangre de Cristo y todo lo que te dijo aquel sumiller en un curso de cata” para comprobar que con Gïk buscan, sobre todo, dejar a la gente con la boca abierta.

“El mundo del vino es muy tradicional, no ha evolucionado mucho, pero nuestra intención no es competir con un vino de denominación de origen de Rioja Alavesa, evidentemente, sino ofrecer una alternativa diferente”, apunta Imanol, que recuerda cómo en las pruebas y catas a ciegas que realizaron en los laboratorios de la UPV los humanos conejillos de indias “no identificaban qué estaban bebiendo”.

El color, que surge mediante “un proceso tecnológico de pigmentación de la uva”, aseveran, es azul como homenaje a la llamada “estrategia del océano azul”, una máxima ideada por el gurú coreano W. Chan Kim, que sostiene que el futuro del mundo empresarial pasa por dejar a un lado la competencia destructiva y generar valor a través de la innovación, sin que las empresas luchen entre ellas. “Un mar es azul cuando los tiburones no se comen al resto, y rojo cuando lo hacen y la sangre mancha el agua. Nos pareció una metáfora muy explícita para definir nuestro vino”, ironizan estos emprendedores. Para elaborar los caldos, en Gïk no recurren a una única bodega, pues se mueven entre varias, todas nacionales, para obtener diferentes uvas, lo que lleva a generar leves variaciones de color y sabor entre unas remesas y otras.

¿Sirve para un kalimotxo? Para el que tenga dudas sobre tomarse o no unas copas de un vino azul, aclaran que el caldo pasa “sus correspondientes y rigurosos controles de calidad y todos los elementos utilizados siguen la normativa para productos alimentarios de la Unión Europea”. El precio varía en función del pedido, pudiendo adquirir una botella por unos diez euros, dos por dieciséis euros o un pack de doce por unos 78 euros. “Nos lo están pidiendo mucho para eventos o fiestas en los que buscan ofrecer algo innovador a los asistentes”, resaltan.

Llegados a este punto, lo que alguno estará pensando -con razón- es si esto sirve para prepararse un kalimotxo. “Nos lo preguntan constantemente”, responden entre risas. “No hace falta mezclarlo para poder disfrutarlo, pero bueno, cada uno es libre de hacer lo que quiera. Nosotros recomendamos servirlo frío, porque el sabor es bastante dulce y gusta a casi todo el mundo. Es un vino muy bebible y accesible a cualquier paladar”, expone finalmente Aritz López.

Quién sabe. Quizá los txikiteros del futuro practicarán algún día el levantamiento de vidrio con vasos llenos de vino azul y los catadores alzarán la copa hacia la luz para diferenciar entre un caldo azul cielo, un caldo azul marino y un caldo azul Avatar. Los vinos, como los tiempos, están cambiando.